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lunes, 31 de julio de 2023

ÁNGELES RIVAS (ed.) PAISAJES DEL INTERIOR

Paisajes del interior
Antología de mujeres poetas de la Patagonia
Ángeles Rivas (Editora)
Imagen de cubierta: Chino Leiva
Editorial Isla Negra
Colección Los Nuevos Caníbales
San Juan, Santo Domingo, 2023

 

CONO SUR

 
  La obra literaria de Ángeles Rivas (San Carlos de Bariloche, Patagonia, Argentina, 1968) poeta, periodista y docente, muestra un amplio despliegue de géneros que aglutina poesía, relato, ediciones críticas y artículos de interés literario y cultural. Nacida en los amplios espacios de la Patagonia argentina, la escritora nos deja, con imagen de cubierta de Chino Leiva, una compilación de voces femeninas de la región, en el imprescindible catálogo de la editorial caribeña Isla Negra.
 Una leve cita de Lionel Rivas Fabbri ubica el sur como espacio de asombro y utopía. Desde esa consideración, más introspectiva que geográfica, la escritora descubre signos diferenciales de una antología en la que conviven estéticas diversas tras las mismas características geofísicas. En la Patagonia, en palabras de la editora, “Escribir poesía en el sur de Argentina no solo involucra a los aspectos de la climatología sino, además, en esta acción del pensamiento está presente el clima social e histórico que se vive, convive y perdura en este territorio inhóspito, ventoso, frío, mágico, asombroso”. Además hay otra circunstancia esencial en esta muestra: la condición de mujer, común a las once voces seleccionadas. Es evidente que el discurrir histórico ha supuesto una larga lucha para adecuar el constructo social a las condiciones de igualdad de género, equivalencia en derechos humanos y posibilidades de realización identitaria en el decurso de los interminables procesos de mestizaje y colonización.
   La vasta realidad geográfica del cono sur no circunscribe el cauce argumental de las composiciones a un magma normalizado y monotemático. La poesía es una labor singular, con molde subjetivo y personal, donde cada taller busca su sentido místico y cotidiano al cauce existencial. De este modo, la palabra adquiere significación introspectiva y arraiga en el contexto fragmentado de la intimidad, ese territorio que despliega fronteras entre entorno y sujeto.
  Ángeles Rivas distribuye el material seleccionado de cada escritora sin el dogmatismo de la nota introductoria. Deja que los poemas hablen por sí mismos y añade como coda final de cada colaboración la biografía literaria. De este modo, la lectura de Paisajes del interior dibuja una cartografía que aglutina sendas expresivas de Liliana Ancalao, Marisa Godoy, Anamaría Mayol, Luciana Mellado, Romina Olivero, Gladys Peña, Aldana Pérez, Aixa Rava, Nanim Rekacz, María Cristina Venturini y Mónica Volonteri.
   El intimismo indagatorio de Liliana Ancalao busca respuestas y sentido al camino existencial y su vuelo leve. El sujeto verbal aprende pronto que las alas del yo son cicatrices en la espalda y que el color gris de la amanecida tiñe de lejanía cualquier sueño. Con amplio sustrato biográfico, la palabra poética de Liliana Ancalao propicia un retorno hacia el origen, refuerza la inmersión histórica en el paso colectivo para convertirse en una de las sendas centrales de la poesía mapuche.
  Marisa Godoy asienta su verdad expresiva en vértices como la identidad, el decurso temporal, la presencia del otro o la indeclinable vocación metaliteraria: “Escribir es reparar la herida fundamental”.
   De Anamaría Mayol resalta una sensibilidad cercana, con signos coloquiales, en la que toma cuerpo el quehacer de la memoria como veta transformadora del epitelio afectivo. En sus tramas argumentales cobra fuerza la antología de lo femenino. Ser mujer es oír en el tiempo un rumor imparable, un temblor que obliga a la conciencia a taponar grietas y transformar paisajes de invisibilidad y soledad perenne.
  Resalta el cauce emotivo y sentimental que duerme en los poemas de Luciana Mellado. El amor vertebra la identidad del sujeto, es una pulsión central de su existencia que alienta la búsqueda del otro y que percibe el resplandor del deseo. Pero también es un depositario de dolor y asperezas, de ese estar que hace de lo cotidiano un hilo umbilical con el frío. También Romina Olivero abre en sus poemas una ventana a los sentimientos, aunque alrededor se perciba un entorno nocturnal, como si los cuerpos navegaran por un río de aguas grises. Hay también una clara reivindicación del yo femenino para librarlo de los efectos secundarios de una sociedad patriarcal y cuajada de prejuicios. El contexto espacial aparece explícito en algunos poemas, donde la geografía sufre los rigores climáticos y postula un ambiente futurista inhabitable.
   El afán cognitivo reafirma el lenguaje de Gladys Peña; se trata de ver a través de las palabras. Así se conforma la propia identidad y se percibe la impronta nómada de un tiempo en marea continua que acerca el entorno natural y los elementos de un paisaje interior que asienta en sus manos el colmado balance del pasado como un oleaje sostenido.
   En el registro lírico de Aldana Pérez resalta ese caminar hacia adentro de los poemas. Con paso introspectivo, la poeta muestra la densa transparencia de las cosas y su misterio intacto. Se trata de intuir la hondura de un estar que cobija sensaciones y sombras, las incógnitas perennes de quien sale a la luz y nunca sabe qué itinerario es el que aguarda su caminar a solas.
   Aixa Rava deja hablar al recuerdo para que muestre su legado de asombro. En la evocación manifiesta sus aristas el entorno como marco asociado al despertar de la existencia. La poesía registra la condición temporal y el misterio que cobijan las formas aparentes. Existir es nombrar, intuir aquello que está a punto de despertar.
   En las ráfagas poéticas de Nanim Rekack el transitar social retorna con mirada crítica en un claro ejercicio de compromiso con lo colectivo. Pero también la subjetividad marca el ahora en los espejismos de la evocación a través del deseo y el cuerpo como celebración sensitiva.
   María Cristina Venturini se acerca a lo genesíaco para conocer la realidad en su estado primigenio. Así mismo hace del lenguaje una terapia capaz de diluir heridas y emociones y de traducir sentimientos para que ramifiquen y se expandan vivos como los estratos subterráneos de las raíces. Su poesía aglutina imágenes de sugerente expresividad sensorial.
   La selección se cierra con la mirada poética de Mónica Volonteri. El halo confidencial de su ideario poético explora el abrazo entre el yo plural siempre visto con mirada crítica, cuyos signos muestran un complejo mapa de disonancias, y la evocación de la experiencia biográfica con su semillero de decepciones que caminan entre la verdad y lo posible.
   En nota de contraportada, la poeta española Mónica Manrique de Lara resume el testimonio lírico de estas once voces escogidas como una indagación coral que se contempla en el espejo del paisaje. Un diálogo con un entorno natural, donde se oyen los pasos del tiempo, el extraño valor de la existencia, los motivos para seguir en pie. Poesía de disidencia y búsqueda que hace del poema una afirmación de vida, un territorio que aposa la mirada para que salga al aire la meditación evocadora de un paisaje interior.

JOSÉ LUIS MORANTE



 
   

martes, 30 de mayo de 2023

MIGUEL ÁNGEL REAL. VIRTUDES DE LA INERCIA

Virtudes de la inercia
Miguel Ángel Real
Prólogo de Mónica Manrique de Lara
Lastura Editorial, Colección Alcalima de Poesía
Madrid, 2022

 

DESPERTAR


   En la primavera de 2023 el Festival Internacional de Poesía (Im)prescindibles, coordinado por Álvaro Hernando y con sede central en Moralzarzal (Madrid), nos daba la oportunidad de conocer en directo los poemas de Virtudes de la inercia (Lastura, 2022) de Miguel Ángel Real (Valladolid, 1965), Licenciado en Filología Francesa, traductor, poeta y catedrático de español con destino desde 1991 en el Lycée de Cornouaille de Quimper, en la Bretaña francesa.
  En su recorrido poético están las entregas Zoologías, libro de amanecida impulsado por Ediciones En Huida, Como dados redondos, aparecido en la editorial mexicana Cisne negro, la selección poética bilingüe Comme un dé rond y Les rébellions inútiles, una compilación de poemas en francés publicada por Ed. Douro. En los meses finales de 2022 amplía recorrido con Virtudes de la inercia, un poemario con liminar de la poeta Mónica Manrique de Lara. La introducción define esta quinta entrega como “un interno paisaje experiencial, espontáneamente reconocible y quizá, por este motivo, hipnotizador como un fuego”. Tan sugerente apunte refrenda que en la arquitectura lírica de Miguel Ángel Real habla fuerte el intimismo sentimental, definido mediante estratos vivenciales con la transparencia de lo emotivo. El sujeto interpuesto muestra una dolorosa lucidez en esos espacios gélidos que recorren la desesperanza y la soledad. La palabra entonces adquiere su propia metafísica, su refugio interior, donde la conciencia se confina.
   La introducción de Mónica Manrique de Lara es excelente. Crítica torrencial de implicación directa. No se trata de la aparición fugaz del compromiso amical sino de una lectura que percibe y expone, que intuye e interpreta la propuesta poética de Miguel Ángel Real como “despertar de un oculto letargo”.
   Desde una organización dual, se abren dos tramos líricos de similar longitud formal. El primero “Virtudes de la inercia”, tras una cita metaliteraria de César Vallejo, arranca con el poema homónimo que concede título al poemario. El hilo argumental enuncia una situación de partida que alude a soledad y desánimo, a paisaje después de la batalla:”ni me quedan fuerzas para aprender a apaciguar la pena”.
   Miguel Ángel Real comienza su andadura con una intensa reflexión vital que busca apaciguar el dolor y la incertidumbre que produce el fracaso de la convivencia. El yo poético se mira a sí mismo, empujado por la mano fría de la inercia, distante y gélida, aceptando que ella es la dormida silueta de lo incompatible. Todo es pasado en el ahora, un borboteo apariencial que disimula el tedio: “Qué hay, no sé, qué te haces, / da igual, cualquier cosa. / No tengo hambre, / dijo alguno. / Yo tampoco, fue la respuesta”. Todo alrededor se ha vestido con el esqueleto invertebrado de la espera. Todo se desdibuja en trazos desvaídos hasta crear el espejismo de que solo las palabras conceden vida y certifican alguna escapatoria de un presente que abre sus pasos a la desilusión. 
   El hilo argumental deja en su avance en este primer apartado el campo de visión de un laberinto de mentiras, de una simple historia de supervivientes que tejen la triste sombra de lo cotidiano. Los versos buscan la senda de regreso, esa sensación de estar de vuelta para encontrar refugio en las palabras y poder huir de una ciénaga gris de soledad y limo.
   El tramo final “Hacia la luz”, que arranca con una hermosa cita de Mario Benedetti que se hace reflejo de esperanza,  poco a poco se deshace la sensación de cansancio y soledad: “Poco me importa que el trébol /  tuviera tres hojas. / Lo encontré bajo la nieve. / Vivo “. La descarnada herencia del pretérito diluye formas en una prematura vejez. Hasta volverse olvido. Contra viento y marea los sentidos renacen y recobran la fe. Los espejos recobran la luz del mediodía, reaniman recuerdos y de pronto el mundo está bien hecho y se escucha su latir en otro marco, donde no hay sombras: “la palabra es germen, esencia de posible. / Sobre ella me reposo para llegar a ti levemente. / Es mi única arma para no extinguirme, y con ella sé aguardar días mejores “.
   Miguel Ángel Real en los poemas de Virtudes de la inercia lanza al aire la moneda del amor para que muestre al vuelo sus dos caras; para que asuma que en la realidad la sombra tiene sitio y persiste fuerte; para que confirme también que hay pasos en el amor para el regreso. Poesía que hace de lo emotivo una razón común, que confía en el lenguaje para conceder a los sentimientos una dimensión de conocimiento y búsqueda, una continua aspiración a la luz, o como escribe con singular acierto Mónica Manrique de Lara: “una propuesta esperanzada hacia la dicha”.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 


viernes, 21 de octubre de 2022

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. LA LEÑA

La leña
Mónica Manrique de Lara
Prólogo de Óscar González Palencia
Editorial Isla Negra
Coedición Centro de Arte Moderno de Madrid
San Juan, Puerto Rico, Madrid

 

COMBUSTIÓN

 
   Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974) Licenciada en Traducción e Interpretación y profesora de un instituto público andaluz, inicia trayecto con la entrega Devoción de las olas, una densa reflexión poética en torno al amor y la naturaleza que convertía el mar, como espacio físico y territorio onírico, en una sugestiva propuesta simbólica, capaz de transcender las limitaciones contingentes del entorno. Aquel primer libro, impulsado en común por las editoriales Isla Negra y Crátera, implicaba al pensamiento en un incansable caminar cognitivo, en un estar en vela sustentado en descubrir bifurcaciones entre razón y destino con la naturaleza como territorio conjetural.
   El nuevo libro La leña elige como aserto definidor un título fuerte y matérico y antepone a los poemas una parada crítica, “Hacia la perpetuidad”, sobre la semántica y caracterización del poemario, firmada por el poeta Óscar González Palencia. El prólogo concede a estas composiciones una condición fronteriza entre pensamiento y poesía, entre la ontología del ser y la definición de la identidad a partir de sus nervaduras interiores. De este carácter reflexivo de la entrega nace una escritura a contracorriente, alejada del ámbito experiencial y urbano, que vislumbra el discurrir como una percepción transversal y aglutina disertaciones en su fragmentaria captación del entorno. La observación del sujeto poético se caracteriza por su carácter subjetivo y por la fragmentación enunciativa de su discurso. Son cualidades  muy presentes en el enfoque de la primera sección “Sol en el corazón” que impulsa un horizonte temático desplegado. Ahí están los poemas que sondean el sentido del mundo y que convierten el verso en un trayecto intelectivo ligado a la búsqueda de respuestas ontológicas y actitudes morales. Tras el epitelio de las apariencias está lo que se adivina, lo que fluye invisible por las arterias de la temporalidad.
   Tras la mirada indagatoria de María Zambrano y la complicidad lírica de Miguel Veyrat, uno de los magisterios orbitales de la poeta, el tramo “Sol al corazón” supone un encuentro entre paisaje y memoria; pero también la sensación nocturna de finitud y vacío. El sujeto es barro y leña caída, conciencia que percibe las grietas de lo ideal. Desde el deambular del ser se siente cómo el calor y combustión de la esperanza languidecen. Cerca la noche, la indecisión, lo oscuro, en el aire de la madrugada esperando, tal vez, la conformada senda del nuevo día.
  En el apartado central “Cruzar paisajes” nuevamente es la claridad reflexiva de María Zambrano quien abre el pensamiento para deletrear los signos del entorno, mientras el fluir del recuerdo se desplaza en su viaje interior. Todo parece abocado a una germinación inadvertida cuyo último sentido se desconoce. Como una semilla que se lanza al vacío y debe encontrar en el silencio su fuerza embrionaria para ser raíz y fruto, el ser es entrega continua, voluntad para sortear la niebla del tiempo y fijar pasos más allá de la intemperie: “¿Hay alguna luz / por la que caminar desnudo sin ser leña”?
   El apartado “Los espejos” asienta en el marco del poema la presencia del yo desdoblado, la imagen que se teje con los hilos de luz y que habla de soledad y ausencia. El sujeto contempla su desnudez como si solo cubriera su carne un epitelio de sueños en el que adquiere forma el rostro de la aurora.
   La coda final “cartas de amor y duda”, la poeta recurre al poema en prosa para dialogar con la escritura de María Zambrano. El verbo aspira a despojarse de imágenes para propiciar un encuentro con la nada y el vacío que aspira a convertirse en viaje ensimismado; al cabo, la palabra se repliega en dirección a sí misma para comenzar a ser solo poesía.
   Escribía en su texto de arranque Óscar González Palencia que “la poesía es camino hacia sí mismo" porque en su deambular cobran voz las cuestiones que aglutina el pensamiento: la fragilidad de la razón para captar relaciones, las inquietudes de la conciencia y las conexiones del yo con el entorno natural. Desde la palabra, la razón metalingüística sostiene esa pretensión de la escritura de sortear la temporalidad, junto a la necesidad de mantener un pensamiento crítico desvelado que encuentra en la parquedad formal del poema breve una amplia cosecha reflexiva. En la práctica escritural de Mónica Manrique de Lara se percibe una orientación metafísica que concede a La leña  un espacio propio y singularizado, en algunos momentos oscuro y con vectores surrealistas que abre campo al discurso intimista, pero alejado del realismo coloquial, donde se exploran las cuestiones centrales de la existencia con una exigente voluntad de rastreo. Con la levedad de quien contempla sombras en el jardín.

JOSÉ LUIS MORANTE


domingo, 20 de junio de 2021

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla Negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
Valencia, España-San Juan, Puerto Rico, 2020


 EL VAIVÉN DEL SENTIR

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal.
   En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, un escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al  afán promisorio del deseo, que adquiere en su renacida dimensión un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, en el que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras.
   El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo  libre de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres.    
   El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de  la luz frente al desamparo. El amor no se apacigua, su afán golpea la memoria, dejando la necesidad de la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío.
   Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de imágenes en las que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua azul, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su viaje a la luz. Pero mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 


miércoles, 23 de septiembre de 2020

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
San Juan de Puerto Rico- Valencia


EL VAIVÉN DEL SENTIR

  

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal. En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al afán promisorio del deseo, que adquiere, en su renacida dimensión, un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, hasta que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras. El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres. El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de transparencia frente al desamparo. El amor no se apacigua. Su afán golpea la memoria, dejando la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío. Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de estratos sensoriales en los que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su periplo por la existencia. Quien camina hacia dentro mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.