LAS MANOS DEL TIEMPO
En los últimos años, incluso en el tiempo gris de confinamiento y
pandemia, la floración de voces nuevas ha sido una constante. El brotar poético
constituye un legado fuerte donde se dan la mano generaciones y grupos. Los orígenes
literarios de Andrés París Muñoz (Madrid, 1995), Graduado en Bioquímica y
estudiante de doctorado en Biociencias Moleculares por la Universidad Autónoma
de Madrid, están ligados al grupo poético Los Bardos, una propuesta coral que
tiene en Marina Casado su estela creadora más fecunda. Es, precisamente, la
escritora quien firma el prólogo “Un mundo azul y fértil para encontrarnos”. Allí hilvana una definición de la llamada “Poesía científica” como perspectiva conceptual
que alude al compromiso emocional del poema con la ciencia. Desde ella nace la
experiencia poética de Desde el azul del
mundo con una senda de cinco tramos yuxtapuestos y con una atmósfera común al conjugar la hondura del entorno.
Los apartados recurren a sustantivos y asertos germinales de la experiencia
existencial: “Nada”, ”Átomo”, “Solitaria célula”, “Otro virus” y “Mundo”. Desde
esa afinidad enérgica que impulsa el campo científico, Marina Casado concluye:
“El cientificismo de la poesía de Andrés París parte de la búsqueda de un
conocimiento profundo y amplio de la realidad, que no es aséptica sino fecunda
y florida; por eso no puede limitarse al orden, sino que es en el caos donde
encuentra una mejor respuesta”.
El autor de Desde el azul del mundo acerca sus textos a dos ecosistemas
referenciales, cuyo balance verbal asienta un magisterio continuo: Vicente Aleixandre y
Wislawa Szymborska. Sus citas recalcan la proximidad de la disciplina científica como
sustrato integrador de lo humano. Son entrada al único poema que contiene la
primera parte, “Nada”. Desde una cronología de partida que parece aludir a un
instante cósmico y genesíaco, la pulpa del poema difumina el discurso de la
solemnidad y lo fragmenta con un venero argumental cuajado de romanticismo
becqueriano: “El beso fue / el primer átomo”.
Muestra el apartado “Átomo”
variedad temática, aunque en sus poemas persiste la introspección en torno al
amor como oferente verdad que nos deja en las manos del tiempo. La poesía reunida permite conocer un material muy rico en imágenes, donde
se entremezclan memoria y evocación; las plenas vibraciones que generan lirismo
en el transitar. Como escenario dispuesto, la ciudad se convierte en un
bosque en el que refuerzan su silueta firme esos dos árboles que comparten
brotes y raíces, las ramas que cobijan el amor, el deseo o la incertidumbre. De
esa armonía presencial nace el nosotros: “Dos gotas / confunden su perfil /
para ser tierna lluvia”.
Andrés París Muñoz abre su poética a una terminología que enlaza con su
formación universitaria, para que las palabras mantengan su piel elástica y
generen una enriquecedora simbología. La sección “Solitaria célula” compagina
la plenitud sensorial del cuerpo, como lumbre celular, con la meditación amorosa.
En el transcurso del poema, la plenitud de lo vivencial adquiere un aliento
clásico donde todo parece subordinado a la presencia del yo desdoblado en sus emociones.
Los poemas de “Otro virus” parecen ajustarse a la dinámica de la
pandemia y al crisol doméstico que originó el aislamiento. Se recordará que el virus
inició senda en marzo de 2020 y evidenció la extrema fragilidad del cuerpo
social. Todo se hace posibilidad y espera, reajuste de un nuevo orden en el
decurso lírico. La soledad va marcando las huellas firmes del yo
interior, hasta interpretar una autobiografía con secuencias dispersas en torno
a una textura metaliteraria. La palabra semeja una afinidad completa con los elementos
sensoriales. El poema completa un ejercicio que busca en el teclado las
palabras precisas que cobijen el cauce existencial.
En el trazado de “Mundo” conviven
las fluctuaciones argumentales. El poeta busca en el excelente poema homónimo,
a partir de una cita de Ángel González, una idealización de la realidad, esa
conciliación de la imaginación y el tacto gregario de lo cotidiano. Los versos
muestran la geometría variable del entorno que expande sus incertidumbres y
despierta las inclinaciones subjetivas de un dolor compartido. El destino es
proclive a lanzar preguntas a la identidad, a formular lo que no tiene
respuestas: Qué somos. Así nace una metafísica de la incertidumbre que solo
encuentra paz en la comprensión mutua.
Otro poema sobresaliente del libro es “Jardín de las Delicias”, cuyo
título remite de inmediato al tríptico del Bosco. La pérdida de aquel paraíso
edénico sume al ser en un silencio que propicia el olvido completo; nadie
guarda esa conciencia en vela que invita al regreso. Todo es soledad y hastío.
De ahí nace la sensación de que sobrevivimos en el margen, en un lugar donde todo es un gregario espejismo sensorial, una posición de lejanía.
Sorprende por su originalidad “Adenda” el apartado final. Es un conjunto
de traducciones a varios ámbitos idiomáticos de “Inexistencia ebria”, un texto que
formaba parte de la sección “Solitaria célula” y delimitaba la tácita
dependencia de la otredad. Concluye así un poemario con el que Andrés
París Muñoz percibe en el sentimiento amoroso la más plena superación de
nuestra condición fugaz y transitoria; el retorno de la luz a la mirada. El intimismo marca un libro emotivo, cuyo
léxico incorpora un sensitivo acopio de imágenes para buscan el el pulso
emotivo del tiempo; ese equilibrio frágil del latido sentimental que crea la música del corazón. El silencio invita a la quietud, a la soledad habitada de quien se reconoce en la zona de sombra. El sujeto que halla en su pulsión indagatoria la necesidad precisa del nosotros.
JOSÉ LUIS MORANTE
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