martes, 15 de mayo de 2018

CARMEN CANET. LUCIÉRNAGAS

Luciérnagas
Carmen Canet
Renacimiento, Colección A la mínima
Sevilla, 2018


GOLPES DE LUZ


  Pocos géneros captan con la lucidez del aforismo las telarañas de afinidades que van creciendo entre periplo biográfico, entorno social y quehacer literario. Las tres geografías semánticas conviven con naturalidad, se complementan y dan pie al inacabable fluir de argumentos que salpica las páginas.
   Por su altura verbal, pese a su disonante ausencia en alguna antología reciente, Carmen Canet (Almería, 1955), Doctora en Filología Hispánica y Profesora de Lengua y Literatura con décadas de práctica docente, se ha convertido en uno de los referentes esenciales de la práctica aforística actual. Aunque su periplo creador estuvo, durante años, ligado a la escritura didáctica y a la crítica, desde los años ochenta cultiva el conciso aporte de la escritura breve, aunque su primera entrega, Malabarismos, aparece en Valparaíso Ediciones en 2016. No tarda mucho en firmar un segundo aporte en la misma editorial, Él mide las palabras y nos tiende la mano, una selección aforística extraída de la obra de Luis García Montero. Completa el quehacer de la escritora la entrega Luciérnagas, trabajo que se suma al excelente momento que atraviesa el aforismo en castellano, con una sorprendente proliferación de autores y títulos.
   Creo necesaria, antes de recorrer las páginas de Luciérnagas, un apunte reflexivo. Manuel Neila, investigador del género y director de la colección A la mínima, sostiene que estamos en una etapa nuclear, de codificación estructural del aforismo. Yo comparto esta afirmación, pero es imprescindible recurrir al recorrido de la tradición en castellano. La máxima de Gracián “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” pone la clave central del formato e inicia una estale que en el primer tramo del siglo XX encuentra cultivadores y magisterios como Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín o Ramón Gómez de la Serna. Todos ellos trascienden el solemne enunciado de la Academia sobre el aforismo y aportan al suelo argumental nuevos matices.
   Para Carmen Canet el aforismo es un golpe de luz, el cuerpo diminuto y luminoso de una luciérnaga. Del maravilloso acierto estético nacen los hilos sueltos de esta compilación, cuyos caracteres encuentran breve enunciado en el liminar: “Los aforismos deben tener una dosis necesaria para dialogar, ser esos instantes terapéuticos de carga amable, elegante, irónica y comprometida, con los que te sientes muchas veces identificado porque dicen verdades, que no te preguntan ni responden, que ofrecen pensamientos y sentimientos, y que muchas veces ofrecen bienestar. “  El significativo párrafo constata el interés de la autora en resaltar el esquema conciso, la pauta reflexiva y la presencia del humor, que no es sino un esfuerzo inadvertido para mostrar el primer plano de una sensibilidad convivencial.
    La escritora resalta mediante citas la conexión entre chispazo aforístico y luciérnaga. Cada apartado focaliza un paisaje afectivo de incertidumbres, sensaciones y apuntes visuales. Así se manifiesta una percepción inteligente que muestra un carácter versátil, aunque siempre marcado por la temporalidad y la lectura ética. Quien habla, da cauce a una identidad permeable que va ajustando sus relieves al devenir: “Apagaba sus silencios con el interruptor del diálogo”, “para recordar quien eres es necesario olvidar lo que otros dijeron que eras”, “A cierta edad algunas cosas están menos firmes, pero están más relajadas”. Son textos que dejan entre las manos una fuerte pulsión lírica, que reitera en su avance un amanecer de claridad emotiva: “Los silencios que se mojan con la lluvia, enmohecen”, “La piel de la tristeza necesita crema hidratante”.
   Un entorno de amplio tratamiento en Luciérnagas es el amor y la caligrafía que traza en el cuaderno relacional. Sus líneas postulan renglones afectivos que tienden a crear un ambiente sentimental diáfano. Pero la voz de la escritora pone en cuarentena cualquier romanticismo exaltado y no duda en marcar distancias con estrategias irónicas: “Era una mujer tan dulce que siempre usaba extensiones de cabello de ángel”; “A la antepenúltima etapa de una relación hay que entrar ya con el abogado”
   El buen libro de aforismos es siempre un poblado recuento de intereses. casi ningún asunto se diluye en lo marginal. Van emergiendo como archipiélagos las preocupaciones que definen nuestro tiempo: la sensibilidad femenina y su perenne lucha por dar solidez al estar cívico igualitario, el arte y sus bifurcaciones, la lectura metaliteraria que busca la razón de ser de la escritura breve o el pacto entre sujeto y sociedad como si fuesen territorios polares que se atraen o repelen…
   De esta atinada riqueza, propiciada por la psicología de una presencia implicada en la travesía existencial nace entre los breves fragmentos un decir cálido, una voz dialogal que se mira en el espejo gastado de lo diario y hace suya la imagen de esos versos lapidarios de Giconda Belli: “Soy la mujer que piensa. / Algún día / mis ojos / encenderán luciérnagas”.





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