Las variaciones insensibles Elda Lavín Colección A la sombra de los días Edición de Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria y Sociedad Regional de Educación, Cultura y Deporte Santander, 2018 |
VOCES DEL DESCONCIERTO
Al repasar la nota bibliográfica de Elda Lavín, poeta, ensayista y
editora, me viene a la memoria Scriptvm una memoria histórica y editorial, aparecida en 2005, que conmemoraba el vigésimo aniversario del sello poético Sriptvm. Aquel catálogo nació como una colección de cuadernos poéticos y fue creciendo hasta alcanzar proyección nacional. Fue mi primer encuentro con el afán literario de la editora y responsable
de la colección de poesía La Mirada
Creadora y de los cuadernos poéticos El
fondeadero de la Osa.
La palabra nos muestra. El yo poético es una imagen de alteridad.
Establece un diálogo con una presencia que protagoniza, desde el lenguaje, una
puesta en escena. En esta representación, el poema ofrece una propuesta de
sentido que nunca se cierra en sí misma y que obliga al autor a una inacabada
interrogación sobre la razón de ser del verbo poético. Son asuntos a los que
retorna la filóloga y doctora en lingüística en el breve umbral reflexivo que
prologa Las variaciones insensibles y
en el que hay enfoques muy atinados como esta síntesis de cierre: “Todo poema
es una representación donde sinceridad y
máscara se hacen necesarias para un yo que se busca, que cuestiona su identidad
en el devenir del tiempo, que cuestiona la realidad como lugar de dolor, de
conflicto, de fracaso. La poesía es ponerle cara al desconcierto”
La cita inicial de A. Schopenhauer clarifica de inmediato el aserto bajo
el que se cobijan estos poemas. Y añade también otras claves lectoras que no
pasarán inadvertidas, como la voluntad como forja del ser y expresión de
carácter; así mismo la incisión en la metafísica de las cosas, más que en la
consecución de un idealismo transcendente. Por último, ese pesimismo larvado
que depara el conocimiento de que la vida es desvivir.
El trecho inicial “Tempus belli”,
frente al conformismo de lo diario, recurre a los escenarios de la desolación.
De ellos, pocos tan presentes como la guerra de Siria y su atormentada geografía
asolada por el fundamentalismo y la barbarie. Lo constata el poema inicial
“Subida hacia Malula”. En la aldea enclavada en la falda del monte Qalamun
perdura todavía una comunidad cristiana que guarda el arameo original entre las
ruinas del devastado patrimonio arqueológico
Elda
Lavín recurre a un yo desdoblado para habitar el poema; la palabra apelativa
mana con un registro de transparencia, enunciativo, que muestra una limpia
voluntad dialogal. El poeta es también una voluntad menesterosa que busca lugar
para la riqueza inútil que cobija. Quien escribe recorre un callejón sin
salida, un punto muerto que convierte el
itinerario existencial en un trazado incierto. Volver al día es vislumbrar al
propio yo convertido en habitante de las ruinas. El trayecto es enigma y se
renueva en quien toma los pasos; un lugar de tránsito donde todo es brevedad y
percepción temporalista. Solo queda hacer el equipaje y partir.
Si en la sección inicial sobrevuela en círculos un claro pesimismo, en
el apartado central “Paz en los temores”, las composiciones promueven una
reconciliación con el entorno. Desde el sentir, llega la cadencia de la
evocación y el regreso a espacios aurorales de la memoria que acogían en sus
repliegues esperanza y sueños. La percepción abre refugios para la fragilidad
de la conciencia; la confianza en el presente descubre enjambres de signos en
los que es posible ahuyentar el miedo. Las palabras pronuncian gratitud y
belleza, aunque sobre la dermis de las horas se muestren todavía las incisiones
de la noche y los restos dormidos de los días grises.
El desarrollo orgánico del libro concluye con el apartado “Tempus inopiae”. Ese tiempo de necesidad
amanece con una reflexión en torno a la personalidad de Jean des Esseintes, el
protagonista de A rebours, escrita
por J. Huysmans y considerada desde su publicación (1884) la biblia del
decadentismo. Encarna el personaje central la aspiración del yo, retirado del
mundo, para dedicarse al goce estético a través de una auténtica ascesis. El
oficio de existir desprecia lo creado para buscar dentro la mirada creadora,
que confirma también el autodesprecio. Nada importa sino la experiencia
estética.
De esta sensación de abordar lo
diario desde la certeza de que solo es nuestro el silencio de la derrota, hay
que cobijar la esperanza, hacer del desaliño de lo aleatorio un registro de luz
nueva, aun cuando sepa que el sueño es transitorio y que el devenir impone sus
condiciones; no hay tiempo para el adiós, solo para guardar en la memoria el
humo de los días, esa silueta al paso que borra la niebla.
El habla poética de Elda Lavín concede al pensamiento una búsqueda
conversacional que clarifica. Su poesía no elude el intimismo y hace de lo
biográfico una transición pautada hacia la otredad. Aunque sepa que en ese
viaje no hay regreso, que reiteramos un gastado estribillo y en las manos se
aloja el pulso inerme del vacío.
La memoria histórica y editorial de Scriptvm acotaba su estudio entre 1985 y 1991 y contenía un breve liminar de Jesús Cabezón, comentando las características del proyecto. Preciso ahora el contenido de aquella colección que respaldaba sobre todo a autores emergentes de Cantabria que han conseguido en el tiempo una notoria repercusión nacional.
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