lunes, 1 de octubre de 2018

ANTONIO PORCHIA. VOCES REUNIDAS

Antonio Porchia
(Conflenti, Cantazaro, 1885-Vicente López, Buenos Aires, 1968)



LA VOZ DE LO SECRETO

Voces reunidas
Antonio Porchia
Edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo
Prólogo de Jorge Luis Borges
Epílogo de Roberto Juarroz
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 1999

   El esqueleto verbal del aforismo –tan proclive a convertirse en osamenta invertebrada- es callado heredero de una tradición. Un fluir incesante que no rompe el silencio y  nunca deja solo. Ahí está la cordial compañía del italo-argentino Antonio Porchia, sus voces compiladas en 1999 por la Universidad nacional Autónoma de México, en la edición de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo. Toda la obra lapidaria se expande en un único volumen, precedida por un elogioso prólogo de Jorge Luis Borges, quien certifica una certeza: los mínimos esquejes reflexivos no son una estación de llegada sino un amanecer que abre ruta, el pensamiento activo “de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada  instante". Borges escribe esas líneas en 1979 para la edición francesa de Fayard, integrada en la colección Documents Spirituels, con traducción de Roger Munier. Porchia ya no está; había muerto en 1968, pero la presencia intelectiva de Voces es el impacto de una vocación casi secreta con la que el maestro argentino se siente hermanado. Entre ambos no hubo amistad. No llegaron a conocerse personalmente, a pesar de algunos amigos comunes como el pintor Xul Solar. Pero el lector incansable que es Borges sabe reconocer la maestría esencial de Porchia, esa manera de dar voz al misterio.  
   La sólida presentación rastrea el periplo biográfico. Nacido en el pueblo calabrés de Conflenti en 1886, es el mayor de una numerosa familia. La muerte del padre provoca el traslado a Argentina, donde el joven debe asumir el papel paterno desempeñando quehaceres que sostienen la economía familiar. Poco a poco, se acrecienta su conciencia social y entra en pequeños círculos socialistas. Su escritura también se va fortaleciendo, dedicada de forma monotemática al decir breve. Sus fragmentos tienen un ritmo lento,  elaborado, casi memorístico, que se vuelca con extrema economía verbal. En el barrio La Boca, enclave habitual de la inmigración italiana, frecuenta algunas tertulias artísticas. Y serán sus amigos quienes lo animen a difundir sus esquejes reflexivos. El libro se edita en 1943 y la tirada de mil ejemplares pasó inadvertida por completo. El almacenamiento obliga a una distribución aleatoria solventada con la donación a bibliotecas populares, un asunto azaroso que concluye de la mejor manera posible. El crítico francés Roger Caillois, que pasa una temporada en Argentina y colabora con la revista Sur, recibe un ejemplar y su impacto es instantáneo. Se convertirá en el máximo valedor y es puerta franca para su traducción al francés. La posterior edición en Hachette, en 1966, consolida el valor literario y añade en 1974 Voces nuevas. Aquel  desconocido, de humildad ejemplar, con mínimos antecedentes literarios, se convierte en presencia de culto que suscita la admiración de escritores como Henry Miller, André Breton o Roberto Juarroz. Este último frecuentó la amistad de Porchia en sus últimos años y escribió el postfacio “Antonio Porchia o la profundidad recuperada”. El breve ensayo se publicó por primera vez en México en 1975, integrado en las páginas de la revista Plural como prólogo a un muestreo aforístico. Después se recuperó para la versión francesa ya citada de Roger Munier, la realizada por Fayard, y se ha utilizado con frecuencia como fuente informativa por su anecdotario y por sus coordenadas indagatorias. Al mismo tiempo aborda la textura interna del sujeto y los núcleos del pensamiento estético, siempre centrados en la profundidad de lo elemental. En esa confluencia entre el ser humano y la obra se define una soledad buscada que rompe límites entre el yo y los otros desde la contención y el despojamiento.
   El itinerario se cumple con Voces abandonadas,una recuperación textual de Laura Cerrato, cuya razón de ser comenta en el prefacio. Son aportes que se han ido perdiendo en el devenir creador, o han sufrido variantes y modificaciones. Dormidas en el olvido, fueron aflorando en la voz del mismo maestro o en apuntes individuales dispersos. Por tanto, recuperar las voces abandonadas no traiciona el rigor correctivo del escritor, sino que muestran las exploraciones para cimentar un lenguaje lacónico. En él cabe la repetición, la síntesis o el rectificado ortográfico más liviano; en suma, una incansable meditación sobre el lenguaje que preservan el gesto conmiserativo de quien desea que lo valioso no se desvanezca.   
   Las voces no nacen del libro, son chispazos interiores de un místico independiente. Es el pensamiento de un estar solitario que busca amparo en el propio interior. Y lo hace a través de un lenguaje confidencial, en ocasiones reiterativo, con sus características formales, lo que convierte al quehacer en un trabajo cerrado y sin herederos, según algunos críticos, algo que contradice claramente la obra de Roberto Juarroz, Alejandra Pizarnik, o Fabio Morábito. Su voz es una forma de escuchar lo profundo, lo casi inexistente.  
   Así describe ese algo más de Voces Roger Caillois, el primer fascinado por esta luz: “Esos pensamientos no son ideas, y escasamente son pensamientos; no revelan lógica ni psicología, sino más bien metafísica, y una metafísica donde hay que adivinar más bien que comprender, y al adivinar, elegir entre las formas de adivinación la que da mayor cabida a la simpatía, quiero decir al dejarse estar, al abandono de las distintas rigideces o tensiones o estados de alerta de cualquier clase, que por lo corriente son inseparables del esfuerzo intelectual”
   En el escueto magma reflexivo habita la libertad de pensar, ese contacto entre lo previsible y lo extraordinario que aprende las cosas desde lo elemental. Antonio Porchia, humilde y sabio, se despoja de sí mismo para habitar el vacío.





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