jueves, 18 de octubre de 2018

KARMELO C. IRIBARREN. PREMIO EUSKADI

Karmelo C. Iribarren
(San Sebastián, 1959)
Fotografía de
Jot Down



CUANDO LA CIUDAD DUERME

                  A estas horas
         siempre
                       sucede lo mismo:
                            o es demasiado tarde
                           o muy temprano aún.

                                           Karmelo C. Iribarren

   Un hombre callejea, con andar sosegado, por el laberinto peatonal de una ciudad mientras se diluyen los contornos de edificios y transeúntes. Sobre los escaparates encendidos, crece en su espalda una sombra azul, dibuja irreverentes siluetas en movimiento. Hay en las despobladas aceras charcos de la lluvia nocturna en los que, poco a poco, la tinta blanca de la aurora encuentra sitio para una nueva representación. Amanece sobre los tejados. El hombre silencioso vuelve a casa, aunque no sabe si es demasiado tarde o muy temprano; la calle se puebla de pasos y toses que tienen la sonoridad y el ritmo improvisado de las piezas de jazz. Entre la claridad y el silencio, asciende el manso humo de lo cotidiano. Así, con esa ambientación de serie negra, en un impreciso decorado que puede reconocerse en cualquier sitio, se edifican muchas de las composiciones que prefiero de Karmelo C. Iribarren (Donostia, 1959). De igual modo, siento una incansable afinidad por su personal búsqueda, sin artimañas, de una lírica esencial que hace suyo aquel axioma de que ciencia y poesía tienen la misma obligación de precisión y claridad. Una formulación de traje parecido tiene una disertación crítica de Gabriel Ferrater en la que defendía que el contenido poemático debe tener, al menos, tanto sentido como una carta comercial.   
   Esta artesanía sugiere antecedentes. Los encontramos en esa parcela de la tradición lírica norteamericana que se denominó poesía minimalista, cuyas marcas de identificación sintetizo: dicción coloquial y sobriedad expresiva, ausencia de aderezo culturalista, orientación realista, reflejo ambiental que describe las esquinas de lo tangible y un hablante moldeado como un autorretrato sentimental e intimista. En ese discurso verbal, nacido como reactivo contra la literatura metafísica y transcendental, sobresalen las voces de Mark Strand, Raymond Carver, Charles Simic o Carolyn Forché.  Fue a comienzos de los años noventa, en una década de exultante vitalismo de la llamada poesía de la experiencia, cuando esta propuesta escritural es asumida en nuestro entorno por autores que la taxonomía crítica aglutinó tras el aserto “realismo sucio”. En su núcleo central encuentran sitio las obras del propio Karmelo C. Iribarren, por más que el poeta no suela encontrarse cómodo en la codificación generacional ni en promociones o grupos de conjurados estéticos.
   De la progresión y consistencia del largo itinerario recorrido en más de dos décadas, desde que llegaran a las librerías en 1993 sus versos más madrugadores, deja constancia el volumen Seguro que esta historia te suena, un completo bagaje hasta 2012, en el que las entregas se integran sin contradicciones ni cambios de registro, con un claro sentido unitario. El poeta no confunde; nunca deja de ser quien es, como si se hubiese rezagado en su propia condición. Este panorama general, que debe su título a un poema homónimo del libro Serie B, estuvo precedido por muestras parciales como La ciudad, que alcanza ahora la tercera salida, tras las fechadas en 2002 y 2008. En el liminar de la primera edición, el desaparecido escritor Vicente Tortajada comenta el golpeteo emotivo de las obsesiones poéticas de las obsesiones de Karmelo C. Iribarren, esas que arrastran sus pies al caminar y raras veces permiten la indiferencia; los poemas tienen el murmullo de un acordeón que propaga en el silencio de la madrugada un lirismo desnudo capaz de alejarnos de la soledad. Por su parte, Joaquín Juan Penalva, en las consideraciones introductorias de la segunda recopilación aconseja adentrarse en la poesía iribarriana a cuerpo limpio, sin apriorismos, como nos adentramos en el recinto de la realidad cotidiana, porque el poema nunca oculta su aliento vital. Mis opiniones críticas no difieren.
   La ciudad, en sus ampliaciones, traza un lacónico callejero con dos enclaves de referencia: la zona centro –el sujeto verbal- y la periferia: las voces y ecos de los otros. El protagonista verbal de Karmelo C. Iribarren desdeña la impostura, toma prestados abundantes rasgos del sujeto biográfico y cuando habla de sí mismo nunca se percibe en el tono ningún ejercicio de egolatría ensimismada sino una mera cuestión de proximidad afectiva. Quien habita en los versos no se dedica a cultivar la autoestima sino a registrar a mano alzada la nervadura existencial y sus circunstancias. Y en ese trasfondo cabe la viñeta costumbrista, la reconsideración de las franjas vividas, el aprendizaje existencial, las claves sentimentales y las erosiones de la edad. Son vetas argumentales expuestas con un sustrato de ironía que aleja el patetismo, cuando se hace certeza que las ilusiones y utopías depositadas en los calendarios alcanzaron su fecha de caducidad, o cuando la realidad refleja, con el ceño fruncido, un rostro ajado en los espejos del existir.
   Las palabras del hablante lírico aspiran al diálogo y se pronuncian con un claro propósito comunicativo. La confidencia sentimental viene filtrada por la voz de un yo desdoblado, una identidad reconocible que comparte preocupaciones, valores y actitudes con el acento dialogal de la evocación. Otras veces, el mapa del recuerdo se pliega tras el cristal de la observación para exponer matices e impresiones tomados del entorno próximo: las escenas descritas tienen un trazo limpio, una leve variación que las aleja de la monotonía habitual. El poema entonces se hace crónica, apunte costumbrista en el que la sorpresa encuentra un hueco. Esa fidelidad al detalle se aleja de lo didáctico; no hay pretensiones de representar la voz generacional, ni la mezcla coral de lo gregario: quien habla lo hace por asuntos propios, no para cumplir la solemne tarea del portavoz.          
  La arquitectura poemática se alza con el verbo fluido del hombre de la calle que habla de situaciones vivenciales. Mira el calendario que marca el tiempo en las largas horas vacías que acumula el final de cada jornada, cuando todo se reduce a una terca sensación de cansancio y derrota y el cristal se llena con la plata sucia de lo desvaído.
   La expresa mención a la ciudad del título convierte al paisaje urbano es un escenario omnipresente que muy pocas veces adquiere tintes idílicos. Es un espacio baudelairiano, que se caracteriza por imágenes que reflejan las circunstancias existenciales. Sujeto y paisaje forman un todo caracterizado por una ligazón natural; el entorno crea la atmósfera propicia para que emerjan las imágenes que contrastan pretérito y presente, experiencia y deseo, carencia y celebración. El ánimo se apropia de esas imágenes plásticas que nos concede el paisaje real y con ellas edifica su experiencia verbal.
   En las composiciones de Karmelo C. Iribarren se construyen puentes entre vida y literatura. Aquí, cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia sino afirmación de vida de un personaje verosímil, el autorretrato de un desconocido que huye del azar y la impostura. En sus versos hay sitio para las estampas interiores de la intimidad, ese conjunto de rasgos sentimentales que define la identidad de un yo concreto. El territorio interior establece una forma de compartir maneras de ser y de sentir y nos deja las señas de identidad de un sujeto fiable con el que establecer una relación amistosa. A esta atmósfera de recogimiento propicia a la confidencia, que deja sobre la mesa la frágil armazón de lo vivido, le viene bien salir del neutro territorio del narrador omnisciente y emplear la primera persona. La voz directa inspira confianza e incluye la proximidad de un plano de detalle; quien habla lo hace con lucidez inquieta y exigente, con la vibración de un protagonista implicado y no con el tono neutro y lejano de un personaje marginal. Las palabras llegan con la cadencia de una voz que nos deja asomarnos al cauce continuo de su pensamiento.   
   El quehacer poético de Karmelo C. Iribarren amplía la conciencia y está lleno de efectos secundarios. El poema breve es siempre un adecuado receptáculo formal. El argumento se articula con una precisión que consolida el desenlace. El cierre versal alcanza su punto álgido, y concluye esa armonía secreta. Ese proceso de creación propaga y  trasfiere al lector las continuas indagaciones en la verdad de la existencia. 
   Supongo que a nadie se le oculta que, en la declinante cuenta de resultados del mercado editorial de estos años, la triple reedición de una antología poética como La ciudad en poco más de una década es campo de confusión y motivo de asombro. El asunto subraya un caso raro, un intraducible secreto literario, de esos que James Joyce escondía en sus libros “para mantener ocupados a los críticos durante trescientos años”; o constata de forma natural, por encima de cualquier duda, una acertada conjunción de méritos propios en la perdurable labor de Karmelo C. Iribarren. Sin más interpretaciones; lo que sienta las bases del temblor cordial con este volumen de poesía es la manera de hacer crónica una poesía vigorosa y precisa para captar la esencia, emotiva y sin adornos verbales, oportuna y cercana, que tiende la mano  para rescatar al lector de la intemperie, mientras la ciudad duerme.


JOSÉ LUIS MORANTE


(Prólogo a Karmelo C. Iribarren, La ciudad, Sevilla, Renacimiento, 2014, tercera edición) 


1 comentario:

  1. Karmelo es uno de mis poetas favoritos, José Luis. Me siento muy identificada con sus versos y con su forma de decir y este prólogo tuyo que tan bien entresaca la esencia de la poesía de K.C. Iribarren me parece magnífico tanto para los que ya conocemos al poeta como para quien trate de acercarse a él por vez primera.
    Excelente!
    Abrazos José Luis.

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