Harria (La Piedra) Juan Manuel Uría Fotografías de Juan Antonio Palacios Ediciones El Gallo de Oro, segunda edición Bilbao, 2018 |
ESTÉTICA DEL LEVANTADOR
En su segunda edición, el volumen Harria
abre un mesurado diálogo entre las fotografías de Juan Antonio Palacios y el
cauce textual del profesor, poeta y aforista Juan Manuel Uría, quien en nota de
autor recuerda el impulso inicial de esta fusión: “A medida que iba escribiendo
Harria (El Gallo de Oro, 2016) tenía
en mi escritorio una serie de fotografías, antiguas y modernas, de
harrijasotzailes que me sirvieron para “inspirar” la composición de cada texto.
Así, a través de ellas, trataba de captar el movimiento, la danza, la relación
íntima (y poética) entre el levantador y la piedra”. El poeta anota una coda afectiva:
el deseo de homenajear a su abuelo, Santos Iriarte, levantador de Azpeitia y
primero en alzar una piedra mítica, la “Albizuri Aundi”. También el fotógrafo,
Juan Antonio Palacios, contextualiza el criterio estético de las imágenes; emplea la fotografía hiperrealista en blanco y negro, con enfoques fragmentarios
para resaltar instantes claves de la alzada.
Si cada territorio suma a sus peculiaridades
geográficas, un legado cultural autónomo, en Euskadi el levantamiento de piedra
es una manifestación deportiva ligada en su origen a los trabajos rurales
habituales del caserío y las canteras. La actividad fue evolucionando desde el
uso de los cantos rodados hasta las piedras niveladas de los espectáculos
programados como exhibiciones públicas con diferentes formas y tamaños.
Juan Manuel Uría ha cultivado con honda lucidez el decir breve en sus
aforismos y esa es la estrategia expresiva que emplea como método exploratorio.
Cada texto es una incisión que conexiona pensamiento y sensación emotiva: “Ahí
está, frente a él, como una pregunta, dura e impenetrable, aguardando a que la
levante y rompa así su atadura, responda a su misterio”. La palabra es
respiración y camino, un ejercicio perceptivo que anticipa la combinación
muscular y el esfuerzo. La física se hace poesía: “En la alzada la piedra
asciende como un pájaro de alas torpes que estuviera aprendiendo a volar”.
Quien contempla escucha una voz desdoblada, la del levantador o
harrijasotzaile, y la de la piedra que en su quietud engloba una materia con
sustrato enigmático, que contiene dentro su gestación en el discurrir: “la
piedra es la suma de otras piedras más pequeñas, casi invisibles, que la hacen
un bloque único y macizo, con la apariencia de lo consistente. Como las
células, que se suman y ordenan con los huesos del levantador, para soportar la
tensión, la resistencia, el peso”.
Ese coro a dos voces señala que más allá del ejercicio físico y de la
extrema tensión muscular, el enlace entre piedra y levantador. Constituye un
abrazo, una afinidad afectiva que trasmite al espectador una relación
sentimental con un instante álgido, que no puede medirse, que culmina y se
apaga de inmediato en la bajada. Es el acto supremo de quien vence la gravedad
y alza la mole contra el cielo para superar los propios límites de su
fortaleza, para dejar tras la consecución la mínima estela de un gesto que se
hace memoria y poema, levitación y pétalo, como si lo natural, exhausto y
satisfecho, retornara a la quietud. A lo lejos el punto de horizonte se hace
síntesis. Todo es ontología, voluntad de ser pensamiento en el tacto: “Tierra,
piedra, mano”.
La propuesta poética de Juan Manuel Uría concede al levantador de
piedras una entidad mítica; frente al gregario quehacer de lo doméstico, el hombre de la piedra se convierte en “un esteta de la fuerza y
el equilibrio”. Ese enfoque trasciende las vicisitudes biográficas del
personaje concreto para convertirlo en arquetipo, en raíz y carácter
generadores de una identidad colectiva. Los poemas marcan un significativo
retorno del logos al mito: “El harrijasotzaire remite al tiempo en que el
pensamiento era mágico y los dioses existían”. Es, por tanto, una llamada a los
ancestros que hace de su potencia evocadora una exaltación del ser del pueblo.
La tradición entonces se define como un entrelazado de correspondencias entre
individuo, territorio nativo y entidad comunitaria.
Harria busca “poesía en la
fuerza”, pero también la ternura que fusiona el sudor y la piedra, como lluvia
que borra la impureza, el estar común entre naturaleza y hombre, el sueño de
una piedra que un día emprendió vuelo y se hizo pluma.
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