domingo, 31 de marzo de 2019

JOSÉ CORREDOR-MATHEOS. EL PAISAJE SE HACE POEMA

El paisaje se hace poema
Poemas 1951-2017
José Corredor-Matheos
Prólogo de Jordi Doce
Fundación Ortega Muñoz
Cáceres, 2019


LA SOLEDAD DE SER


   José Corredor Matheos nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1929. A los seis años, la familia se traslada por razones laborales a Vilanova y la Geltrú y a los doce se instala definitivamente en Barcelona. La ciudad será el lugar de formación y el sitio donde vive y desempeña su itinerario creador hasta ahora. Por tanto, pertenece por edad a los llamados “niños de la guerra” a quien los estudios literarios encuadran en la generación del 50, espacio generador de una abrumadora bibliografía crítica por la calidad de sus heterogéneos componentes. Pero el castellano-manchego, afincado durante tantos años en Cataluña, es una voz solista. Su entorno literario no encaja en los consabidos parámetros generacionales, por más que la entrega de amanecida, Ocasión donde amarte se edite en 1953, cuando se gestan los hechos generacionales más conocidos de su generación: el homenaje machadiano en Colliure, la culminación del ideario social-realista, los quehaceres promocionales del grupo de Barcelona en antologías y nuevas colecciones poéticas, o los encuentros que conexionaron las voces emergentes del cincuenta con los autores del 27 que no habían partido hacia el exilio, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
   Como otros estudiosos de la obra de José Corredor–Matheos, Jordi Doce es consciente de esa falta de rasgos comunes generacionales. Aborda el itinerario biográficotan magníficamente evocado en la literatura de la memoria de Corredor de fondo- con la conciencia de sondear un perfil a trasmano, que elige la coherencia personal frente al gregarismo. El volumen Desolación y vuelo reunía en 2011 la obra poética, aunque pronto se añadiría el libro Sin ruido, publicado en 2013. Esta entrega no rompe la impresión de unidad y coherencia de un itinerario remansado en el tempo y compuesto por una docena de títulos. De ese corpus emanan los 86 textos integrados en El paisaje se hace en el poema con el mínimo añadido de tres poemas inéditos.
  El poeta y traductor deja en el prefacio las pautas referenciales que argumentan la evolución en la mirada. Corredor-Matheos define su amanecida con los claroscuros de la desolación existencial y el peso doloroso de la historia. La primera posguerra muestra los efectos secundarios del conflicto fraticida y el asentamiento de la dictadura tiñen el semblante de un país triste, que reajusta la convivencia entre vencedores y vencidos. El sujeto poético se encierra en los laberintos del yo ensimismado y aguarda en silencio la aurora: “Como un árbol tengo vueltos / los ojos hacia mi entraña. / ¿Es el rumor de la savia / o el silencio quien me habla? “. Ese estar callado deja oír con claridad vital la voz del paisaje. La naturaleza se despliega como una cartografía repleta de sensaciones que crean fuertes reflejos especulares en el interior. La contemplación se hace conocimiento. Busca en los ciclos estacionales un muestrario de verdad y belleza. En el recorrido del poeta se vislumbra también un largo deambular por el temporalismo. La conciencia del transitar deja en su última estación una voz despojada, si no de canto celebratorio sí de aceptación de la condición de ser.
   Los primeros poemas seleccionados confirman el abandono de la retórica social, tan común en el Grupo de Barcelona, para abordar el poema con cierta actitud intimista y con una poesía de severa precisión formal, refinada y exacta, que hace del octosílabo la medida natural del verso. La efusión individual sustituye a la denuncia del quehacer colectivo. La contemplación del entorno se hace con mirada serena, con un espíritu delicado y ajeno a la estridencia. Las formas se guardan intactas, dan respuestas a un estar transitorio que enlaza vivencias y sensaciones: “Buscas  en la corteza / las señales. / El árbol te ha mirado / con los ojos profundos / de la infancia / y ha florecido luego / ante tus ojos”.
  Junto a la estela lírica, en el periplo escritural de Corredor-Matheos el arte, la arquitectura y el diseño conforman embriones reflexivos de fuerte proyección. Así que resulta muy atinado el muestrario de composiciones, casi siempre con el esquema cerrado del soneto, dedicado a Benjamín Palencia, Godofredo Ortega Muñoz, Mariano Gilaberte y otros artistas contemporáneos.
   María Elena Rodríguez Ventura ha dedicado un iluminador estudio a la poética oriental presente en la obra última. Alude a una tercera etapa bautizada como “Poética del despojamiento”. La inaugura el libro Carta a Li Po (1975) y se hace ostensible hasta la coda final, Sin ruido (2013). En ella, los procedimientos expresivos recrean una brevedad básica, que bebe de fuentes orientales como el haiku. Dan pie a una dicción transparente, cuyos contenidos perciben la celebración y armonía del entorno y el brotar solidario de lo compartido: “Pasear en la tarde / y detenerse / respirando muy hondo. / Ver abrirse las flores / que aún estaban cerradas”.
   La antología El paisaje se hace poema esclarece una concepción poética en tránsito, que parte del confesionalismo cotidiano y despliega en su madurez un entrelazado espiritual, en el que resulta eje central el budismo zen. Su coherencia expositiva modula una cosmovisión más intuitiva que racional, que concede a la conciencia del ser un carácter trascendente y revelador donde todo se cumple. Es el abrazo pleno del yo con la pureza primera del estar: “Hoja caída. / Salta ahora a la rama / y reverdece”.      


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