Antología poética Juan Sánchez Peláez Edición de Marina Gasparini Lagrange Prólogo de Alberto Márquez Editorial Visor, Poesía Madrid, 2018 |
CARTOGRAFÍA
El marco poético de Venezuela añade a la lírica contemporánea algunas
voces esenciales, convertidas en vectores de obligada lectura; en magisterios
sólidos. Es el caso de Eugenio Montejo y de Rafael Cadenas, cuyas obras tienen
amplia difusión en los entornos europeos. Pero no están solos. El fondo creador
del país latinoamericano contiene otras presencias de trayecto fecundo, cuya
recuperación es necesaria. Desde ese enfoque, la Fundación para la Cultura
Urbana, a través de la investigadora Marina Gasparini Lagrange, Licenciada en
Literatura por la Universidad Central de Venezuela y autora del ensayo Laberinto veneciano (Candaya, 2011),
inicia una colección de poesía en la prestigiosa editorial Visor. Pretende dar
visibilidad a poetas que reivindican un legado de calidad e inaugura trayecto
Juan Sánchez Peláez (Altagracia de Orituco, 1922-Cacaras, 2003)
En su
prólogo, Álberto Márquez elabora un primer contacto con el magma de Juan
Sánchez Peláez, ratificando la escasa investigación crítica generada. Vincula
esta situación a la evidencia de un hacer poco asible, cimentado en la música y
el tiempo, que trasciende las lindes de lo estético para amanecer un acorde
oscuro, es decir: un espacio de sugerencia, indeterminación y libertad verbal.
El didáctico umbral despliega también el periplo biográfico y un despertar al
libro marcado por el grupo surrealista chileno La Mandrágora. Así se adentra en
un caudal lírico que postula un diálogo interior entre palabra e imagen, a
veces extraño, y a veces obstinado en definirse con trasparente claridad; pero
siempre un reto para el lector activo.
La antología pretende dar una idea cabal de su significación literaria.
Vaya por delante que la poesía para ser nunca requiere una clarificación
lógica; por tanto puede afrontar otras miradas, desde la transparencia a lo
hermético, o desde el intimismo a los laberintos que habitan en los claroscuros
del pensamiento.
La cartografía de Juan Sánchez Peláez confía en la repercusión potencial
de las imágenes. Así establece sus coordenadas de escritura que se abren con la
entrega Elena y los elementos,
fechada en 1951. El libro aborda un momento germinal, de amanecida. La
identidad se desprende de la nada para adentrarse en un destino singular y
azaroso, marcado por la indefinición y el desprendimiento. En esa búsqueda de
claridad buscan trazo los conceptos esenciales de la conciencia: el deseo, la
plenitud sentimental del amor o esa imaginaria arquitectura de esperanza que
concita la palabra futuro. El legado de la experiencia encuentra en el poema un
cauce de objetivación. Ser es alentar el albedrío, pregonar sensaciones, hacer
de la soledad médula de un discurrir en el que el alter ego poético es oquedad
e imagen, un alentar contradictorio que construye un mundo interior marcado por
el desvarío.
Las piezas incluidas de Animal de
costumbre (1959) conservan el sustrato de imágenes y esa búsqueda cognitiva
del sentido vital que abre los hilos de la amanecida. El yo promueve la actitud
reiterativa de quien repite hábitos y recorre los itinerarios de una realidad
habitada por otros. Allí cobran sentido los afectos que resguarda la evocación.
Están las presencias familiares que hacen de la ternura un gesto manso de
quietud y superficie, una navegación por las aguas del corazón.
La mínima representación de Filiación
oscura (1966) nos ofrece en el poema homónimo uno de los aciertos del volumen.
Los versos señalan la impotencia que lastra el afán de ser, cómo la claridad
que busca cada mirada deja en su regazo profundo esos ángulos cuajados de
sombra y sueño. También Lo huidizo y permanente (1969) suma escasos poemas y expande una temática similar. La
indagación es la forma de caminar. El entorno es cambiante y los indicios del
tiempo tienen en sí una piel crepuscular que se cuartea y rompe con el
discurrir; incluso el amor y el deseo ponen en sus pies el callejón sin luz de
las ausencias. En la trama ilusoria que teje la existencia, la prosa poética es
una estrategia expresiva que concede al libro la apariencia de un discurso
autobiográfico. En sus líneas están presentes el deseo, la piel de los cuerpos
y el recorrido introspectivo de quien sale al día, pugnando por renacer. El
poema en prosa también se emplea con eficacia en Rasgos
comunes (1975), una entrega más cercana a la poesía meditativa, cuyo núcleo
de reflexión es la memoria. La evocación traza un círculo abierto que hace del
pasado un instante auroral, donde la belleza es semilla y cumplimiento. Quien
habla muestra los signos primarios de la inexistencia. Es solo materia onírica,
tacto de sombra que tantea en lo quimérico.
En la nota a la edición, Marina Gasparini Lagrange resalta que los dos
últimos frutos del poeta se incluyen en su totalidad. Dan fe de una cosecha
madura contenida en dos títulos, Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989) con la mínima
coda de Últimos poemas. Al abordar Por cuál causa o nostalgia llama la
atención la expresividad del título, un aserto que parece enlazar el quehacer
de la voluntad con la extrañeza. Un figurante cercano recorre una ciudad
remota, cuyas calles resultan extravíos. En ellas las imágenes se superponen.
Alteran la percepción de una realidad que deja en el poema murmullos que velan
sus significados. La reflexión recupera el pasado y hace del olvido un
territorio de ceniza y ensimismamiento. Fechado en 1989 Aire sobre el aire representa el final. La senectud se postula como
un estado de vigilia que aguarda la gran cita. La composición opta por lo
diáfano para dar voz al recuerdo y sus mutaciones. Ya cerca, suena el rumor de
un mañana que abraza el silencio de la tierra, ese ritmo primordial de la
quietud. Ese tono de caligrafía sosegada se mantiene en Ültimos poemas (2002) cuya tenue luz personifica el ocaso, ese
silencio de quien habla a solas y abre calle a otro frío.
La
aportación creativa de Juan Sánchez Peláez muestra una amplia yuxtaposición de
intereses, aunque en ella cobra pujanza la voz interior del sujeto
biográfico. Su calidad estilística
tiende más a la revelación que a la comunicación. Se adentra en los
significados ilusorios de la lógica para buscar en el fondo de sensaciones el
paso perdurable del recuerdo y los reflejos de un discurrir que deambula por la
incertidumbre hacia el sitio dela estación final. Sabe que todo es tenue,
un parpadeo inaprensible en el que se hilvanan los instantes para dejar su estela
en la memoria: “Lo inmediato / claro y fugitivo / es el horizonte / que nos
rodea”. Ese es el enigma del poema: guardar lo transitorio a ras de tierra.
JOSÉ LUIS MORANTE
Qué buen comentario José Luis Morante; un solo detalle quiero aclarar porque se trata del título de una pequeña obra: Lo huidizo y permanente, que aquí aparece con una palabra de más. Muchas gracias.
ResponderEliminarMuy agradecido por la lectura y por la sugerencia; disculpa mi torpeza, llego ahora mismo de un viaje y lo corregiré de inmediato. hermosa lectura siempre la poesía de Juan Sánchez Peláez. Y un privilegio esta edición en Visor.
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