sábado, 23 de mayo de 2020

FLORENCIA MADEO FACENTE. LA TAZA ROTA

La taza rota
Florencia Madeo Facente
Ediciones Liliputienses
Colección de Poesía centrifugados
Cáceres, 2020



LA TAZA ROTA


   La nota biográfica que incluye como coda esta edición de La taza rota deja al lector unas mínimas coordenadas, útiles para clarificar el trabajo poético de Florencia Madeo Facente entre la crecida de ramas jóvenes en castellano. Nacida en Buenos Aires en 1992, su quehacer se define desde el taller de la escritora Paulina Vinderman. Es profesora de filosofía y ha trabajado como docente dando clases de español para extranjeros. Su epifanía es el poemario Una ciudad en silencio, en la antología de poesía joven “Celofán”, editado por  La Carretilla Roja Ediciones en 2018. Predominaba en esa entrega de amanecida un verso libre de cuerpo amplio, próximo al enunciado en prosa, que entrelazaba secuencias descriptivas, como en el poema “Retrato de una inundación que ocurre en otra casa”, y retazos intimistas, según se lee en el poema homónimo “Una ciudad en silencio”.
  El paratexto de La taza rota elige como cita básica unos versos de Anne Michaels, la maravillosa escritora canadiense, nacida en Toronto en 1958, cuyos poemas siempre obligan a mirar a los ojos de lo real: “No puedo ver el mundo con tus ojos, / pero puedo verte a ti en el mundo”. Desde esa franqueza indagatoria parte la poesía de Florencia Madeo Facente. Su contención y desnudez crean una atmósfera de cercanía afectiva y de confidencia directa. El yo poético se acerca en busca del interlocutor que acoja las asimetrías del discurrir diario o que comparta con él esa actitud de espera de la posibilidad. En ese transcurso no faltan las hendiduras: la enfermedad y el dolor, la compañía de los sueños, el rumor manso del estar a solas, la incertidumbre o el desamor. Son secuencias que guardan sus señales en la percepción del entorno y que es necesario comprender desde la textura de sus sensaciones.
   También en la mirada del poema se cobija un onirismo que enlaza con la imaginación infantil y que convierte el ánimo sentimental en una historia de sugerentes acuarelas visuales, capaz de de convocar en su transparencia un largo viaje afectivo. Como esos pegamentos invisibles que conceden a las tazas rotas una segunda vida.  La separación no niega el abrazo o la posibilidad de estar cerca en las palabras y en los deseos, o la inmersión en el pasado como se recupera, insólita en su aparición, alguna especie que parecía extinguida. El poema “Lógica  aristotélica para aficionados” suma al onirismo de las imágenes una cierta ironía en la personificación de objetos y en el enlace aleatorio de causas y efectos que regulan los días.
   La naturalidad expresiva en algunos poemas mantiene una corta distancia con el yo biográfico. En el poema “Cumplir 25 años” un yo desdoblado monologa con su identidad, que impulsa la mutación y el desconcierto, esas certezas aparentemente contradictorias que acumula el tiempo consumido y ese gusto por los detalles  que se quedan en el interior, como si su presencia definiera lo cotidiano, o evitara que lo vivido encontrara en el olvido una salida de emergencia.
   El perfil de La taza rota recrea el sistema tensional de lo diario y la vitalidad de lo contradictorio. En él conviven, como sucede en todo poeta “herido por el lenguaje” la mirada introspectiva y la contemplación de la realidad, siempre con una modulación personal y distinta, que deja en su riqueza expresiva los detalles significativos de la memoria, ese reconstruir lo que nunca pasó para que el mundo sea diferente.



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