martes, 2 de marzo de 2021

ROSENDO CID. 365 MANERAS DE ESTAR EN UN HOTEL

365 maneras de estar en un hotel
Rosendo Cid
Tulipa Editora
Teo, A Coruña, 2020
 

SERVICIO DE HABITACIONES

 

   En el aleatorio discurrir del tiempo, la personalidad activa de Rosendo Cid (Ourense, 1974) Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Vigo en la especialidad de escultura, artista multidisciplinar y creador de ficciones narrativas, ramifica nuevas estrategias expresivas con las entregas aforísticas 5000 veces pintura y Los consejos no son un buen sitio para quedarse a vivir, dentro de la colección Graphica de Papeles Mínimos, una edición enriquecida por una amplio conjunto de ilustraciones. Retorna a la levedad del decir breve con el libro, con formato de pasaporte, 365 maneras de estar en una habitación, cuya base argumental es el proyecto de intervención realizado en 2015 y premiado en la Feria Cuarto Público, Habitación 501, NH Collection, Santiago de Compostela. El quehacer indagador del itinerario plástico ya utilizó un epígrafe casi idéntico en el libro de viñetas 365 maneras de estar en el mundo (Duen de Bux, 2014).
   El cardinal alude a los días del año como paréntesis temporal que aglutina distintas estaciones sentimentales y anímicas. Desde ese ámbito de diversidad y tensión de motivos nacen los escuetos aforismos como persistentes goteos en el refugio reducido de la habitación de hotel. El cine, la pintura y la literatura han ampliado la naturaleza profunda de ese escenario de posibilidades vivenciales, donde caben la evocación, la soledad, los recuerdos o las calladas ausencias de otros huéspedes que legitimas diferentes enfoques para estar y vivir.
   Las páginas contienen el trazo simple de la síntesis verbal. En su deambular transitorio por espacio y tiempo se “representa un tránsito y un momento particular, cuyo “habitar” es consecuencia de diferentes estados de ánimo y disposición. Las frases no están dispuestas bajo ningún orden particular y todo está “desarreglado” según el azar de la propia recapitulación”. Como sugiere el mismo autor en su nota prologal, para una lectura fértil es necesario dormir el reloj e instalarse en un tiempo fragmentario y sin prisas.
   Guiado por la prudencia de la razón, como una advertencia al lector, Rosendo Cid recuerda que “una habitación de hotel no cabe en una frase”, así que hay que buscar también en las palabras lo no dicho, lo intuido, lo silencioso que sondea estratos para buscar el viaje interior, la conciencia del tiempo, los puentes entre recuerdos y presente o esa extraña materia informe de los espejismos de la imaginación.
   En los elementos cobijados en la habitación se traspapelan la identidad del yo, su soledad, los latidos de otros huéspedes o las ventanas que ofrecen ese paisaje exterior de la vida al paso: ”Aquí, las inclemencias de la realidad externa me vuelven un simple subtítulo”. El estar a solas testifica un diálogo sin palabras en el que el silencio despierta al pensamiento y lo invita al viaje por el fluir de la conciencia.
   La habitación como espacio cerrado testimonia la existencia diaria. Suma escenas cotidianas bajo una atmósfera de nostalgia y soledad que propicia la indagación interior. Las especulaciones germinan, establecen relaciones entre los objetos, argumentan conceptos, toman dimensiones con niebla de la realidad como construcción de los sentidos y establecen puentes de contacto con el entorno, un lugar cambiante, transitorio, que antes o después se convertirá en una mera imagen de la nostalgia, borrada por el servicio de habitaciones.   
  365 maneras de estar en un hote equipara aforismo y día. Da voz al aislamiento de la individualidad respeto al paso múltiple de lo colectivo. Construye una visión interna en la que se consolidan como rasgos personales la condición transitoria, la fecha de caducidad de nuestros actos y esa escenificación de la existencia como un largo viaje por la incertidumbre: “¿Se puede estar dentro y a la intemperie?”.
   Parece un destino natural enlazar los aforismos de Rosendo Cid con las sensaciones que dejan los cuadros de Edward Hopper, el artista que mejor ha expresado la soledad del sujeto en la ciudad moderna, ese habitar un espacio constreñido que solo ilumina la luz cenital del pensamiento. Desde ese potencial de sugerencias, el laconismo verbal de Rosendo Cid reitera su afán de comprender el entorno, se hace receptivo al callado diálogo de indicios que da vida al paisaje encerrado, introspectivo donde “sonidos inciertos salpican con calculada lentitud”. El cuarto de hotel permite la observación al paso y el aire solemne de la certeza. Esa verdad de la observación que garantiza la regularidad del latido cuando suena el despertador y anuncia al huésped el abrazo del pensamiento con la piel del día.

JOSÉ LUIS MORANTE


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