La tonalidad precisa del rojo Manuel Broullón Epílogo de Manuel Ángel Vázquez Medel Kaótica Libros Colección Multiverso Madrid, 2021 |
CON VOZ DE
DIARIO
Prosigue, con regularidad pautada, el sorprendente proyecto de Kaótica
Libros, impulsado por Ana Orantes, Sofía Sánchez y Lidia López, con Multiverso.
La editorial abre una nueva colección, inaugurada con el libro La tonalidad precisa del rojo, de Manuel
Broullón (Cádiz, 1987), doctor en Comunicación, Literatura, Ética y Estética y
profesor de escritura creativa en la Universidad Complutense de Madrid. El
breve pórtico editorial desvela la singularidad genérica del libro, el luminoso deambular del material creativo
entre la voz lírica, escrita en prosa poética, o el apunte del íntimo diario de
un yo, escrito con un propósito cognitivo clarificador. Del carácter híbrido de
la entrega, que abren citas de José Saramago y Federico García Lorca, trata
también el umbral de autor “La lectura”: “Disculpa que este libro hable de todo
y de nada. La lectura es una proyección tuya y mía que nadie sabe dónde está”.
Desde esa indefinición arranca un trayecto hecho de mínimas secuencias, pero
capaz de condensar lo real en la abstracción, esa habitación con vistas abierta
a la evocación y el pensamiento.
Los apuntes textuales sugieren una percepción fragmentada, un mapa
repleto de puntos dispersos que nacen desde el deseo, como vía de acceso a una
realidad transcendida. Manuel Broullón recurre al utillaje cultural para crear
una recepción cómplice, que camine buscando el trazo firme del relato. En esos afanes,
la identidad acumula estímulos. Los duerme en algún rincón del yo para que sean
sustratos primigenios de la conciencia,
protegidos de la oscuridad exterior. También el tiempo interno busca su
independencia de horarios estables y relojes para hacer de la cronología un
transcurso para percibir las pulsaciones de la ciudad roja, ese campo de
trabajo delimitado por la hermosa escritura de Manuel Broullón. No sé cuánto
especulo si al diseñar la insomne belleza tintada de la urbe, los recuerdos del
escritor regresaron al sur. Acaso para ver atardecidas junto al mar, con
paredes blancas de cal y rojas de la arcilla, tanteando los muros de una
geografía real. Las descripciones sintéticas del espacio conectan realidad y
sueño. Se aventuran por callejones y sótanos, insisten en buscar símbolos en el
vino rojo que duerme en el vaso o en el caos de formas y colores que conforma
el laberinto urbano de “Los mapas”, primer apartado de La tonalidad del rojo.
La segunda parte “Los lugares y los días” hace del yo un espectador que
contempla el manso fluir de lo diario. Los apuntes congregan un contagio de asuntos,
como si el hilo argumental fuera consciente de las mutaciones que conlleva el
transcurrir. La vida se celebra a cada paso. Sosiega el quehacer laboral para
dejar sitio a la contemplación y a esas sensaciones que buscan plenitud al
deseo. Como sucede en esas ciudades que componen un marco teatral como Almagro,
Córdoba, Salamanca o Granada, el paso cómplice que puebla las aceras recuerda
una representación teatral en la que participa la propia arquitectura de la
ciudad: ese antiguo convento monacal, convertido en aula universitaria, o esas
galerías de medio punto hechas biblioteca y silencio o esa plaza porticada
dispuesta a la escenografía del teatro o a la proyección luminosa del cine de
verano. Así, los rincones de la ciudad roja, en la magia del verano y sus
noches estrelladas, conforman un reflejo de la ciudad real como si fueran
imágenes simétricas.
El tramo “Matices: de vivos y muertos” testifica el tránsito incesante.
Frente a los firmes planos de la arquitectura monumental se prodigan matices y
sensaciones, se toma asiento en el andén de una estación lejana, donde el tren
oferte en el cristal esa película continua de mí un asiento vacío. El viaje
despierta esa caligrafía de la ausencia que escribe en lluvia oblicua. Los
lugares van sumando imágenes y pasos, la respiración de vivos y las erosiones
de los que ya son agostados signos de derrumbe. El cuaderno guarda impresiones,
captura la visión panorámica, el disipado aliento de la vida al paso.
Manuel Broullón cierra su libro con el apartado “la precisa tonalidad
del rojo”, como si quisiera dejar una síntesis de los itinerarios que componen
la ciudad, ese lugar donde el añil impone su fuerza cromática para despertar en
los paseantes celebración y abrazo, voluntad firme para conjugar sombras y
proseguir ruta. Es también aceptar la llegada a la estación final y suponer que
acaso alguien regrese un día al mismo lugar con otro cuerpo y otra identidad,
con el mismo afán de plenitud, de explorar conocimiento y palabras.
La edición de La tonalidad precisa
del rojo incorpora un hermoso epílogo firmado por el profesor, ensayista y
crítico Manuel Ángel Vázquez Medel. El parónimo “preciosa” transforma
completamente la lectura del título para mudar la exactitud en belleza. No en
vano enlaza el conocimiento personal con la estela creadora hecha discurso transversal y polifonía, “celebración de la vida, magia y misterio”. Yo
no voy a contradecir tan hermoso epílogo, pero mis lecturas de esta entrega de
Manuel Broullón ratifican su rareza; es un poemario en prosa, y un diario íntimo.
Sus breves observaciones están hechas de lugares y gentes, de soledad y
encuentro. La escritura de La tonalidad
precisa del rojo propone un itinerario interior por una ciudad abierta; es
un refugio cálido y habitable que no entiende de mapas sino de colores
cambiantes, de una cartografía onírica que aspira al vuelo libre de cada lector,
dispuesto a conformar su propia ruta.
JOSÉ LUIS MORANTE
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