miércoles, 28 de diciembre de 2022

JOSÉ GARCÍA OBRERO. HUESO

Hueso
José García Obrero
Godall edicions
Barcelona, 2022

 

ORFEBRERÍA ÓSEA

 
   La presencia de José García Obrero (Santa Coloma de Gramanet, Barcelona, 1973) se define en la última década. En 2013 sale al día su primera cosecha Un dios enfrente, entrega que enlaza aporte sensorial e indagación reflexiva y, solo un año después, Mi corazón no es alimento. Así toma cuerpo un discurrir fecundo, que consigue el Premio Ciudad de Burgos con La piel es periferia (2017) y queda finalista del Premio Andalucía de la Crítica con Tocar arcilla al fondo (2021). El perfil del escritor integra también la traducción, la reseña en prensa y el activismo climático desde la poesía.
   En Hueso se apunta un giro de trayecto desde la expresión concisa y reflexiva  del intimismo hacia un ángulo de visión con mayor densidad narrativa a través del poema en prosa, que muestra una continuidad temática y estilística con Tocar arcilla al fondo. El camino personal del libro Hueso integra un paratexto inicial diverso. Si la voz de Olvido García Valdés respira una hermenéutica de lo esencial, lejos de la estela enunciativa y confesional, Antonio Colinas impulsa un verso evocativo y cósmico, mientras que Gabriel Ferrater alumbra indicios estéticos del cincuenta y sus deseos de exactitud y laconismo en el trazado argumental del poema. Tras las líneas iniciales, José García Obrero enfoca el poema desde la observación. Escribe con el deseo de hilvanar percepciones. Con selecta dicción, el fluir verbal describe una secuencia imaginaria donde conviven, por ejemplo, la luz, el insecto y la interrogación; elementos conceptuales que despliegan una ecuación sin resolver que acaba fundiéndose en la hierba. Lo real muda en lo inasible intacto; perdura, permanece, se asienta en los pliegues de la memoria. Activa un parpadeo que fragmenta la luz como atinada valoración del instante. Al cabo, el paisaje acomoda sus formas; se convierte en confluencia que busca perfilarse en la intuición.
   El sujeto poético se hace consciente de la perplejidad del símbolo. Aún así, los elementos cercanos, con su textura heterogénea, asoman ante la mirada como claros en el bosque que quieren convocar a las palabras. Son exploraciones sensoriales capaces de alejar el silencio; paisajes de orfebrería ósea que las palabras vivifican. En el primer tramo, José García Obrero emplea de continuo el sustantivo hueso como una letanía conceptual que sostiene el cuerpo de lo nombrado, sea el mar, un paisaje o la fragilidad activa de una mínima fauna. La belleza está ahí, es mirada y nombre, una espiral tangible y transparente, mostrando al sol el hilo del recuerdo, un tapiz propicio a conjurar la sombra, casi una partitura.
    Los poemas no ocultan sus enigmas; tras las imágenes y las variaciones argumentales se percibe una hondura fértil de significados. En el interior de las palabras nacen secuencias, energías etéreas, como el son mudable de la música. En el apartado “Sol”, que integra tres secciones, la realidad como melodía polifónica se convierte en eje principal. Es aleatoria vibración que rompe la quietud del silencio y muestra paisajes interiores y misterios cotidianos. En ellos habitan la evocación, la pulpa vivencial de la experiencia y la claridad sensible del tiempo improvisando extrañas coreografías. El entorno despliega una sensación de patrimonio intacto abierto a los sentidos.
   La sección “Sol menor” enlaza una línea densa de imágenes oníricas: “Todo sucede en el interior infinito de una cabeza. Pero sucede…”. El contundente inicio es una clave iluminadora que advierte de ese umbral de irrealidad que deja la noche entre las manos hasta las evidencias del amanecer, más allá de esos sueños recurrentes y transitorios que a nadie pertenecen. Alrededor, solo el propósito de remover “huesos, semillas, cenizas": Un claro contraste entre fugacidad y permanencia, neblina e incertidumbre.
   Las voces de la observación perseveran, como fragmentos mínimos de una pintura, en el tramo final “Aire”.  El discurrir deja su lección vital sobre lo desvaído, como manos que sostienen un paisaje incompleto, marcado por la ausencia y la desposesión. Queda el aire y su necesario estar para la llama.
   Complejos en su empeño de búsqueda y esencia, los textos de Hueso recuerdan pigmentaciones impresionistas o acordes capaces de ir desvelando un pentagrama incompleto. Expanden fragmentos de una realidad próxima, pero cuyo significado permanece oculto, a punto de amanecida,  como un dedo en el aire, empeñado en pulsar, un día y otro, la misma cuerda, el hueso tras la arcilla, el umbral renacido del amanecer.
 


JOSÉ LUIS MORANTE





 
 
 

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