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lunes, 4 de marzo de 2024

JOSÉ LUIS PERDOMO. OBRAS ENCOGIDAS

Obras encogidas
José Luis Perdomo
Ediciones de la Isla de Siltolá
Colección Aforismos
Sevilla, 2023

 

MODULACIONES

   Experto en tecnología literaria y creador de la plataforma digital Bitácoras (2003), José Luis Perdomo (Algeciras, Cádiz, 1973) se une al momento cenital del aforismo con la entrega Obras encogidas, un conjunto de textos mínimos que despliega ironía desde el acertado título y desde la cita de entrada en alemán, que incorpora esta reflexión de púlpito de quien desconfía de la solemnidad: “(Citar en otras lenguas da un aire distinguido)”.
  Así pues, los esquejes verbales, que abren mediodía al lector, despliegan coloquialismo cercano. Son instantáneas que entrelazan inteligencia emocional, pensamiento observador y autocrítica: “¿El primer hombre? El mono más mono”. La textura reflexiva del decir conciso de José Luis Perdomo arranca con observaciones sobre el contexto más habitual, donde siempre es posible un reiterado deambular por luces y sombras: “En la librería muchos ojeadores y pocos hojeadores”, “Los libros son inofensivos. Todavía no se ha escrito uno que te enseñe lo que no quieres aprender”, “Salvo Borges, todos recurrimos al humor básico de vez en cuando”. Este primer tramo de Obras encogidas constata la fluidez de lo laborable; los asuntos funcionan como correas de trasmisión que viajan de un elemento a otro, siempre desde el enunciado minimalista, para asentar sobre el suelo de  lo diario la semilla fecunda de la lógica. Quien comparte reflexiones es un yo pensante acodado en la barra del bar. En sus palabras late un lenguaje diáfano, donde conviven la observación del territorio existencial y el civismo al que se adhieren los reflejos del escaparate, los ineludibles instantes que dispersa el viento.
  El libro es presencia continua de la brevedad entre el calmo fluir de las palabras, a veces salpicadas del humor a granel: “Algunos libros están para chuparse las neuronas”, “Me apresuré a escribir este librito al cumplir cuarenta y nueve porque dicen que la creatividad decae a los cincuenta”, “Pasada la infancia, todos vivimos del cuento”, “Por ser un olmo nadie me pidió peras”. Otras veces la caligrafía minimalista es fruto y homenaje de lector agradecido: “Lo bueno de Salvago es que nunca deja de ser Salvago”; “Juan Ramón tenía una mala leche maravillosa”, “Huidobro, un plagiario entre plagiarios”, “Qué alivio recordar cada tanto que nada me pertenece. Gracias, Cioran”. O este otro que tienen un entrañable destinatario personal: “la poesía mayor puede dejarte, literalmente, sin aire; y la menor sin aliento. (A Karmelo C. Iribarren.)”. También es frecuente entre los estratos reflexivos, el metaforismo, esa interrogación del texto mínimo cuando se mira en el espejo para leer la incierta razón de las palabras: “El aforismo cuanto más largo más cortito”, “Que el aforismo es un género parece no suscitar hoy ningún género de dudas”, “Los grandes aforismos no terminan en punto sino en punta”, “El aforista devuelve sus capturas al río”, o esta convicción que parece poner punto y seguido a los signos encendidos del género: “Definir limita, pero cada nueva definición de aforismo no hace sino ensanchar su significado”.
   Los signos encendidos de la realidad dejan la sospecha de que no hay preguntas suficientes, más allá del cuestionamiento estéril. El equívoco lastre sigue formulando nuevas dudas y paradojas; sondea con frecuencia el poso cultural de la religión, con Dios como protagonista en primer plano, siempre con el dibujo de la silueta humorística o irónica: “No consuela saber que el mal es un mal necesario”, “Difícil conocerte a ti mismo, tratándote de usted”, “Ya verás cuando Dios se despierte de la siesta”
  Toda verdad requiere siempre un periodo de tanteo. En la escritura aforística de José Luis Perdomo el escepticismo es esa sombra indefinida que acompaña al sujeto en el aprendizaje de su educación sentimental. Los aforismos de Obras encogidas van y vienen con claridad introspectiva; el lenguaje se hace transparencia. Es un paraguas compartido para eludir la lluvia liviana que pone frío y tos en la epidermis.   

  

José Luis Morante   




      

jueves, 28 de abril de 2022

JAIME FERNÁNDEZ. EL ESPECTADOR EN LA CAVERNA

El espectador en la caverna
Jaime Fernández
Ediciones La Isla de Siltolá, Aforismos
Sevilla, 2022

 

SOMBRAS AL PASO


   Jaime Fernández (1960) ha protagonizado un largo itinerario ensayístico en torno a voces singulares del canon como Miguel de Cervantes, W. Shakespeare o Thomas Mann. En 2013 compiló una lectura fragmentada de citas y pensamientos lacónicos desgajados de las páginas narrativas de Por el camino de Swann para conmemorar el centenario de su publicación. Este contacto con la escritura concisa alentó su propio minimalismo expresivo, expandido en los títulos Maniobras de distracción (2018), con el que consiguió el I Premio internacional de Aforismos La Isla de Siltolá, Centinelas del sueño y, en el curso del presente año, ya superado el estar ensimismado de la pandemia,  El espectador en la caverna.
   La inclinación natural a lo reflexivo está presente desde el título, un explícito homenaje a Platón. Los aforismos germinan en ese espacio de penumbra y sueño que alza la realidad, como marco de presentación, ante una sensibilidad dubitativa y en vigilia. La naturaleza del tiempo digital ha succionado casi todos los signos que configuran la identidad colectiva: “El espectador ha reeemplazado al hombre de acción. Hoy cualquiera pasa más tiempo viendo una pantalla que haciendo algo”. No le falta razón al aforista, como se constata en los desplazamientos en los transportes públicos o en la forma de presenciar cualquier acontecimiento deportivo o social por los ojos de la tecnología en vez de la mirada directa. Esa nueva manera de percibir lo exterior envejece con suma rapidez el pasado que, cada vez más, parece un asunto onírico. La naturaleza vela su estar, como si nuestra civilización solo propiciara erosión y desgaste: “La naturaleza va a lo suyo y nosotros a lo nuestro”; el intimismo nos somete a un continuo estado de incertidumbre en el que la propia identidad también constata su vocación de enigma; ese desconocimiento propicia un copioso diálogo con las preguntas de siempre y propicia la puerta franca a la imaginación, sin duda el mejor modo, de hacer más habitable lo real.
   El libro de aforismos es caótico por naturaleza; se empeña en rastrillar el suelo parvo de lo diverso; su forma de caminar nunca es el atajo sino la divagación, los tanteos de un pensamiento proteico que asocia la claridad del autoconocimiento con las incógnitas asentadas de los parásitos de la memoria y con esos apuntes sensoriales que redacta la sensibilidad. Todo está ahí y de todo deriva un hilo suelto que conduce al ovillo lacónico: “Se necesita la ilusión para vivir. Es el impulso del comienzo, cuando las fuerzas se hallan en su esplendor y el tiempo y la fatiga aún no las han desgastado”, “Las costumbres terminan donde empiezan las preguntas”, “cada cual tiene su propia manera de engañarse. También aquí cuenta la experiencia".
   La extrañeza es el estado natural del espectador, cuando se ubica en el tiempo a cierta distancia. En su mirada fragmentaria toman asiento formas y colores, impresiones y puntos de vista. Así se moldea un espacio de afirmación del yo y una manera de pensar: “Raíces errantes en busca de suelo en el que arraigar”, “La sinceridad exige al individuo ser uno y el mismo constantemente, lo que explica su fracaso. Nadie es sincero todo el tiempo”.
  Los inciertos pasos de la actualidad conforman un amplio semillero en la conciencia. El yo se empeña en clarificar y percibir, tantea las sombras de las cosas, reconoce superficies y espejismos. Sabe que el ahora tiene un nomadismo continuo, que trastoca el orden natural de la quietud y la permanencia del pasado. El devenir cambia y en él cambia también el propio yo, su manera de conformar el relato desde el lenguaje: “Lo que se dice ahora ya se dijo antes. Lo dicho volverá a decirse. Lo que se diga en el futuro se habrá dicho en el pasado. En cualquier caso, se dirá con palabras diferentes”, “La normalidad se revela engañosa no cuando se resquebraja sino mientras dura”, “La verdadera vida transcurre en los alrededores, en la periferia del centro, donde parece que ocurre todo”.
   La voluntad del sujeto verbal incide en el papel del narrador omnisciente. Sabe que en la exploración del discurrir hay que convertirse en espectador, porque solo desde la distancia es posible a la individualidad una contemplación ensimismada y con estados de ánimo tornadizos. En El espectador de la caverna asoma vivo y pleno el mundo respirable  del sentido común. Los breves abren el manual de instrucciones de la razón para entender un territorio existencial paradójico que es al mismo tiempo fugacidad y permanencia. Los pasos del pensamiento muestran su desorden, ese azar ilusorio que deshoja la vida y la convierte en lección y en elegía.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 

 

jueves, 13 de enero de 2022

JUAN VARO. EL DEMONIO MERIDIANO

El demonio meridiano
Juan Varo
Cuadernos del Vigía
Colección Aforismos
Granada, 2021

 

 JUEGO DE ESPEJOS

 

  Quienes se adentran en las zonas expandidas del aforismo contemporáneo, ubican de inmediato la posición central que tiene Juan Varo (Granada, 1969), Licenciado en Derecho y Filología Hispánica y Doctor en Filología Hispánica, en el cultivo de la escritura lacónica y en el análisis de sus coordenadas estéticas. El profesor granadino comienza a practicar el minimalismo verbal con la entrega Jugador de ventaja (2000), obra ganadora del Premio Genil de Literatura en su quinta convocatoria. Era una sugestiva indagación sobre las preocupaciones esenciales del sujeto en el brumoso transitar de la existencia. El siguiente paso, Desaforado (2002) reúne un compendio textual dedicado al profesor y poeta Antonio Carvajal, y la tercera amanecida aforística es Mudo pez en el mar (2011), libro que integra como cierre algunos enunciados autobiográficos del diario personal. Una década después, el corpus de Juan Varo añade nueva estación, El demonio meridiano, en Cuadernos del Vigía, editorial que impulsa uno de los catálogos más relevantes dedicados al lenguaje conciso.
  La muestra afila la tarea concisa con un título llamativo cuya génesis recuerdo, sumidos todavía en los efectos secundarios del tiempo de pandemia. La expresión nace en la alta edad media, a mediados del siglo V, cuando las horas del mediodía convierten el calor en un semillero de somnolencia, tedio y apatía que anula la voluntad  de frailes y monjas y permite el maléfico influjo del diablo. El aserto se ha empleado también para recopilaciones de cuentos de terror y fantasía, un género muy cercano a los intereses ensayísticos del profesor Varo.   
   Sin umbral introductorio, la entrega comienza con un maravilloso texto admonitorio: “Lo bueno de la estupidez humana es que es inconstante”. Desde esa justa dimensión de un aforismo de molde clásico y calado ético los fragmentos integrados en el primer tramo escogen en su sincretismo la estela del apunte moral: “Los malos tiempos no nos preparan ni nos mejoran; solo nos avisan de los peores”, “El que llega tarde, no llega nunca”, “Nadie es lo que necesariamente no puede dejar de ser. Solo somos verdaderamente en lo accidental”. La voz enunciativa traslada su mirada a un puñado de estratos que dibuja una percepción fragmentaria de la realidad: la política, la filosofía social, los entrelazados sentimentales con su ineludible carácter transitorio, la literatura y el entorno cultural, o la inercia cotidiana. Son núcleos de reflexión que dan pie a claves argumentales sobre las que el pensamiento siembra indagaciones y encuentros.
   Curtido en lo paradójico el aforismo nunca es complaciente con el gregarismo. Seducido por la brevedad recuerda  que “En su momento de plenitud, las culturas producen sabios; en su decadencia, filósofos; en su podredumbre, intelectuales.”; por tanto, corresponde la humildad en la mirada y el alejamiento de cualquier podio dogmático para que el yo participe en el juego de espejos de la identidad. El sujeto pensante habla de todo, sin ilación, debe verse en sus habituales condiciones de normalidad, haciendo esa lectura personal, clarificadora y honesta. La razón alerta el activismo de la inteligencia y la sensibilidad, deja en quien se mira la verdad de uno mismo. Esa obra abierta del estar conforme  que percibe, sin arrebatos, en el manso silencio de las cosas, la propia biografía: “El amor de mis hijos, el desnudo de la mujer, tres o cuatro recuerdos, algunos cientos de libros, películas y discos y cada uno de los días que paso contigo. Solo por eso”.

JOSÉ LUIS MORANTE


    

jueves, 17 de mayo de 2018

SOBRE LOS AFORISMOS DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
Archivo personal del poeta

EL YO TOTAL


   En el tramo final de su biografía, cuando ya contaba setenta y tres años de edad,  Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958) planeó con empeño una organización cerrada para encajar en su interior el corpus completo. Tendría como título METAMÓRFOSIS –así acentuado, preservando el origen griego del término y su significado de mudanza o transformación- y abarcaba en el despliegue siete libros según los géneros literarios compilados: LEYENDA, HISTORIA, POLÍTICA, CARTA PÚBLICA, IDEOLOJÍA, TRADUCCIÓN y COMPLEMENTO.
   La tarea comprendería una experiencia de escritura de casi seis décadas, desde 1896 hasta 1954, que daría fe de una labor definitiva y verdadera, donde nada quedaría al margen: “Mi obra, como el mundo, que pretendo recrear en ella, es una obra de conjunto, una unidad que puede gozarse en sus más mínimos detalles: florecillas, arenas, burbujas”.
   Con una creatividad de ritmo fuerte e íntima voz autoral, había multiplicado bifurcaciones; el concepto de obra total estaba abierto a cambios y renovadas versiones por el afán perfeccionista y un agudo sentido autocrítico. Las revisiones estrenan títulos, reordenan libros y acumulan redacciones últimas, lo que justifica la sensación frontal de abordar un laberinto bibliográfico. Tal disciplina correctora se pone de manifiesto en abundantes aforismos: “Mi mejor obra es mi constante arrepentimiento de mi obra”; “La perfección en la realización de mi obra ha estado en un cambio constante de opinión durante veinte años”, “Para que mi yo completo esté contento de mi obra, necesito que mi mitad consciente depure, mida, defina, fije lo que ha creado mi yo subconsciente”; “Soy un metamorfoseador. Mi escritura es metamorfosis como mi naturaleza y la Naturaleza”. Esta decantación por lo mutable se asume como fatum y perdura en el quehacer de una ontología laborable: “Soy el mártir del perenne proyecto fugitivo”. Así va puliendo el magma de borradores donde se diluye inadvertida la travesía biográfica. El quehacer da sentido y justificación a la existencia; lo escribe sin contrastes: “Yo soy poco amigo de datos y de fechas. Me gusta considerar al poeta muerto en su obra y no me interesa mucho la leyenda ni la historia de su vida, ya que la leyenda y la historia se mezclan y acaba por formar del poeta un ente que nunca es superior a la propia obra”.

(Extracto del prólogo de Aforismos e ideas líricas)



martes, 28 de noviembre de 2017

CONTEMPLACIÓN

Selva de Kanchanaburi
 (Tailandia, 2017)
Fotografía de
Adela Sánchez Santana


CONTEMPLACIÓN


Solvente y plena, la realidad es simultánea al texto.

Ciudades y libros comparten la voluntad de ser refugios y las razones para el regreso.

La escueta precisión del aforismo pone al pensamiento entre costuras.

Soy un lector disperso que ensaya siempre alternativas para regresar al mismo libro.

Perdido en la geografía de tu cuerpo.

El optimista define el caos como una narración abierta.

(Del libro Motivos personales, Sevilla, 2015)