LA POESÍA DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ
Camino de ningún final
José Luis Martínez
Edición y prólogo de Vicente Gallego
Renacimiento, Sevilla, 2013
La recopilación Camino de ningún
final lleva un cordialísimo prólogo del poeta Vicente Gallego. El texto
introductorio, aunque no sortea el análisis textual ni los comentarios sobre el
material poético, evoca un recorrido de afectos e ilusiones; también comenta
las duras circunstancias biográficas de José Luis Martínez (Valencia, 1959),
claros condicionantes del silencio tenaz de estos últimos años.
La labor literaria del poeta valenciano arranca en 1986, cuando se edita
su entrega auroral Culture Club. El aserto
está lleno de connotaciones musicales de los años ochenta; es la época en la
que la banda británica Culture Club imponía
en los escenarios sonoros de media Europa su estética glam y trasgresora. El poemario era un aviso para navegantes, aunque
en Camino de ningún final aquella
denominación muda su título por el de una sección de aquel libro: El concepto de autor. En los poemas,
escritos entre 1980 y 1986, predomina una escritura incisiva e irónica que,
tras un aparente confesionalismo, recurre al ludismo en la recreación de un
balance vivencial, despojado de trascendencia. Habitamos una realidad anodina,
alzada con materiales humildes.
El segundo libro, al préstamo de Cortázar añade el nombre de la amada. En
Pameos y meopas de Rosa Silla hay un
hilo argumental compartido: el sustrato amoroso. El tejido sentimental
convierte a quien se ama en destinatario único de la voz. Las palabras conforman
un largo soliloquio fragmentado en el que predomina, como sucediera en la
primera entrega, la expresión prosaica y el coloquialismo exento de sensiblería;
el amor pone los pies sobre el suelo y se rebaja a un murmullo mental desnudo
que busca un refugio contra el tiempo.
Tras casi una década de silencio aparece Abandonadas ocupaciones, tercera salida de José Luis Martínez.
Reanuda tarea con un verso más reflexivo y con una mayor amplitud temática.
Abundan las fotografías del entorno, de esos elementos delimitados que el
discurrir diario deja ante la lucidez de nuestra retina, ya sea un viaje –
Estambul-, un perro, un cuarto de baño, o una digresión sobre el propio
quehacer escritural, escurridizo y desvaído, con tendencia a ser olvido y
ceniza.
El último tramo poético, el que representan los libros El tiempo de la vida y Florecimiento del daño es el mejor
representado en la antología. Es lógico; la escritura se va ajustando al
devenir vital y se hace su reflejo; es más fácil el propio reconocimiento en el
presente. El tiempo de la vida es un
cuaderno de campo sobre lo perdido; en sus poemas habita la elegía, esa voz que
recuerda las cosas diluidas en la memoria, que deja en la conciencia la
sensación de una vida breve y transitoria. La última salida, Florecimiento del daño, adquiere un tono
reflexivo e intimista; sondea la identidad del sujeto a través de la azarosa
aportación de esas presencias que nos salen al paso y son capaces de ahuyentar
el letargo y ese estado de apatía que se deriva de lo rutinario.
La poesía de José Luis Martínez se viste en ocasiones con la humilde
apariencia de la prosa, deja en el cenicero el humo de las metáforas para
definirse como una anotación vivencial, sin afirmaciones trascendentes, sin la egolatría
del que se empeña en dibujarse nítido y solemne en las palabras. Versos sobrios
para esa línea gris que marca senda hacia ningún final, que buscan la verdad en
el fondo de un vaso de cristal.
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