lunes, 28 de julio de 2014

EDUARDO GARCÍA. POESÍA Y PENSAMIENTO.

Las islas sumergidas
Eduardo García
Cuadernos del Vigía
Granada, 2014
POESÍA Y PENSAMIENTO

    En el pulso literario de Eduardo García (Sao Paulo, Brasil, 1965) se entrecruzan dos dimensiones complementarias: la poesía y el pensamiento filosófico. Ambas vertientes de la sensibilidad creadora mantienen relaciones de influencia recíproca y están presentes en el libro Las islas sumergidas, una compilación aforística que llega a las librerías, impulsada por Cuadernos del Vigía, casi al mismo tiempo que otra obra del autor, el poemario Duermevela, ganador del XXV Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla.
   Vivimos un tiempo áureo para el aforismo, así lo constatan algunas antologías y el nacimiento de colecciones monográficas sobre la práctica de un decir breve, cuyo formato conceptual tiene lindes difusas. Y en esa clave reside gran parte del encanto del género. Lo escribió F. Nietzsche, cima de esta escritura fragmentaria: “Un aforismo cuya forja y cuño son lo que deben ser no está aún descifrado porque se le haya leído; muy lejos de eso, pues la “interpretación” entonces es cuando comienza ". El poeta, consciente de esa indefinición, comienza sondeando la naturaleza de esta escritura con cuatro aforismos que miran su propio reflejo especular; resalta por su acierto el que sigue: “El aforismo es un turbio fogonazo. Nunca alcanza a explicarse. Pero quema”; tan preciso testimonio contiene efectos secundarios enaltecedores: la intensidad de su fuerza para esclarecer, su capacidad para reavivar cenizas y esa estela emotiva que deja en la conciencia el  rastro de su paso.
   En la travesía de Las islas sumergidas Eduardo García prefiere la brújula, aglutina sus  textos bajo nubes que abarcan idénticos intereses y cobijan estelas o variables derivadas de un hilo argumental semejante. Una palabra cernudiana, “El deseo” sirve de enlace  al primer grupo de aforismos. El deseo es una estrategia perfecta contra el ensimismamiento y el solipsismo; impulsa hacia el otro, conmina a abrir nuestras percepciones hacia la alteridad, dibuja corrientes para que la voluntad puede seguir su cauce. A veces ese deseo sea un espejismo: “Creemos desear objetos o personas y en realidad corremos tras fantasmas. Objetos y personas nos son desconocidos. Tan solo nos seduce el resplandor de su reflejo en nuestra fantasía". El escritor despliega un amplio tratamiento sobre el motivo, siempre expuesto a la contingencia y al ser temporal; con frecuencia bajo el deseo se esconde la mentira de lo ideal.
   Ya se ha comentado que los aforismos nunca caminan en línea recta, ni bajo los trazos de un itinerario previsible; su escritura se deja llevar por la corriente. El apartado “En cuerpo y alma” sondea el sustrato de la identidad; en él está presente la noción de extrañeza, ese yo dubitativo en el que se repliegan tantas incertidumbres; un aforismo deja una clave de uso que permite reconocer la convivencia entre materia y espíritu: “Somos la estela de un sueño que la materia se empeña en despertar”.
   Las nubes bajas de lo cotidiano emergen en el tercer apartado, “Estado de cosas”. El yo verbal está condicionado por el ruido de fondo de lo colectivo; lo cotidiano expone los claroscuros del ser social y sus contradicciones. La fisonomía de época alumbra un laberinto en el que se arrinconan comportamientos, actitudes, la estridencia de la moral pública y los ecos del chisme y el rumor que tanta atención concitan en los medios de comunicación. Es el apartado con una mayor carga ética.
   En el tramo final del libro la escritura retorna a casa y se concentra sobre sí misma para percibir los itinerarios estéticos que rigen su caligrafía. Cada autor alumbra un ideario estético. Las palabras buscan sitio, se conceden un propósito significativo, se diversifican para trazar las líneas que reflejan la imagen del creador: “desentrañar la realidad es vislumbrar en su callada superficie nuestra huella”. De estas tentativas nace el poema, el chispazo del aforismo o el argumento inolvidable que conduce la buena prosa.
   Hasta la fecha, Eduardo García era un poeta reconocido y un autor ensayístico. Ahora deja una nueva faceta, la de aforista. No alumbra un compromiso circunstancial con el género; sabe que el aforismo ilumina un amplio campo expresivo, que los buenos aforismos aman la paradoja y dejan sobre la mesa la carga significativa de su parquedad.

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