Quizá el fervor Miguel Floriano La Isla de Siltolá, Tierra Sevilla, 2015 |
QUIZÁ EL FERVOR
Nacido en Oviedo en 1992, Miguel Floriano fecha su primer paso lírico, Diablos y virtudes, en 2013. Inicia
entonces un quehacer sostenido que prosigue con dos nuevas entregas, Tratado de identidad y Quizá el fervor, de las que anticipa
algunos poemas en revistas como Círculo
de poesía, Anáfora y Estación Poesía. Junto a esta producción
lírica, inicia otros géneros como el ensayo o la crítica en las que va enunciando
señas identitarias y los trazos de una sensibilidad personal, en la que la
cadencia versal tiene un claro enlace con la música.
El libro Quizá el fervor
arranca con una cita de Pedro Salinas, uno de los magisterios consagrados de la
lírica amorosa, y pone como pórtico de su trama escritural la composición “Para
cuidar de mí”. El poeta emplea en ella la forma dialogal de una segunda
persona, un discurso implicativo en la que podemos suponer como interlocutor
cercano al mismo yo desdoblado: “Recuerda que, una vez consagrada en la
materia, / una vez desprendida de su pálpito, / tu pasión ya se vuelve la de
todos / los hombres y mujeres, inaudita, luminosa. / Recuerda que al silencio
pertinaz / de tus revelaciones, recto artífice, / se asoma lo increíble de este
mundo.”
En esa reflexión, el canto se
define como una pasión, como una luminosa posesión personal que las palabras
aventan para que sea compartida y se haga símbolo de claridad y posesión. Eso postula el título del siguiente apartado
“Ofrendas” que arranca con un soneto introspectivo. La estrofa clásica se
ajusta a un viaje interior que enumera cualidades del ser frente a la realidad;
estar exige respuestas y actitudes. La existencia es un recorrido que aporta
indicios , un dominio de soledad que el tiempo explora y alimenta con
sentimientos nuevos que cubren al yo de
voluntad y fortaleza, de inquietud y de búsqueda.
En estos primeros poemas se percibe el empeño de la voz verbal en
emplear una dicción de corte clásico, una estrategia comunicativa que suena con
el tono de voz de lo solemne. Esa atmósfera de objetividad distanciada se
contrapone con el uso de la ironía en los títulos poemáticos, que da pie a un
coloquialismo matizado por la cercanía. Sin embargo, prevalece el taller de
autor pertrechado de un buen acervo lector que permite incluso romper el
silencio de Lope de vega y modular su voz para que suene renovada y no sea
único patrimonio del vacío; el poeta regresa en un simulacro de existencia, es
el protagonista tenaz de una quimera. Otras veces la palabra mira las huellas
del pasado con mirada elegíaca para recorrer la distancia del tiempo: aquella
amanecida de la infancia que daba al ser una percepción nítida y auroral poco a
poco se va mudando al claroscuro de la realidad para dar paso a otra persona,
al ojo adulto que sondea en las aguas turbias de un tiempo de inquietud.
El libro toma el título de un poema homónimo, “Quizá el fervor”. De
nuevo se plantea una identidad dual en la que el yo dubitativo y frágil se expone ante un callado interlocutor que
acumula cualidades ejemplares. Quien escucha es valiente, tiene el ánimo
proclive a la respuesta sosegada, aconseja oír el cauce limpio de la música o
buscar la forma adecuada al verso, tiene una personalidad que habla de primavera
y paseo por un paisaje proclive al asombro.
De esa fusión paradójica entre identidades complementarias nace un
optimismo existencial que hace del amor y la pasión razón de ser del poema,
respuesta válida para poner los días en un eje de simetría y pulso firme. Pero
la soledad nunca desaparece, es una respuesta de la sombra, una herida proclive
a mostrar su cicatriz en el trayecto de la amanecida: “Al suave y melancólico
compás / de los paisajes sucediéndose, / se comprende que todo es lejanía “.
El poemario se completa con otras dos secciones. La primera, “Método del
canto” sondea el entorno, descubre el inaudible lenguaje de lo diverso, ese
discreto latido que convive con lo estridente sin que apenas deje rastros de su
paso, como si fuese imagen cierta de lo efímero que apenas se redime en el
poema. En ese estar al margen, el llanto desolado de un niño, el pensamiento
que anticipa la fugacidad de lo vivido, los virajes de la soledad, o los
tenaces fantasmas que resisten entre las sombras de cada existencia.. Por
último, “Pavesas”, un apartado que emplea en ocasiones el poema en prosa” pone
el colofón con un grupo de poemas que deja sitio al mapa del pasado. Aunque la
voluntad niegue su tránsito el pretérito abre su cicatriz para mostrar sus
pasos cumplidos, henchidos de vivencias que postulan los ecos de otros días.
Quizá el fervor deja en sus
versos las certidumbres de lo existencial, el viaje cumplido de una exploración
del yo sobre los sentimientos y su hábitat natural en las palabras. Lo dice Miguel
Floriano con lúcida voz en el poema “Hablar por hablar”: “… Hablo / de la
soledad que jamás perdona a quien se ha ido. Hablo / del corazón como un ruido
de llaves “.
Mis disculpas a Miguel Floriano por confundir el año de edición de "Diablos y virtudes", amanecida del poeta editada en 2013. Ya está corregido. Y mi gratitud por su interés en este blog y por su vitalismo literario. Sigo aprendiendo y con la alegría de contar cerca con unos cuantos lectores y unos cuantos amigos. es mucho: lo mejor que deja la literatura.
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