El dinero es un perro que no pide caricias Ángel Petisme Premio Miguel Labordeta 2015 D. de Educación, Cultura y Deporte Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2016 |
DENUNCIA Y COMPROMISO
Cuando recorro las calles literarias de Ángel Petisme lo hago siempre
con la imagen del poeta junto a una guitarra, como si no fuera posible entender
la textura de su obra sin el tacto firme de la música. Y recuerdo de paso
aquella reflexión de Juan Ramón Jiménez
recogida en Ideolojía, título global
de sus aforismos: “El paisaje del músico está todo hecho de vagas ondas líricas
que van y vienen; el del poeta tiene la imprecisión del ensueño de las
palabras”. Así que el aragonés unifica una realidad creadora implicada en esa
doble condición.
No sorprenderá al interlocutor habitual de Ángel Petisme el uso de un rótulo
tan explícito para esta entrega, El
dinero es un perro que no pide caricias. En su médula está la aseveración
de un modo de vida que hace de lo material el centro giratorio de la
existencia. Así funcionan los engranajes aceitosos de la sociedad capitalista
que basa su fulgor en la desigualdad social y en la concentración de la riqueza
en unas pocas manos, unos protagonistas jerárquicos que, además, tienen el
control político, social e informativo de toda la estructura colectiva. Esta
situación mantiene un equilibrio moroso que solo despierta con la denuncia y el
compromiso activo. Y a ello se aplica en palabras y poemas Ángel Petisme, para
quien el lenguaje no es un florecer de enunciados gratuitos sino una toma de
posición, el suelo de cultivo donde cavar trincheras reivindicativas.
Así lo constata, sin aderezos retóricos pero con un amplio bagaje
culturalista, esta salida reconocida con el Premio Miguel Labordeta. El libro
aglutina cuatro composiciones largas que sugieren ciclos estacionales
narrativos. El de amanecida “Un minuto caliente” –título de una canción de Red Hor Chili Peppers- es un largo recorrido
personal en torno a la música como gesto activo y a sus principales
protagonistas, según mantiene el cristal transparente de la memoria del poeta:
los versos miran el gastado traje de la historia para hallar el principio de esos
desajustes que generan, desde su amanecida, sábanas de sombra y oscuridad
sostenida. El paso argumental traza una senda, deja al descubierto las voces de
los que iniciaron desde la música un largo lamento acusatorio, un mantra plural
que suena en el tiempo entonado por gargantas que forman parte de un único coro.
Nadie se queda solo porque suena una voz de multitudes, un reguero de música
que llena el camarote de la soledad, mientras enseña que los trovadores
perviven, aunque no estén, como si fueran impasibles compañeros generacionales,
las mejores mentes, las que abren senda para que otros prosigan en la búsqueda
de sensaciones para ser felices, al menos por un día. Un discurrir del tiempo
hecho canción que asiente a pronunciar las sílabas culpables de una verdad
furiosa, que parece sin más un largo aullido contenido en la letra de una
canción lejana: Tu sueño del futuro es un
proyecto comercial.
Si el primer poema era una larga evocación de
nombres propios que hicieron de la música una estrategia de resistencia activa,
el segundo, “Dinero y poesía” proclama un análisis que contrapone dos
realidades antitéticas cuya naturaleza es un vivero de confrontación continua.
Dinero y poesía se miran con desprecio y solo se soportan si cada una de ellas
cierra los ojos y respira en otra parte. La poesía –la verdadera poesía, no la
complaciente palabra lírica de los adaptados- busca un espacio atemporal e intangible,
mientras el dinero asienta su fortaleza en lo matérico y en la complicidad de
un submundo infectado. Entre las dos quedan al paso sus estrategias de
afirmación sobre las que cada conciencia debe definirse, sin interferencias.
En esta inmersión en el acontecer del dinero que va gestándose en las
distintas civilizaciones desde el metal noble hasta el papel, también hay sitio
para lo autobiográfico y para la evolución mudable del lugar propio. La
revolución en cualquier faceta de la creación o de la existencia pasa por la de
uno mismo como afirmaba Wittgestein: “revolucionario será aquel que pueda
revolucionarse a sí mismo”.
El poeta forma parte de un entorno crecido en el acontecer. Zaragoza es
lugar colectivo que en sus etapas ha ido acogiendo el laboreo de pueblos y
civilizaciones hasta construir una gran babel donde el presente es reflejo
tedioso de los mismos desajustes que muestran otros sitios. La ciudad requiere
hacer sitio a la utopía y poner en sus calles un sitio al sol, renacido y diáfano
como un monte perdido antes del diluvio que ha borrado de sus muros cualquier
síntoma de decadencia. Conviene reencarnarse en el espíritu de Rimbaud y
Baudelaire, modelos del espíritu decadente, y protagonizar esa ruptura con lo
viejo y manido y asumir ese afán de contenido social de la escritura que
reivindica el compromiso del poeta con su tiempo histórico.
Esa belleza gastada por el tiempo, como el cabo de una vela, de la
ciudad deshabitada se contrapone con el
hermoso plano urbano de Venecia, paradigma de celo arquitectónico. Así la
ciudad se convierte en destino final para la huida que permite ausentarse del
tiempo y escuchar sus ecos como si fuera una gran ilusión, un espejismo ajeno a
lo real en el que es posible no morir de belleza sino de verdad.
Cierra el libro un título propicio a la estridencia, “Revolución”. La
voz verbal no quiere que su sonido llegue mitigado y escueto hasta la página
sino que se convierta en pancarta y recorra las calles del siglo XXI. Los
versos proclaman su homenaje a los días de acampada en Sol y a aquel espíritu
que inundó las aceras de Madrid para proclamar su ilusión por un cambio real y
una sociedad distinta en el que las voces proclaman a coro que “sí se puede”,
desde una crítica severa y expresada con un lenguaje cotidiano: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos
dormir, / decía una pintada junto a
la boca / del metro. Dormimos bien poco
aquellas noches: / estábamos soñando el futuro con los ojos abiertos”
El dinero es un perro que no pide
caricias es una cuerda tendida entre el compromiso y la revolución. Sus
versos no quieren asentarse en el cuerpo de letra de la página escrita por la
caligrafía del sosiego que habla de integración y conformismo. Busca un muro
donde dejar su aullido, donde asentar las huellas de un tiempo marcado por la
crisis, que excluye, ignora, y desahucia. La de Ángel Petisme es una poesía en
voz alta, una riada expandida y fuerte, con una profunda veta de humanidad, que
pone de relieve el empuje incansable de una conciencia activa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.