viernes, 27 de enero de 2017

ANTONIO JIMÉNEZ MILLÁN. CIUDADES

Ciudades  (Antología 1980-2015)
Antonio Jiménez Millán
prólogo de
Luis García Montero
Renacimiento, Sevilla, 2016 

RINCONES Y CIUDADES


   En las palabras previas de Luis García Montero se percibe la visión certera de quien ha compartido amplios tramos del recorrido existencial y los parámetros del ideario estético. De este modo, el prólogo adquiere el aire de veracidad de quien se ubica  en la memoria, en ese punto de equilibrio que entrelazan amistad y poesía, sensibilidad literaria y sabiduría crítica. Es la mejor estrategia para adentrarse en la intensidad lírica de Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954), catedrático de Lenguas Románicas en la Universidad, que deja en Ciudades un selecto muestrario de su andadura lírica.
   La vocación poética arranca a mediados de los años setenta y, aunque sea en clave de narración anecdótica, creo necesario recordar dos demarcaciones que escenifican la perspectiva. Es el tiempo histórico de las postrimerías del franquismo. El dictador agoniza y la sociedad se debatía entre el asentimiento continuista y la actitud crítica y contestaría para salir del túnel de la dictadura. Era también el vuelo libre del esteticismo novísimo y la superficialidad evasiva. En ese contexto se despliega el primer ciclo, formado por tres títulos: Predestinados para sabios (1976), Último recurso (1977) y Poemas del desempleo, que se publicó en 1985 pero que contiene poemas escritos en los momentos iniciales de la Transición. La escritura absorbe la luz de la calle, ese claroscuro entre el desasosiego y la esperanza de otra amanecida. Lejos del creador ensimismado, Antonio Jiménez Millán se integra en “Colectivo 77”, núcleo contestatario que da pie a la antología La poesía más transparente, donde se expresa con verbo plural el rechazo hacia la mansedumbre domesticada de la cultura oficial.
   Esta etapa con inquietudes estéticas afines al realismo social y al compromiso político encuentra lugar en La mirada infiel, una antología que abarca desde 1975 a 1985; la selección se reedita en el cierre de siglo ampliada con nuevas entregas y con algunos inéditos. En cambio, Ciudades elige como paso inicial Restos de niebla donde la inquietud por lo colectivo es sustituida por el intimismo confesional y por la percepción del paisaje urbano como espacio anímico.
   Ventanas sobre el bosque, editado en Visor en 1987, tras conseguir el IV Premio Rey Juan Carlos de Poesía,  es uno de los títulos cimeros del escritor. El él cristaliza la voz de la conciencia y su lucha tenaz contra el olvido. En los poemas retornan los gastados fragmentos que se quedan a solas en el espejo fiel de la memoria. Como si fuese un escueto inventario que se evoca con lucidez extraña, las imágenes perduran y confirman las mutaciones del sujeto, ese perfil distinto que comparten soledad y costumbre.
  Con un título que recuerda el relato de Cortázar, Casa invadida comienza la andadura de los años noventa, ese tiempo de plena exaltación de la etiqueta “poesía de la experiencia”. A esa sensibilidad figurativa se adscribe la voz verbal que llega con trazo firme y comunicativo. Los argumentos difunden mínimos relatos por los que se mueven personajes deambulando en una cronología enigmática, como esas presencias calladas que pueblan los lienzos neorrealistas de Hooper. Todo parece aguantar el cansancio de una tregua a punto de romperse. En este libro se integran algunos poemas en prosa, una forma muy poco utilizada por el autor.
   Casa invadida difunde una poesía evocativa en la que los versos se hacen vigilantes testigos del discurrir; su entorno deja la puerta franca a la luz desorientada, a esa claridad de sueño y frío que se posa sobre las cosas. En ellas se refleja el acontecer cansado de lo temporal antes de disolverse en la grisura. Alguna evocación adquiere el signo de lo personal, como si la conciencia del protagonista textual buscase recuperar significativas vivencias marcadas en los muros del recuerdo. Así sucede con el poema “EL Otro laberinto (J.L.B.)” donde se recrea una visita de admiración a la casa de Jorge Luis Borges, compartida con Luis García Montero, en la que se hace un retrato repleto de humanidad del maestro argentino; lejos del púlpito de lo solemne, quien escucha sus palabras no es un mito viviente; es un hombre común de mirada vacía que va dejando en sus palabras ironía y el discreto cansancio de quien recorre el mapa irregular de la existencia.
  De este poemario es bueno recalcar la preocupación formal sostenida para introducir en sus poemas variantes estróficas como el soneto, en “Cantor de jazz”, el poema en prosa, en la serie dedicada a pintones contemporáneos,  o el uso de la rima en “Les beaux quartiers”.
   Agrupa Inventario del desorden  una etapa finisecular de casi una década. Esa percepción de un cierre de siglo y de sus mutaciones que exige replanteamientos existenciales es la característica más relevante del conjunto; es tiempo de hacer inventario, de hacer recuento de pérdidas. El libro se abre con una composición excelente, “Dominio de la herrumbre” un largo poema que a través del monólogo dramático rastrea la educación sentimental y la figura paterna a través de esos gestos que funcionan como balizas para el recuerdo: fotografías de la posguerra, los recuerdos comunes de libros que abrieron la geografía del sueño como “El maravilloso viaje de Nils Holgersson, (1906), la fantasía narrativa de Selma Lagerlöf. El poema en su avance recuerda a magisterios como Jaime Gil de Biedma y su forma de afrontar el trasvase generacional y las mutaciones ideológicas.
  Otro poema relevante, “Calma aparente” se editó en su día como cuaderno autónomo con fotografías en blanco y negro de Ignacio del Río. En él se da voz al presente como un tiempo de dudas en que el pasado siempre instala una habitación con vistas.
   En este inventario que siempre busca su peculiar equilibrio entre olvido y memoria la muerte se define como un concepto central. Está en el poema “El día de la muerte de Allen Ginsberg”, cuyo rostro escenifica los trazos generacionales de un tiempo contradictorio en el que fue una de las figuras más notables de la generación beat y la contracultura. Aquel último superviviente en cuyos versos cabía todo el cóctel de la protesta falleció de cáncer el 5 de abril de 1997.  Otro homenaje de gran calado emotivo por su pertenencia al grupo granadino de la Otra sentimentalidad es “Cabo de Gata”, escrito en memoria de Javier Egea, un poeta que hizo de la soledad una compañía de viaje solo borrada por el pueblo en armas del poema. Como el azar y el miedo, la muerte es símbolo tenaz de lo desconocido.
   El último libro recogido en la muestra es Clandestinidad (2004-2010). Retorna la meditación sobre el pasado como raíz fundacional del poema. La voz dicta una crónica cejijunta del franquismo crepuscular. Vuelve a oírse el rumor furtivo de las octavillas y la tinta fresca de las vietnamitas, junto a los estantes de libros que cobijan el despertar a la conciencia de las obras de H. Hesse o los impulsos del deseo a descubierto de Henry Miller. Años donde la memoria esperaba tras la noche cerrada la amanecida de la libertad, como sucede ahora con los refugiados y los africanos que llegan en pateras buscando en Europa un puerto franco.
   Ciudades se cierra con algunos inéditos por lo que el trabajo intelectual de Antonio Jiménez Millán ofrece una panorámica completa, las estampas de vida de un sujeto implicado en descifrar los signos de lo real desde la experiencia y la mirada inteligente, desde  el paso meditado de la memoria.

       

             

3 comentarios:

  1. Hizo frío en Madrid el día de la presentación, por eso es obligado dejar constancia aquí de la calidez de los muchos amigos que nos acompañaron. Allí estaban además los escritores Almudena Grandes, Luis Artigue, Francisco Caro, Silvia Gallego... que dejaron su impronta de afecto y sus abrazos. Me vine a Rivas con la sensación renovada de que la literatura no es más que una excusa para que nos quieran más...

    ResponderEliminar
  2. Enhorabuena, José Luis. Una vez más, de acuerdo contigo en esa conclusión final de tu comentario. Cuando en lo relacionado con la Literatura no hay "colmillos retorcidos" (la mayor parte de las veces) el gozo es más que enorme.

    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Antonio, me alegra que te guste mi lectura de "Ciudades", una amplia antología de trayecto que deja las líneas esenciales de Antonio Jiménez Millán. Un gran abrazo.

      Eliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.