De soledad, amor, silencio y muerte Poesía reunida 1964-1968 Pablo del Águila Edición y estudio de Jairo García Jaramillo Bartleby Editores, Madrid, 2017 |
UN POETA SECRETO
Los encuadres generacionales son
austeros, solo dejan sitio a una reducida nómina de creadores. Quedan
fuera de plano los supuestos figurantes,
aquellas sombras de perfil difuso que
pasan inadvertidas y discretas. Algo así
ha sucedido con el poeta Pablo del Águila (1946-1968) cuya
desaparición en plena juventud condenó al silencio a su material creador. La
puesta al día del itinerario biográfico por Jairo García Jaramillo, tras
exhaustivo trabajo de documentación en sus archivos personales, en las páginas
culturales de la época, y la edición de su poesía completa en Bartleby Editores
repara la oquedad y ajusta con acierto el periplo creador.
Granada en el tardofranquismo fue una
ciudad convulsa y con un vitalismo ideológico de primera línea; así lo
constatan las voces de protagonistas de aquel tiempo que han descrito el
ambiente revuelto y los animados entornos de oposición al régimen. Hallamos Reflejos
testimoniales en los diarios de Javier Egea, en las reflexiones críticas sobre
revistas literarias de Fanny Rubio, en los recuerdos de Carmelo Sánchez Muros, Juan
de Loxa y en la ensayística del profesor
Juan Carlos Rodríguez; también por los testimonios de Carlos Cano y Joaquín Sabina.
Son nombres de coetáneos que sirven para ubicar la precocidad literaria de
Pablo del Águila. Tuvo una compleja personalidad reflejada en el cristal de los
ambientes universitarios y en su lista de amigos como Félix Grande, o Fernando
Quiñones que confiaron desde el principio en el talento literario del escritor inédito.
Pablo del Águila no publicó en vida, en
1973 Juan de Loxa impulsó la edición de Desde
estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar, un grupo de once
poemas con autonomía de libro cerrado, y el Ayuntamiento de Granada, con prólogo
de Justo Navarro y epílogo de Carmelo Sánchez Muros, acogió en la colección
Silene el corpus Poesía reunida
(1964-1968). Esta edición reordena materiales y añade algunos inéditos, así
que ha sido necesaria una revisión a fondo de sus materiales para estructurar
un trayecto que ahora queda conformado por las siguientes entregas: Primeros poemas, Pequeños poemas de soledad, amor, silencio y muerte, Resonando en la tierra, Poemas de Madrid y Desde estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar. Son conjuntos poemáticos que
comparten una argumentación basada en el coloquialismo intimista, una reiterada
preocupación existencial, en ocasiones revestida de ironía, y un compromiso
claro con la denuncia de un tiempo sombrío que postuló un dirigismo ideológico
y cercenó libertades.
Ya en los textos más tempranos se
percibe un afán de enlazar realidad y discurso textual; el hablante lírico
asume los contornos del ser presencial y hace de la su biografía una carta de
recorrido en la que suelen ser puntos de llegada la soledad, el fluir y la muerte. Así que el aserto que da
título a esta obra reunida se ciñe con íntima precisión a la naturaleza
semántica de los versos.
Los enlaces más próximos a este ideario
estético son los que emanan de la poesía humanista y
confesional de Blas de Otero, Gabriel Celaya y José Hierro, también son
evidentes las deudas con el humanismo desapacible de César Vallejo. Pero el
verso de Pablo del Águila suena a sí mismo, porque hace de su voz una senda
despojada, de concisa dicción, con escaso aporte metafórico. Busca el enunciado
de un realismo subjetivo que alcanzaría su máximo desarrollo a comienzo de los
años ochenta, cuando emerge “la otra sentimentalidad”, un grupo literario del
que podría considerarse un precursor, como señala con su inteligente escritura
Juan Carlos Rodríguez.
La poesía de Pablo del Águila expande la
sensación del mensaje en una botella arrojada al mar. Deja en el ánimo los
trazos de una esperanza incierta porque se siente barro. Sus versos afloran con
la hondura de la elegía y con el íntimo rumor de quien se sabe el secreto
final: somos polvo; la primavera pasa. El
yo es un extraño que camina para habitar la noche.
Entiendo que lo recomiendas más allá de la espiral de elogios que lo desparecido suele generar. Estaré al tanto en la Feria, lugar donde los hallazgos pueden tomar cuerpo.
ResponderEliminarLO que dices es cierto, Francisco; en el nicho de Enrique Jardiel Poncela, su hija Evangelina colgó el siguiente epitafio: "Si queréis los mayores elogios, moríos". Tal humor sombrío tiene su parte de certeza; la lejanía siempre propende a la hipérboles mientras que lo cercano mengua de talla. A mí la poesía de Pablo del Águila me ha gustado porque está muy cerca del intimismo figurativo de buena parte de la poesía actual. Un gran abrazo, poeta.
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