jueves, 17 de enero de 2019

GLORIA DÍEZ. FE DE VIDA

Gloria Díez
Fotografía de
Manu Ridocci


Entrevista con GLORIA DÍEZ

Hace unas semanas asistí a una lectura poética de Gloria Díez (Asturias, 1949). Percibí en ese evento en la Biblioteca Mario Vargas Llosa una sensibilidad aguda y el escribir a trasmano de quien sabe que el tiempo rescata la palabra exacta, que hay que moverse con lucidez y pasión, sin más brújula que ser coherente con la propia obra. Me acerco de nuevo a la poeta y periodista para abordar su itinerario lírico, un dominio abierto que sigue caminando.


   Su andadura comienza a principios de los años ochenta con Mujer de aire, mujer de agua (Rialp, 1982). ¿Qué supuso publicar en una colección tan emblemática?

Fue un regalo del destino. Y vino de la mano de Luis Jiménez Martos. Yo escribo desde los catorce años. Cuando Jiménez Martos me “descubrió”, tenía ya cinco libros “en el cajón”. Lo que ocurre es que estaba en un momento de pujanza profesional. Y el periodismo activo puede ser arrollador.


El silencio posterior convirtió la escritura en espera. ¿Fueron incompatibles quehacer laboral y taller literario?

Mi silencio solo fue hacia el exterior. No tenía tiempo para frecuentar los ambientes literarios, para unirme a lo que entonces se llamaba irónicamente “una cuadra”, en alusión a los hipódromos, pero la poesía es mi forma de entender el mundo, literalmente, y a eso no se le puede poner freno. Seguí escribiendo. ¿Cómo podría no hacerlo?


Sin embargo, la poesía sigue fluyendo hasta componer una segunda estación, Dominio de la noche, trabajo ilustrado con los inquietantes grabados de Piranesi (1720-1778) cuya fantasía constructiva deja una sensación de enclaustramiento y desolación. ¿Son rasgos que la palabra poética de Dominio de la noche también asume?

Es una buena apreciación. Creo que eres una de las personas que mejor han entendido ese libro. Refleja mi particular “noche oscura”. Y en contra de lo que podría pensarse, creo que no es una etapa agradable, pero si la atraviesas…el grano que no cae en la tierra no puede florecer. Así están hechas las cosas. 


En el prólogo de Dominio de la noche Victoria Lafora habla de su poesía como una puerta abierta a la incertidumbre, como crónica de un tiempo de batallas perdidas…

Victoria Lafora es una extraordinaria compañera de profesión, una entrañable amiga, otro regalo de la vida…juntas vivimos momentos convulsos de este país, cuando cada día parecía que iba a ser el último, que todo podía venirse abajo. Se pueden perder batallas, y ganar otras “a los puntos”, pero yo nunca me entregué. Y ese fue mi triunfo.


A pesar de que el libro contiene las estrías del dolor también es evidente el esfuerzo regenerativo de una voluntad que intenta remontar vuelo. Qué hermosa definición del quehacer creador contienen estos versos: “Poesía, un farol diminuto / para cruzar abismos”

Eso es exacto. La poesía es luz en lo más profundo de la tempestad. Luz diminuta, reflejo de una intuición que no sirve para “entender” el paisaje completo, pero que te susurra “sigue”, “vive”.

  
 La eficacia estética de sus libros procede de una dicción cuidada e intimista. Son texturas también presenten en Inocente ceniza, tercera entrega, donde la elaboración lingüística es sobresaliente: musicalidad, dicción precisa…¿No cree que en la actualidad hay un desmesurado prosaísmo que se hace pasar como poesía?

Tengo un profundo respeto por la prosa poética y por la poesía llamada “prosaica”. Lo que me importa es que sea una escritura honesta, dispuesta a crecer. No es muy inteligente creer que has llegado a la meta cuando has recorrido los primeros cincuenta metros. Eso no te ayudará a seguir. 


Pese al título, los poemas de Inocente ceniza concluyen con un mensaje de esperanza; la ceniza no será ceniza sino vuelo, renacer, abono, sementera. ¿La poesía es también una manera de percibir rendijas de luz?

Para mí, la única manera de percibir esas rendijas, y la única manera de acercarse a ellas. Los “grandes” incluso se bañan en luz.



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