sábado, 3 de abril de 2021

MIGUEL CATALÁN. EN ESTADO DE GRACIA

En estado de gracia
Miguel Catalán
Editorial Verbum
Colección Narrativa
La Poveda, Arganda del Rey, Madrid, 2021

 

ITINERARIOS DE TINTA

 

   La dimensión literaria de Miguel Catalán (Valencia,1958-2019), Doctor en Filosofía, docente universitario, ensayista, colaborador de prensa y autor de una abundante cosecha lacónica compilada en el volumen Suma breve, dejó inéditos quehaceres del taller que María Picazo, pareja sentimental, colaboradora necesaria y eficaz expresión de continuidad, conduce con tesón a los campos abiertos de la lectura. Así sucede con la novela En estado de gracia, integrada en el catálogo de Narrativa de Editorial Verbum, el molde que da forma, sin fracturas, a varias entregas de Miguel Catalán.
   Como si la consecución de la felicidad fuera meta final y sedentario viaje existencial que deposita en la inactividad de la ataraxia, el novelista deja como pórtico de En estado de gracia una cita especulativa del aforista esloveno Zarko Petan: “¿Sobre qué podría escribir un escritor feliz?”
    La mano autorial opta por el verbo directo de la primera persona para ofrecer la historia de una vocación literaria, la del joven Teo Barbosa, cuyo detonante apresurado es la febril lectura de El jugador, de F. Dostoyevski. Tan vehemente tarea necesita el refrendo del experto, en este caso Don Armando Copero, orondo profesor de Literatura, quien tiene un nítido aire de familia con la humanidad desparramada de Lezama Lima. Esa pulsión de búsqueda de horizontes literarios de Mateo Barbosa, prolífico retrato de cualidades personales, tiene un aplicado testigo, Ramón Borrego Chamorro, convertido en voz narrativa y enfermo también del virus creativo. El desengañado profesor no tarda en poner a la sombra la infección literaria de Barbosa porque defiende que el fermento de la página escrita es la experiencia vital con su cúmulo de erosiones, derrumbes y pérdidas, un patrimonio desconocido para quien dispone de una prolija cosecha de dones innatos y de un paraíso familiar que protege su estar diario. Don Armando profetiza que solo desde los sillares del fracaso nace la letra fuerte, la que perdura como el sol de medianoche; y son muchos los referentes culturales citados, que iluminan con luz firme la teoría.
   Miguel Catalán opta por pluralizar el enfoque narrativo y cede pronto la palabra a Teo Barbosa; este viaje interior al pensar de Teo permite aprehender su perspectiva vital, esa ausencia de zonas de sombra que ha propiciado una vida fácil, aparentemente insulsa, como si su cadencia no experimentara distorsiones. Por tanto, si la escritura es compensación, solo es posible la obra de arte en biografías castigadas por la intemperie. Y no es el caso de Barbosa, dado a la elitista comodidad, con puerta abierta a la satisfacción del deseo y con el apoyo de Ramón Borrego que, de nuevo toma la palabra, para seguir buscando menesterosos y desabridos como Cervantes, Quevedo, Góngora, rescatados de la historia por la erudición memoriosa del profesor Ropero.
   El humor florece fuerte cuando ambos jóvenes intentan modificar la genética de sus destinos. Barbosa, rico y malcriado, aspira a la desgracias y Borrego, gañán superviviente de la barbarie paterna y pueblerina, está obsesionado por formar parte de un estamento social más solvente, capaz de enmendar una realidad desapacible. Y en esta paradoja, Miguel Catalán nos deja instantáneas vitales de carácter, que provocan de inmediato un cálido disfrute lector.
   En la contundente bonanza de Teo no hay ángulos oscuros. La felicidad abre las manos con activa complacencia y sin intemperies de límites difusos y de cimentación movediza. El aprendiz de autor personifica una sonada paradoja existencial: es feliz y eso le frustra porque supone, como escribiera Antón Chéjov, en cita rescatada por Miguel Catalán que “el descontento consigo mismo constituye un elemento básico del verdadero talento”. Si la semilla de la creación son los surcos abiertos por el fracaso, las estrategias de Teo y Ramón acabarán alzando dos trincheras opuestas. Eso da pie a protagonizar escenas hilarantes, contradictorias, que son enunciados representativos de sus aspiraciones juveniles.
   La veta narrativa de Miguel Catalán ha sido considerada como un vector secundario, frente al magno trayecto de Seudología o la ajustada partitura de los aforismos de Suma breve. La ficción En estado de gracia descubre en su estructura lineal la autonomía de un excelente narrador. Catalán es un aplicado moldeador de caracteres. Con atenta inspiración, completa un hilo argumental de gran riqueza, salpicado de carga erudita y dispuesto al contraste vital entre dos personajes unidos por la amistad y el afán de la escritura. La novela En estado de gracia ilumina la travesía ficcional de un escritor múltiple. En ella aflora la voluntad dispuesta de quien sabe que escribir no es una vocación sino una reflexión objetiva sobre el compromiso literario y su estética, esa perseverancia para llegar a tierra firme cuando no hay suelo.

JOSÉ LUIS MORANTE

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