El sueño de Torba Rafael Soler Olé Libros Colección Vuelta de Tuerca / Narrativa Valencia, 2021, 1ª edición 1983 |
UN TEMBLOR FRÍO
Casi cuatro décadas después de su
amanecida en Cátedra, El sueño de Torba,
por jerarquía cronológica la tercera novela de Rafael Soler (Valencia, 1947),
tras El grito (1979) y El corazón del lobo (1981), retorna al mediodía impulsada por el
maravilloso compromiso editorial de Olé Libros. Cuidado artesano en el diseño
formal, pasta dura, cubierta enlutada y cuerpo de letra de luminosa complicidad. El poeta de la
muy recomendable trilogía Maneras de
volver, Las cartas que debía y Ácido almíbar convoca, en reunión de
urgencia, a un panel de personajes que todavía respira con oxígeno vitalista en los sedentarios refugios de la memoria.
No escapa al lector el pulso justificativo del liminar recordando las
contingencias de escritura y la singladura de aquella propuesta narrativa que
agotó en poco tiempo sus dos primeras ediciones. En esa nota prologal respira
la soledad del escritor de brújula; la vocación de rocoso superviviente de compromisos
familiares y dispersiones sociales para habitar a solas la línea de sombra del taller
literario.
El hilo argumental amanece con un alborotado monólogo interior. El
fragmentario dibujo de lo real convulsiona las galerías del recuerdo; libera
instantáneas vitales en las que adquieren fuerza las voces de la rememoración. Con esta
resonancia de fondo, se abre paso hasta el primer plano Jaime Sarduy, profesor
de instituto, cuarentón con poco sentido práctico, sustituto ocasional del
director del centro, coleccionista heterodoxo, paciente sufridor de ladridos y
arañazos de la enfermedad de plomo, y protagonista de un periplo vital
complejo, que necesita sueños, soledades y amantes para construir en la grisura
existencial andenes nuevos.
El tiempo
accional bascula con apariciones y ausencias de personajes que ofrecen planos
secuenciales yuxtapuestos y un deambular de identidades que deja trayectos
entrelazados. Así conocemos los rincones umbríos de un entorno proclive a lo precario,
tanto en el centro de trabajo, como en las relaciones familiares que jamás
tienen la quietud estable de la felicidad.
Pero el escritor, junto al desarrollo de la trama, apuesta por la
experimentación lingüística y la ruptura del enunciado lineal. Por ejemplo, en
la segunda parte “La vuelta” concede continuidad a la historia como si fuera un
relato dentro del relato, escrito por José Radek, un judío en el exilio,
convertido en amigo confidente, mientras ejerce de librero en estado de ruina.
El narrador anota los detalles ajustados que requiere el protagonismo de Jaime
Sarduy, en su carnal romance con Teresa, una compañera de instituto a quien
visita en el pueblo durante el periodo vacacional. Pero también fija en su
quehacer literario los recuerdos de su propia historia y los apoyos previos de
la escritura: organización de personajes, rasgos, reflexiones sobre el formato
escritural, como el diálogo o las descripciones, y otros asuntos propios de
quien se sienta a inventar una ficción y repasa sus claves.
Así mismo, los capítulos muestran una confluencia de tiempos
interpretativos, como si el discurso introspectivo del ahora nunca pudiera
librarse de los efectos del pasado. El recuerdo es una forma de moldear las
cicatrices vitales, esa codificación de actuaciones familiares que lleva en su
desarrollo un notable resentimiento y el rictus patético de sentirse extraño en
la propia casa. De ahí, ese continuo empeño de Jaime Sarduy de clausurar en el
olvido pasos oscuros del ayer: los desencuentros familiares, la historia de
Berta O´ Sullivan, el rolls, y otros elementos que contextualizan un tiempo de
libertad y descubrimientos.
El paso argumental del capítulo nueve emplea la prosa fragmentada del
diario de Jaime Sarduy. Es tiempo de dar voz a la crónica personal en el
regreso a casa. La voluntad, casi en estado febril, se aplica en reconstruir paciente el coche, convertido en herramienta del destino, busca piezas, también, de la historia personal, más con
el ánimo de explicarse a sí mismo, que encontrar en esta tarea la verdad
objetiva de los afectos familiares, causantes de tantos traumas.
El sueño de Torba sorprende
por la compleja construcción. En sus capítulos conviven el monólogo interior y
los diálogos, las evocaciones y el presente para hilvanar un argumento proclive
a las conexiones secundarias y al peso activo de los figurantes. Nace así una ficción
que se hace fuerte en la tarea experimental de la palabra y en las paradojas
que suscita ir descubriendo las señales explícitas de la dimensión inédita.
Queda en esta propuesta narrativa de Rafael Soler un retrato de grupo en el
que se acogen los pasos inconformes del amor y el deseo, la sal rutinaria y los
recuerdos. Un estar transeúnte con sitio para las brumas y el
naufragio. Aunque lleguen tarde, los sueños saben que nunca
falta en el aleatorio viaje existencial el temblor frío de la decepción.
JOSÉ LUIS MORANTE
Magnífica reseña de la obra de Rafael. Sabes que soy más lector de poesía y lo soy de prosa cuando me encuentro consejos como el de esta reseña. No dudó en leer a Soler en esta obra dejándome abrazar no por el temblor frío de la decepción sino por el de la certeza al haberme encontrado la lectura oportuna. Un abrazo grande
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