domingo, 27 de noviembre de 2022

ANAIS VEGA. SECUELAS DEL FUEGO

Secuelas del fuego
Anais Vega
XIV Premio de Poesía Joven
RNE-FUNDACIÓN MONTEMADRID
Pre-Textos, Poesía
Valencia, 2022

 

RITUALES DIARIOS


   Si exploramos los itinerarios estéticos de la generación nacida en el cierre de siglo, percibimos una producción cadenciosa y diversa,. En ella se conjugan nombres propios que ponen frescura e intimismo en su creación. En este sustrato histórico comienza su andadura Anais Vega (Córdoba, 1991), que cursa en el ahora Filología Hispánica en la Universidad de Córdoba. Su trabajo más temprano, Azules y otras sombras, fue reconocido con el Premio de Poesía Joaquín Benito de Lucas; también su segunda entrega Secuelas del fuego sale de amanecida al obtener el XIV Premio de Poesía Joven RNE-Fundación Montemadrid.
  La poeta elige como vértice iluminador de su escritura una cita del mexicano José Emilio Pacheco, cuyo sustrato lírico está marcado por la exploración del inasible ritual diario y por la percepción del discurrir existencial que crea de continuo inquietud y desconcierto, secuelas de ceniza. También la estela poética de Anais Vega opta por varias señas reconocibles: la cercana dicción del coloquialismo, la trama de lo cotidiano, el papel relevante del diálogo con los otros al compartir sueños, decepciones y sosiego y, en el propósito formal, el uso del poema breve como propuesta cercana y transparente, despojada de aditamentos herméticos. Quien camina por la hondura gris del amanecer dibuja una identidad reflexiva: “Es una extraña la que pinta / mis labios / mirándose al espejo. / Contesta algunos wasaps / y ríe con sus amigas, / madruga, / hace deporte, / y después el amor. / Es una extraña y yo / simple pared / e involuntaria espectadora.”
   Por tanto, la marcha argumental de Secuelas del fuego hunde su raíz en el devenir de lo contingente. Está marcada por los afanes de un ser individual que sobrevive a la monotonía del discurrir. Una calma aparente se posa en el entorno, como un extraño marco de representación. De repente aparece un suceso que convulsiona todo, que pone en la tristeza una estridencia, un tacto áspero, un grito que recuerda los mecanismos desgastados de  un mundo inicuo, “que solo puede haberlo creado un loco”.  
  El balance vital prosigue indeclinable hasta dejar al hablante poético en las frontera de los treinta; es un tiempo de transición que zarandea aquellas aspiraciones entusiastas de la juventud. Qué excelente reflejo de ese impulso vital el poema “Los jóvenes de abajo" que enfoca la decepción en la grisura de lo laborable. Poco a poco, se perciben también las mutaciones propias, esas inadvertidas erosiones que van tomando formas nuevas y dejan en las aceras ausencias y pensamientos nacidos desde la evocación. Todo lo que fue un día, ya es distinto. Son otras las ramas que sostienen, o las voces que suenan en el parque y que describen, íntimas, esas certezas que los años mueven de sitio;  ilusiones que no saben terminar un buen autorretrato.
   En el apartado central “Chispa y llamarada” Anais Vega se asoma al presente sin filtros desde una hermosa cita de Joan Margarit; no busca retocar sino que encuentren una ventana con luz las preguntas de siempre; aquellas que saben que la naturaleza de fondo del existir está cubierta por una vaga niebla. Resalta la coherencia del sujeto verbal en asumir su identidad biográfica y el pensamiento con mínimos cambios de planes. Un ambiente sin decoración que tanto recuerda en ocasiones a la sala de espera de un psiquiatra con sus expresionistas contornos de normalidad. Pero también allí crece una brizna de esperanza, salta la chispa que no pierde la fe en la supervivencia, por más que los lobos nunca cambien o se disfracen con pieles de temporada.
   En la poesía de Anais Vega, con voz sabia y precisa, se dibujan los contornos de la realidad y su tendencia intacta de cobijar la umbría y el pesimismo existencial. Los pasos afloran con huella frágil, destinados a ser silencio y humo, un poco de vaho en los espejos. Desde ese sentimiento elegíaco, que enlaza con magisterios como Ángel González, comienza un trayecto marcado por la inquietud de una conciencia insomne. Quien piensa sabe que un día no estaremos, pero sabe también que vivencias y percepciones no son definitivas. Que es posible emerger con palpitaciones vivas. Ser otra vez un ave fénix, cuando el amor rescata con su mano tendida y libera de cualquier sensación crepuscular “Con la Noche estrellada bajo el brazo”.
 
JOSÉ LUIS MORANTE



 

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