miércoles, 16 de noviembre de 2022

RAFAEL SOLER. LOS SITIOS INTERIORES

Los sitios interiores
Rafael Soler
Cuadernos de la Errantía
Madrid, 2022
(1ª edición, Adonais, 1980)

 

AMANECIDA


   Siempre percibo en la poesía de Rafael Soler (Valencia, 1947) una significativa inclinación a la textura formal del texto y una lúcida conciencia para enlazar intimismo biográfico y temporalidad. Así se constata en los más de cuarenta años de vocación literaria compilados en el volumen Vivir es un asunto personal. Poesía 2021), itinerario creador que integra seis poemarios y que se completa con una densa obra narrativa que aglutina dos colecciones de relatos y seis novelas.
  El joven proyecto editorial Cuadernos de la Errantía recupera Los sitios interiores, una entrega cuya primera edición en Rialp apareció en 1980. La reedición, con ilustraciones de portada de Raúl Nieto de la Torre y Melissa Dillon, revisada y corregida, añade un pórtico epistolar que el poeta se dirige a sí mismo para evocar el largo tiempo transcurrido desde aquel primer viaje a la poesía. Luz de estreno, evocación, memoria de un tiempo que cumple su papel de ser testigo existencial. Entonces el poeta estrenaba voz y ahora mantiene su inalterable tono, como si las manos del tiempo no hubieran tenido el privilegio de erosionar nada. Poesía de amanecida que retorna con paso fuerte para constatar la certeza de estar vivo y de pedir la voz y la palabra.    
   El subtítulo del poemario Sonata urgente alude al procedimiento compositivo del libro y a su estructura argumental. Rafael Soler recobra el modelo clásico de la pieza musical y agrupa las composiciones en seis movimientos: Molto vivace, Alegro moderato, Intermezzo, Adagio, Andante y Largo y pianissimo sempre con un poema recapitulatorio final, a modo de epitafio conclusivo: “Hay que ser lo que se es o no ser nada”.
   Quien sale de amanecida tiene prisa. Elige al interpretar el decurso temporal una velocidad “Molto vivace”, como si el tiempo estuviese dispuesto a una consumación urgente, donde amoldar sentimientos y afectos, ese amor limpio y diáfano de la primera luz que tiene la piel de manzana de los días de infancia. Llama la atención en este tramo del libro el desafío ortográfico, esa libertad que busca en la grafía aleatoria de algunas palabras una reafirmación de lo subjetivo, del yo afirmándose en el propio discurso de su conciencia.
   La sección “Allegro Moderato” concede un paso tranquilo a los recuerdos. Otra vez en la memoria la realidad se pierde en el imaginario de la fantasía para transformar al sujeto en personaje de tebeo que lucha a trasmano con las obligaciones impuestas por la disciplina escolar. Quien explora los sitios interiores descubre al niño asomado en el tiempo y descubre también el fuego en las entrañas de la plenitud amorosa. Pero acecha cerca un fondo oscuro y un largo historial de soledades, donde se pierde la música y llega el frio de quien no supo guardar su fértil patrimonio entre las manos.
   La existencia entonces parece un Intermezzo, un estar al margen, en torno un mundo bajo llave que se va difuminando en el tiempo, haciendo de la evocación un laberinto de  idas y regresos. El paisaje ratifica también su percusión afectiva; así sucede con enclaves como Torre Ambolo, en Jávea, o las alturas mediterráneas del Montgó, o el mismo mar, dormido en sus azules. Su callada quietud ratifica el incansable laborar del tiempo y sus incontenibles mutaciones.
    Los cinco poemas que componen el apartado Adagio recrean la deriva del yo, ese paso furtivo de quien continúa desvelando paisajes de la memoria. Un largo viaje por rutas interiores, siempre con la brújula de la nostalgia y con la ilusión de comenzar de nuevo un tiempo compartido. Todo el apartado recrea un largo soliloquio derramado, ese empeño testimonial de poner fin a esa guerra perdida de poner sentido a la existencia.
   El desgarro interior de un tiempo frágil no se mitiga en la sección “Andante”. El sujeto lírico asume un proceso de despojamiento y vigilia en el que la ausencia supone un brusco desplome, un grito elegíaco de quien se despide con un largo adiós. Rafael Soler echa el cierre de un libro intenso, oscuro y cercano al magisterio de Vallejo, con el apartado Largo e pianissimo sempre, como un epílogo conclusivo que traza la coherencia del yo en el laberinto del tiempo. Otra vez la indagación introspectiva en el mapa atemporal de la memoria y la pulsión del estar enamorado como única razón de vida, como brújula con luz para el regreso.

JOSÉ LUIS MORANTE


  

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