Pozo pródigo Goya Gutiérrez Olifante Ediciones de Poesía Zaragoza, 2022 |
REGRESOS
Nunca dejo de recordar, cuando recibo una entrega poética de Goya
Gutiérrez (Cabolafuente, Zaragoza, 1954), su activismo impulsor tras las páginas de la
revista Alga. Una tarea valiosa que
ha compaginado con la escritura crítica y un trabajo lírico que abarca las
salidas De mares y espumas, La mirada y el viaje, El cantar de los amantes, Ánforas, Hacia lo abierto, Grietas de
luz y Lugares que amar, poemario que moldea un homenaje a la expresión artística desde diferentes
estrategias expresivas como el cine, la pintura, el teatro, la fotografía, o la
palabra como espacio habitable de verdad y belleza.
El territorio lírico de Pozo pródigo muestra como pórtico un temblor inaugural. Es un intervalo de espera donde la búsqueda y el vislumbre de horizontes despiertan la conciencia para salir al día. Todo amanece con una iconografía de plenitud que aloja, en el regreso, un paisaje interior celebratorio. En los pasos iniciales de Pozo pródigo prevalece una mirada reflexiva sobre un recorrido que aglutina al mismo tiempo diversidad y azar. Son ángulos del poema que aportan una mirada integradora en el sujeto poético, donde la introspección es una tarea básica del estar.
Son acordes de un recorrido que, de cuando en cuando, retorna al pasado por la evocación para vislumbrar la casa abandonada y el resplandor dormido de otro tiempo. Las estaciones se han convertido en testigos de un tránsito en el que se van desdibujando las huellas, como si lo vivido se quedara dormido entre la niebla: “Cada uno de nosotros llevamos en nuestra piel / un mapa de ese recorrido pedregoso, / el amarre de los vientres a la negra argolla / de la incertidumbre y de los malos propósitos”.
En ese avanzar por la sombra se percibe un lugar interior convulsionado, hecho desapacible negrura. Se suceden las imágenes que hablan de desolación e intemperie, mientras nace de nuevo la necesidad de crear un espacio habitable que conlleve nuevas formas de creer, vivir y amar. Se trata de gestar una actitud distinta frente a las pérdidas y derrotas. Hay que resistir buscando fuerza en el canto para poner fin a la errancia, descubriendo el umbral de una casa abierta. Quien recorre los calmos laberintos del tiempo debe saber el hueco que cobija la luz auroral, aquella que dibuja formas y colores y comparte el calor del mediodía, ese “incipiente sol de primavera”.
El título del apartado central, “Amor de trenza, fuerza de carbunclo” lleva un introito de citas de fuerte contenido semántico. Se dan la mano Gaston Bachelard, Francisco Rico, Piedad Bonnett y Federico Gallego Ripoll. Otra vez emerge, renacida y cálida, la casa. El recuerdo se hace elemento de vida. El contexto sugiere una definición matérica, como si se esforzara en recuperar los elementos que contienen las claves de lo temporal. En la acumulada historia de las habitaciones se muestra una claridad en la que resuena el crepitar del mundo. En él reviven criaturas y espacios. Ahí está el cercano recuerdo de la hija y aquel armónico desorden de la infancia que se guarda intacto en el mapa de la memoria, como si la casa no pudiera nunca desprenderse de sus raíces más emotivas. Y está también ese largo itinerario de lecturas en el tiempo, donde se fueron acumulando las voces de poetas invisibles, junto a esa nómina de creadores que logró vencer al tiempo y convertirse en presencias perdurables desde la secreta esencia del poema.
Queda en Pozo pródigo el misterio de lo vivo y lo inerte, esa arcilla moldeable que las manos del tiempo van dando formas para que su piel cobije lo transitorio. Nace así una voz elegíaca, “una poeta que recoge y trasciende con su sutil vasija”, que abre caminos de regreso, que dejan en el presente espacios y vivencias. Son imágenes del tránsito, dispuestas a mostrar en su claridad expresiva, la voz del pretérito; el hueco enmudecido de lo germinal que concede sentido a la existencia. Retornan pasos marcados en la encrucijada del tiempo. En ellos se sostiene el ahora; las paredes alzadas de una casa que es secreta respiración de la memoria.
El territorio lírico de Pozo pródigo muestra como pórtico un temblor inaugural. Es un intervalo de espera donde la búsqueda y el vislumbre de horizontes despiertan la conciencia para salir al día. Todo amanece con una iconografía de plenitud que aloja, en el regreso, un paisaje interior celebratorio. En los pasos iniciales de Pozo pródigo prevalece una mirada reflexiva sobre un recorrido que aglutina al mismo tiempo diversidad y azar. Son ángulos del poema que aportan una mirada integradora en el sujeto poético, donde la introspección es una tarea básica del estar.
Son acordes de un recorrido que, de cuando en cuando, retorna al pasado por la evocación para vislumbrar la casa abandonada y el resplandor dormido de otro tiempo. Las estaciones se han convertido en testigos de un tránsito en el que se van desdibujando las huellas, como si lo vivido se quedara dormido entre la niebla: “Cada uno de nosotros llevamos en nuestra piel / un mapa de ese recorrido pedregoso, / el amarre de los vientres a la negra argolla / de la incertidumbre y de los malos propósitos”.
En ese avanzar por la sombra se percibe un lugar interior convulsionado, hecho desapacible negrura. Se suceden las imágenes que hablan de desolación e intemperie, mientras nace de nuevo la necesidad de crear un espacio habitable que conlleve nuevas formas de creer, vivir y amar. Se trata de gestar una actitud distinta frente a las pérdidas y derrotas. Hay que resistir buscando fuerza en el canto para poner fin a la errancia, descubriendo el umbral de una casa abierta. Quien recorre los calmos laberintos del tiempo debe saber el hueco que cobija la luz auroral, aquella que dibuja formas y colores y comparte el calor del mediodía, ese “incipiente sol de primavera”.
El título del apartado central, “Amor de trenza, fuerza de carbunclo” lleva un introito de citas de fuerte contenido semántico. Se dan la mano Gaston Bachelard, Francisco Rico, Piedad Bonnett y Federico Gallego Ripoll. Otra vez emerge, renacida y cálida, la casa. El recuerdo se hace elemento de vida. El contexto sugiere una definición matérica, como si se esforzara en recuperar los elementos que contienen las claves de lo temporal. En la acumulada historia de las habitaciones se muestra una claridad en la que resuena el crepitar del mundo. En él reviven criaturas y espacios. Ahí está el cercano recuerdo de la hija y aquel armónico desorden de la infancia que se guarda intacto en el mapa de la memoria, como si la casa no pudiera nunca desprenderse de sus raíces más emotivas. Y está también ese largo itinerario de lecturas en el tiempo, donde se fueron acumulando las voces de poetas invisibles, junto a esa nómina de creadores que logró vencer al tiempo y convertirse en presencias perdurables desde la secreta esencia del poema.
Queda en Pozo pródigo el misterio de lo vivo y lo inerte, esa arcilla moldeable que las manos del tiempo van dando formas para que su piel cobije lo transitorio. Nace así una voz elegíaca, “una poeta que recoge y trasciende con su sutil vasija”, que abre caminos de regreso, que dejan en el presente espacios y vivencias. Son imágenes del tránsito, dispuestas a mostrar en su claridad expresiva, la voz del pretérito; el hueco enmudecido de lo germinal que concede sentido a la existencia. Retornan pasos marcados en la encrucijada del tiempo. En ellos se sostiene el ahora; las paredes alzadas de una casa que es secreta respiración de la memoria.
JOSÉ LUIS MORANTE
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