miércoles, 23 de septiembre de 2020

MÓNICA MANRIQUE DE LARA. DEVOCIÓN DE LAS OLAS

Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Editorial Isla negra / Crátera Editores
Colección Josemilio González / Colección Atlántida
San Juan de Puerto Rico- Valencia


EL VAIVÉN DEL SENTIR

  

   Cuando amanece un itinerario poético, como el que abre Devoción de las olas, primera entrega de Mónica Manrique de Lara (Granada, 1974), suele ir precedido de un goteo sosegado de poemas en publicaciones digitales y revistas. Así ha sucedido con el cauce lírico de esta granadina, licenciada en Traducción e Interpretación, y docente en un instituto de Educación Secundaria y Bachillerato. En esos poemas en el umbral llamaba la atención el epitelio confidencial de su escritura, su fidelidad a la exploración sentimental del sujeto. La indagación relacional con el otro se mostraba en aquellos textos como el núcleo temático más vehemente. En ese ámbito toma cuerpo la razón poética de Mónica Manrique de Lara de la que Francisco Vaquero Sánchez, en su apunte de contracubierta, escribe: “estamos ante un hermoso canto al amor, a la naturaleza, en la que “toda huella es agua”, en palabras de su autora”. Sorprende la cita de inicio, cuya autoría recupera a un poeta casi olvidado en el espacio lírico actual, Alfonso López Gradolí: “Si digo el amor estas palabras / tienen algo de ola que termina, / un suave golpe sobre la arena”. Desde ese cofrecillo generador del impulso amoroso se expande un inventario temático, organizado en tres secciones de similar extensión y perfil formal. En el arranque, “El sendero”, se integra ”Prólogo”, escueto preámbulo que visualiza los trazos del hablante lírico desde la plenitud estética del mar, claro referente simbólico que trasciende  la realidad contingente: “Soy la lluvia mecida en las olas / soy la arena que asciende del cieno / en la orilla que me borra, soy la huella, / pescador, caminante o sirena”. El estar cadencioso del verso amplía la presencia del yo con una amalgama de imágenes de saludable empuje sensorial. Cada amanecida concede continuidad al afán promisorio del deseo, que adquiere, en su renacida dimensión, un sentido inmediato y profundo. Pero la plenitud es espejismo y la elocuente búsqueda del otro se va llenando de lejanía e incertidumbre, hasta que la noche intuye el áspero silencio del fracaso. No hubo mediodía en la búsqueda y aquella fuerte luz del comienzo poco a poco declina, como fruto en la rama que no encuentra manos para la cosecha. El tiempo auroral de la infancia se hace lejano paraíso inalcanzable en el enjambre de caminos que propicia la existencia. Sobre el horizonte se hace firme visión la fría silueta del invierno, una alternancia de claros y sombras. El apartado central, “Las manos” conecta su avance a una cita de apertura del poeta y editor Carlos Roberto Gómez Beras: “Una botella va por los mares del sueño”. Alguien lanza un mensaje a la deriva azul del tiempo para que otra identidad preserve la luz encendida del anhelo, esa necesaria vocación de alas que encarna el vértigo de una gaviota en el aire. El afán de seguir en la búsqueda recuerda al pájaro que busca la rama para hacer sitio al nido y al retorno. El tiempo es una estela que requiere la imbricación del pensamiento, esa tarea cognitiva que muestra al yo frente al laberinto de sus incertidumbres. El imaginario de Clara Janés abre las composiciones de “El fondo del agua”. Crece en el cuerpo la necesidad de transparencia frente al desamparo. El amor no se apacigua. Su afán golpea la memoria, dejando la rememoración en permanente vigilia: “creí que me agarrabas y era el viento, / vuelvo a encontrarte en el espejo de un arroyo, / de la maleza, esta última imagen nacida del cieno, / ahora ya eres el cantar de mis desvelos, / eterna fuente de versos y sueños”. La ausencia se fortalece en el tiempo, pero el pensamiento sigue intacto en la vigilia buscando algún indicio de ese roce vital que libera de la soledad y el silencio. Ese estar en vela se hace razón y destino, un largo sueño que pone entre las manos un destello de sol frente al vacío. Devoción de las olas inaugura el discurrir poético de Mónica Manrique de Lara. Nos deja una escritura repleta de estratos sensoriales en los que se refleja esa línea de costa del yo sentimental. El poema contiene un espejo de agua, sal y espuma; pero también un protagonista lírico al que acecha la condición de náufrago en su periplo por la existencia. Quien camina hacia dentro mantiene, con clara voluntad, el paso sostenido hacia algún sueño, ese rumor de olas de un mar imaginario.

 

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