martes, 8 de marzo de 2022

DARÍO MÁRQUEZ REYEROS. FECHA DE CADUCIDAD

Fecha de caducidad
Darío Márquez Reyeros
XXIV Premio de poesía joven "Antonio Carvajal"

 

AGUA DE LA MEMORIA
 
 
   El espacio poético es un manantial fluido, en continua renovación, que establece como núcleo central de su existencia la convivencia generacional y la pluralidad de idearios. A ese cauce cambiante se incorpora Darío Márquez Reyeros (Alcobendas, Madrid, 1998), estudiante de Lengua y Literatura, colaborador en programas radiofónicos y Grado Superior de Producción Audiovisual y Espectáculos. El perfil poético individual ha impulsado algunos proyectos como “Alcalá perdía a gritos poesía” y ha quedado finalista de varios certámenes, pero la razón del poema encuentra su amanecida en Fecha de caducidad.
   Esta primera entrega se divide en dos tramos expresivos. El primero, comienza con una hermosa cita de Dylan Thomas que es, en esencia, una reivindicación de lo imposible: “la pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”. Así se abre una poética intimista, que se acerca a las cosas como si fueran espejismos transitorios, sobre los cuales se asoma siempre esa percepción desvelada del final. A través de una dicción coloquial que convierte al sujeto poético en una presencia cercana y dispuesta a la confidencia, se entrelazan instantáneas al paso que parecen configurar el discurrir como un horizonte de incertidumbre. Los versos reconstruyen instantáneas del itinerario vital, al que se incorporan personajes secundarios. Adquieren el esplendor gastado de antiguas sensaciones, donde se refugia el pulso diluido del pretérito.
  Lo vivido traza un vago paisaje emotivo en el que se mueve el yo como detonante de experiencias preservadas en la memoria; allí conviven en un orden caótico el castañero, la sirena estridente que anunciaba el final de las clases, aquellas excursiones que necesitaban la seguridad de la misma compañía en el asiento o los hábitos diarios en los que suele aparecer un yo desdoblado que se aleja de la realidad para construir espacios oníricos, donde todo es distinto y germinal, como si estuviese impregnado por el celo indagatorio del sueño.
 Los recuerdos se empeñan en entender la gramática de lo diario y su caligrafía en el papel ceniza del decurso existencial. Llenan de imágenes la salida del sueño o esas perspectivas ilusas del futuro que acercan los oficios de mayores a la calidez auroral de la esperanza: “Soñadores o ilusos / sin saber que el futuro no existía, / que el presente es pedir / un préstamo tras otro, sin parar, / y rechazar a fin de mes los besos / de los hijos, llorando a solas, solos / o contigo, delante de una noche incansable”. También en la memoria las primeras ausencias, el doloroso hueco de esas identidades que cobijaron cuentos y caricias y que partieron pronto a un lugar invisible, que exige a cada paso la evocación intacta y el latido inquieto de la orfandad sentimental.
   En la primera parte se cobija una idea prístina y colorista de la infancia, cobijando pequeños gestos de complicidad y búsqueda, que un día concluyen, como si se hubiera abierto una ventana a otro paisaje más frío y desconocido, donde las cosas asumen la gravedad que pone las ilusiones a ras del suelo.
   El decurso temporal arrastra la educación sentimental hacia otros andenes. En la segunda parte, quien se mira en el espejo ha crecido y son otras las actitudes que genera el gregarismo diario. Ahí está la convivencia de pareja frente al televisor y ese tiempo de hipotecas y préstamos que exige el coche, el piso y los muebles, o las voces dubitativas de los hijos llenando el aire de preguntas sin respuestas. El pulso de la vida, la discreta plenitud de los ideales y la falta de utopías redentoras conforman  los centros gravitatorios de los textos.
  Darío Márquez Reyeros evoca a Ángel González, uno de los grandes maestros de la generación del 50, para fijar el advenimiento de una mañana nueva, sin esperanza, con convencimiento, que apenas deja unas señales en el vuelo del aire “violín, muchacha triste…”, antes de perderse de nuevo en el itinerario del día regresando a la nada. Solo el amor convulsiona las fibras interiores, como alumbra el poema celebratorio del deseo “Al ritmo de las cuerdas de Paco de Lucía”. Como una autobiografía fragmentaria, los momentos hilvanan una crónica descarnada y minimalista, sin épica, un viaje que consume los trechos del camino, sin apenas vislumbres de horizonte, en el que solo la insistencia del deseo o esos enamoramientos al paso trastocan el decurso existencial y lo convierten en un imaginario renacido de espacios y tiempos; un espejismo que alumbra la sensación de estar viviendo de forma transitoria, sin saber demasiado de nortes y esperanzas.
  El apartado final se convierte en representación simbólica del fracaso. El poema “Separación de bienes” refleja esa derrota de la convivencia, donde los sentimientos quedan en un segundo plano, inadvertidos, mansos, como aguardando turno en las tinieblas de la disolución. Comienza entonces una cuenta atrás, esas parcas que acechan nuestros pasos y dormitan en la sombra para capturarnos. Su fuerza concita la azarosa presencia del final.
  Con el fluir cadencioso de la confidencia, Fecha de caducidad dibuja un encuadre existencial convertido en un trayecto de huellas. La palabra poética de Darío Márquez Reyeros se moldea, cercana y habitable, como un punto de fuga del yo aislado en sus preguntas y en sus emociones, mientras percibe un entorno mudable. Lo que sucede entrelaza el pasado, el presente y la solitaria postal del futuro; el sujeto suele asomarse al conformismo de la memoria con sus escombreras de ilusiones fallidas. Así se va definiendo un camino donde se descaman las vivencias o se constata cómo lo transitorio va adquiriendo color crepuscular mientras, indavertidos, se cortan los hilos invisibles del porvenir.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 

 

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