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miércoles, 1 de junio de 2022

ESTEFANÍA GONZÁLEZ. DIOS EN LA RÍA

Dios en la ría
Estefanía González
Prólogo de Jordi Doce
Bartleby Editores
Madrid, 2022

 

BARRO HELADO

 

   La entrega Dios en la ría, de Estefanía González (Grado, Asturias, 1970), prolonga la estela poética formada por Hierba de noche (2012) y Raíz encendida (2014). Afianza un recorrido que tiene presencia en la antología La noche y sus etcéteras. 25 voces alrededor de San Juan de la Cruz y que suma también el libro de relatos En sueños de otros (2021).
   El poeta, traductor y crítico Jordi Doce se acerca a la lírica de la asturiana con el prólogo “El sueño de la transparencia”, un lúcido sondeo donde recalca como aspectos reseñables de los materiales poemáticos el epitelio onírico y la correspondencia entre intuición del espíritu y profundización de lo real, desde la experiencia del conocer. Resalta también la trabazón interna del poemario en torno a la transparencia para crear una atmósfera envolvente en torno a las coordenadas del tránsito vivencial, un camino donde concurren sensaciones e imágenes, las hendiduras grises de los días que las palabras reconstruyen, en una suerte de registro verbal que busca orden y sentido.
   El comienzo, “Cuerpo desnudo del invierno” se abre con la composición que proporciona el título del poemario “Dios en la ría”. El campo semántico del poema se ajusta con destreza al asombro verbal de la metáfora: “la ría es una cópula de sal”, “dios: ingles de mármol de sangre lenta”. El hablante lírico expande una dicción confidencial  y al mismo tiempo dibuja un escenario que parece irreal y nos hace explorar el significado del poema que concluye con un final de oscura incertidumbre: “El dios niño blandido / como un hacha. El sol / amenaza el cosmos. / Se hincha la ría, paisaje duro”. El entorno marino se convierte en marco de representación de la memoria; conjuga evocaciones y búsquedas, los callados pasos de un niño que se perdió en las grietas del tiempo.
  Otro conjunto de poemas, entre los que se integran “”Cuerpo desnudo del invierno, barro helado” o “Una aguja empezando por el hueso” incorporan al cauce argumental las manifestaciones activas del dolor y el extravío en los sueños. Estar expone al sujeto al desbordamiento de una intemperie interior: “Dolor, / onda lila / 1ue penetra la materia / y rompe dentro / donde no hay espacio…”
  Los días de infancia hacen de la evocación un itinerario de retorno; un yo pretérito está ahí, asomado a otro tiempo poco propicio a la idealización y a los sentimientos diáfanos. Busca dentro, inventa su propio itinerario de claridad y luz. Camina hacia atrás para observarse y percibir el manso fluir de la conciencia. Queda así un escueto patrimonio de evocaciones, con mínimos hilos de pertenencia: “Esto mío ¿qué es / Es ahora, las gotas en el cristal, / el suelo mojado en la calle, / una luz anaranjada también dentro / y, en todo caso, este silencio”, una confluencia de soledad y espera.
  La sección final, “Cuerpo de padre” reflexiona sobre el cruce de paisajes de la identidad que es al mismo tiempo presencia cercana, sentimiento y extrañeza: “Este cuerpo de mi padre / es un campo de batalla”; la enfermedad se percibe como un pálpito doloroso y matérico, capaz de acallar esperanzas y mostrar su capacidad destructiva. La poeta emplea referentes bélicos que convierten la enfermedad en una batalla, un combate entre contendientes que postula un ominoso resultado final: “Una noche de negro aire / se vierte ahora / sobre este campo de mi padre. / Es dulce la morfina. / Regurgitan las tripas / del hospital”. Lo premonitorio se hace continua presencia; se apagan indicios vivificadores; todo parece asumir un silencio definitivo, un cifrado campo yerto.
  En los poemas de Dios en la ría el mensaje evocativo adquiere una importancia explícita; las palabras trasmiten la militancia activa del recuerdo; recuperaran un horizonte temporal  que asocia la niñez al entorno, ya lejano sueño, marcado por las contingencias del presente. Este singular encuadre del ayer se contrapone a un estar en el ahora  que casi absorbe la enfermedad del padre y las vibraciones de una conciencia abierta al secreto tangible de la muerte. En los hilos de sol de la certeza se hace nido  la sensación de finitud y regreso, el lento deshacerse de la identidad.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 

 

lunes, 10 de mayo de 2021

JULIO MAS ALCARAZ. RITUAL DEL LABERINTO

Ritual del laberinto
Julio Mas Alcaraz
Epílogo de Jordi Doce
Bartleby Editores
Madrid, 2021


 EL SUEÑO DE OTRO

 
   Licenciado en Ciencias Económicas, Master of Arts in Filmmaking por la London Film School, guionista, productor de cortometrajes, cineasta y poeta, Julio Mas Alcaraz (Madrid, 1970) respira un vitalismo poliédrico singular, a trasmano de etiquetas generacionales. Su corpus poético arranca con la entrega Cría del ser humano (Vitruvio, 2005), un empeño de búsqueda entre los límites de la realidad y el espacio imaginario. Su segunda aparición lírica, El niño que bebió agua de brújula, con liminar de Antonio Gamoneda, suscitó un fuerte temblor mediático, siendo elegido como uno de los mejores libros del año. Casi una década ha tardado Julio Mas Alcaraz en dejarnos su nuevo fruto, Ritual del laberinto, que ha optado, por no condicionar la mirada lectora con el prólogo contextual. Por eso ubica la mirada crítica del poeta, traductor y ensayista Jordi Doce en el epílogo, como expresiva conclusión final.
   En Ritual del laberinto percibimos un desarrollo orgánico secuenciado en torno a dos nombres propios, Lucía y Lorea. Ambas identidades cruzan un puente temporal que rebobina el pretérito para aportar instantáneas vitales rescatadas por la memoria. De ese quehacer ensimismado de reconstrucción y sentido nace el aporte de Lorea y su retorno al espacio germinal de Lucía, la casa familiar. Los pasos de Lorea suenan a incertidumbre; llegan con la lluvia triste de la angustia y el empeño en sobreponerse al vacío y la ceniza: “II”: “Cómo entrar por primera vez / a un bosque calcinado”. El rumor fuerte de la evocación da forma narrativa al reguero de imágenes perdidas, a esa caligrafía de humo de un enfrentamiento fraticida, nunca apagado. Volver a vislumbrar las paredes derruidas del ayer es dar voz a Lucía en el pueblo y a teselas de la memoria personal que tienen un doloroso significado: las despedidas, los días del prisionero, la definitiva derrota y el musgo sucio de la sangre, el afán por seguir con las tareas de la madre solitaria, el rencor y el desamparo ante los registros y las fosas comunes. Son latidos de la memoria con la necesidad de recordar para que la barbarie no conozca el tamo simulado del olvido. El apartado “Lucía en el tren” es la crónica implicada del testigo, la temperatura de escarcha que tienen los espacios de la derrota: los campos de prisioneros, las cunetas, los orfanatos y ese invierno perpetuo que recubre la orfandad de los niños. Solo las metáforas pueden ocultar esta ausencia tenaz de cualquier sueño, cuando la vida se abre paso.
   Frente al discurrir lineal, Julio Mas Alcaraz opta por fragmentar el material enunciativo y alternar en el marco del poema la presencia de las dos protagonistas, dando fuerza al diálogo cálido de la comprensión y la complicidad. En el poema III de “Lorea en casa” leemos: “Lucía: / Somos dos aves que se encuentran / volando en sus respectivas bandadas / y se reconocen iguales / y se miran sin opción de pararse / mientras cruzan  el mar / en dirección opuesta”. Los poemas construye un paisaje diacrónico que baliza el itinerario y permite entender los complejos momentos existenciales: “Lucía hacia el puerto”, “Lucía y el barco” buscan el hilo esencial de una historia que entrelaza lo personal y lo colectivo en el tenebrismo de un tiempo histórico en el que los niños han perdido su inocencia para ser esa parte anónima y diluida que los sueños cobijan. Cada incidente anecdótico del viaje busca su propio modo de trascender: las preguntas de la mujer ciega, el entierro del viejo solitario o esa lejana visión del horizonte dejando a lo lejos el manso color de la esperanza: “XI”: “El mar es el silencio que se expande“.
   Los lugares del poema crean escenarios de vuelta y espacios compartidos; por eso, también Lorea se asoma al mar para percibir en su perfil abierto un refugio de símbolos capaz de transformar lo aparente. Sobrecoge la intensa emoción que da vida a cada identidad, reflejado en el cierre del poema “V”: “El asombro de ser / cada una, un sueño de la otra”. El significado de la realidad se vela para dar paso a un decir cuajado de imágenes oníricas, hecho de instantáneas expresionistas, como en el apartado “Lucía en el bosque” o en la sección “Lucía retorna al pueblo”. Los poemas deambulan por el discurrir imaginario de lo biográfico, por una incitación a lo abismal que contempla un mundo aleatorio y subjetivo del que solo es partícipe la conciencia del sujeto.
  La coda crítica “Palabras mensajeras” escrita por Jordi Doce subraya ese diálogo a dos voces, abuela y nieta, y esa superposición de estratos temporales y sintetiza los rasgos de una escritura que deslumbra “por su mezcla personalísima de precisión y voluntad metafórica, brevedad aforística y sentenciosa y desbordamiento expresionista”.
  La poesía de Ritual del laberinto recuerda un paisaje verbal hecho de soliloquios recorriendo a solas angostos pasadizos hacia la noche de los significados. La escritura protagoniza un largo viaje temporal hacia la inexistencia. Hace de la memoria un líquido amniótico, una matriz tibia que preserva el ámbito de otra identidad. Los poemas construyen un cerco invisible para que los recuerdos sean cálidas revelaciones, el hilo argumental de un relato que preserva su intensidad descriptiva y testimonial, su intimismo profundo. Las palabras no callan, convocan la ausencia, para que la voz no sea pasado y vuelva; sea ahora y regreso, como el fluir del agua que corre bajo el suelo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 
 


domingo, 31 de marzo de 2019

JOSÉ CORREDOR-MATHEOS. EL PAISAJE SE HACE POEMA

El paisaje se hace poema
Poemas 1951-2017
José Corredor-Matheos
Prólogo de Jordi Doce
Fundación Ortega Muñoz
Cáceres, 2019


LA SOLEDAD DE SER


   José Corredor Matheos nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) en 1929. A los seis años, la familia se traslada por razones laborales a Vilanova y la Geltrú y a los doce se instala definitivamente en Barcelona. La ciudad será el lugar de formación y el sitio donde vive y desempeña su itinerario creador hasta ahora. Por tanto, pertenece por edad a los llamados “niños de la guerra” a quien los estudios literarios encuadran en la generación del 50, espacio generador de una abrumadora bibliografía crítica por la calidad de sus heterogéneos componentes. Pero el castellano-manchego, afincado durante tantos años en Cataluña, es una voz solista. Su entorno literario no encaja en los consabidos parámetros generacionales, por más que la entrega de amanecida, Ocasión donde amarte se edite en 1953, cuando se gestan los hechos generacionales más conocidos de su generación: el homenaje machadiano en Colliure, la culminación del ideario social-realista, los quehaceres promocionales del grupo de Barcelona en antologías y nuevas colecciones poéticas, o los encuentros que conexionaron las voces emergentes del cincuenta con los autores del 27 que no habían partido hacia el exilio, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
   Como otros estudiosos de la obra de José Corredor–Matheos, Jordi Doce es consciente de esa falta de rasgos comunes generacionales. Aborda el itinerario biográficotan magníficamente evocado en la literatura de la memoria de Corredor de fondo- con la conciencia de sondear un perfil a trasmano, que elige la coherencia personal frente al gregarismo. El volumen Desolación y vuelo reunía en 2011 la obra poética, aunque pronto se añadiría el libro Sin ruido, publicado en 2013. Esta entrega no rompe la impresión de unidad y coherencia de un itinerario remansado en el tempo y compuesto por una docena de títulos. De ese corpus emanan los 86 textos integrados en El paisaje se hace en el poema con el mínimo añadido de tres poemas inéditos.
  El poeta y traductor deja en el prefacio las pautas referenciales que argumentan la evolución en la mirada. Corredor-Matheos define su amanecida con los claroscuros de la desolación existencial y el peso doloroso de la historia. La primera posguerra muestra los efectos secundarios del conflicto fraticida y el asentamiento de la dictadura tiñen el semblante de un país triste, que reajusta la convivencia entre vencedores y vencidos. El sujeto poético se encierra en los laberintos del yo ensimismado y aguarda en silencio la aurora: “Como un árbol tengo vueltos / los ojos hacia mi entraña. / ¿Es el rumor de la savia / o el silencio quien me habla? “. Ese estar callado deja oír con claridad vital la voz del paisaje. La naturaleza se despliega como una cartografía repleta de sensaciones que crean fuertes reflejos especulares en el interior. La contemplación se hace conocimiento. Busca en los ciclos estacionales un muestrario de verdad y belleza. En el recorrido del poeta se vislumbra también un largo deambular por el temporalismo. La conciencia del transitar deja en su última estación una voz despojada, si no de canto celebratorio sí de aceptación de la condición de ser.
   Los primeros poemas seleccionados confirman el abandono de la retórica social, tan común en el Grupo de Barcelona, para abordar el poema con cierta actitud intimista y con una poesía de severa precisión formal, refinada y exacta, que hace del octosílabo la medida natural del verso. La efusión individual sustituye a la denuncia del quehacer colectivo. La contemplación del entorno se hace con mirada serena, con un espíritu delicado y ajeno a la estridencia. Las formas se guardan intactas, dan respuestas a un estar transitorio que enlaza vivencias y sensaciones: “Buscas  en la corteza / las señales. / El árbol te ha mirado / con los ojos profundos / de la infancia / y ha florecido luego / ante tus ojos”.
  Junto a la estela lírica, en el periplo escritural de Corredor-Matheos el arte, la arquitectura y el diseño conforman embriones reflexivos de fuerte proyección. Así que resulta muy atinado el muestrario de composiciones, casi siempre con el esquema cerrado del soneto, dedicado a Benjamín Palencia, Godofredo Ortega Muñoz, Mariano Gilaberte y otros artistas contemporáneos.
   María Elena Rodríguez Ventura ha dedicado un iluminador estudio a la poética oriental presente en la obra última. Alude a una tercera etapa bautizada como “Poética del despojamiento”. La inaugura el libro Carta a Li Po (1975) y se hace ostensible hasta la coda final, Sin ruido (2013). En ella, los procedimientos expresivos recrean una brevedad básica, que bebe de fuentes orientales como el haiku. Dan pie a una dicción transparente, cuyos contenidos perciben la celebración y armonía del entorno y el brotar solidario de lo compartido: “Pasear en la tarde / y detenerse / respirando muy hondo. / Ver abrirse las flores / que aún estaban cerradas”.
   La antología El paisaje se hace poema esclarece una concepción poética en tránsito, que parte del confesionalismo cotidiano y despliega en su madurez un entrelazado espiritual, en el que resulta eje central el budismo zen. Su coherencia expositiva modula una cosmovisión más intuitiva que racional, que concede a la conciencia del ser un carácter trascendente y revelador donde todo se cumple. Es el abrazo pleno del yo con la pureza primera del estar: “Hoja caída. / Salta ahora a la rama / y reverdece”.      


sábado, 12 de enero de 2019

JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET. ESPACIO TRANSITORIO

Espacio transitorio
José Luis Zerón HuguetPrólogo de Jordi Doce
Huerga & Fierro Editores, Poesía,
Madrid, 2018


TIERRA FIRME

   El excelente liminar del poeta y traductor Jordi Doce, que abre las páginas de Espacio transitorio,  permite recordar la visión literaria de José Luis Zerón Huguet (Orihuela, 1965), con quien cobró peso una de las aventuras literarias más duraderas de los años noventa: la revista literaria Empireuma. Sobre el afán poético escribe Doce: “La contemplación obsesiva de este mundo conlleva un grado de extrañeza –de extrañamiento- que nos permite tomar conciencia del tejido complejísimo y a la vez coherente de la realidad, con sus luces y sus sombras, su juego de contrarios, su infinito juego de espejos”.
  De este empeño de búsqueda y desciframiento nace la poesía de Espacio transitorio, denso poemario que integra tres secciones con una textura similar. El primer tramo, “La canción del tránsito” marca su epifanía con un referente cultural de la tradición judeocristiana: Lot. Es nombre que adquiere una notable carga simbólica; la identidad del sujeto contiene en su estar un afán de búsqueda y exploración, una tendencia existencial a borrar el sedentarismo para habitar otras geografías al paso, aunque es necesario no mirar atrás y hacer del tiempo un presente continuo, también en la carencia. De esta forma fluyen las composiciones con un claro enfoque narrativo. Los enunciados poéticos visualizan distintos protagonistas cuya contingencia siempre coincide en compartir las contradicciones de lo real, ese espacio inexplorado que codifican a menudo el miedo y la incertidumbre. Pero allí también está la tierra firme, un territorio de esperanza que alberga claridad y distancia.
  El tramo central del poemario “Extravíos” añade al hilo argumental el paso de los otros, esas presencias que dejan sombra en el imaginario social y que afirman en sus itinerarios sensaciones contradictorias que obligan al yo a aceptar lo gregario o a disentir en las sendas abiertas porque son con frecuencia distancias ilusorias, pasos que caminan hacia ninguna parte. Sobresale en este apartado el poema “La niña de Sebrenica” que sobrecoge por su mirada social y por ese enfoque del superviviente que quiere olvidar lo que ya forma parte irremediable de su identidad; aceptar la derrota es exigir a la conciencia la asunción de la culpa y el miedo, abrir los ojos al sinsentido de seguir a pesar del odio, la infamia y la muerte, con los ojos ateridos de frío. Ese desamparo por los sueños rotos, que siembra el tacto ártico de tantas geografías, está presente en otras composiciones como la inspirada por los niños asesinados en Hula (Siria). En ellas el miedo se convierte en cercanía y sombra, en ese monstruo que quiebra el sosiego y que provoca la disolución de cualquier esperanza, que hace de la memoria opresión y derrumbe.
  Esa palabra angustiada deja sitio en “Adhesiones” a una voz de amanecida que abre sus sentidos a la luz. Es el propósito de firmar una tregua con la memoria, de hacer de lo cotidiano casi un espejismo de salvación, aunque el muro siga en pie, opaco y clausurando la esperanza,  la voz sabe que solo es libre “aquel que rompe el espejo donde se mira exhausto”, que supera el feroz aprendizaje de la tristeza en pos de una estela más propicia para seguir en ruta.
  El poema “Réquiem” clausura esta entrega de José Zerón Huguet con una voz versicular que postula la visión de un paraíso perdido, que deja en lo diario una sensación de derrota y fracaso, de ocupar un espacio transitorio. Siente la palabra como una estrategia defensiva, como un refugio contra el tiempo. Al cabo: “El mundo mendiga conocimiento y un lenguaje para sobrevivir a la imperfecta belleza de la discordia”.



lunes, 19 de noviembre de 2018

JOSÉ LUIS TRULLO (Ed). FILI MEI: LOS AFORISTAS Y LA PATERNIDAD

FILI MEI
Los aforistas y la paternidad
José Luis Trullo (Ed)
Libros Al Albur
Sevilla, 2018


LOS AFORISTAS Y LA PATERNIDAD


   Cada papel social tiene su itinerario. Una ruta que sosiega el reloj y fortalece, como si fuera un tónico. Ayuda a encontrar sitio en la polis comunitaria. La ruta del padre ha estado transitada durante siglos por el privilegio. Desde los orígenes de la civilización occidental, la presencia paterna fue vértice e impulsora de la escala social y se subordinaron a su omnipotencia todos los integrantes del clan familiar.
  Como un Jano moldeado por el devenir, el sujeto padre vive en el ahora momentos de incertidumbre e indefinición, ya que el ser igualitario del siglo XXI impulsa otros modelos de familia; el padre y la paternidad han descendido escalones para equiparar singularidades, derechos y deberes con los demás componentes de la célula social. Al amparo de estas mutaciones del rol, el editor y aforista José Luis Trullo, impulsor de la colección Libros al Albur, ha seleccionado una decena de autores  contemporáneos, que lanza el dardo de sus textos a la diana argumental del motivo.
  En cita celebratoria que abre el pequeño volumen, G. Papini asocia el ser padre con el perfecto amor, el puro y desinteresado amor. Alguien que firma la hipoteca pendiente del dar mucho a cambio de nada, sabiendo que todo lo bueno que ocurra al hijo es bendición recibida por vía interpuesta. Frente a ese optimismo desplegado, el prólogo analiza el día laborable del sustantivo en las convulsiones acontecidas por la deriva individualista. La Modernidad ha dejado en la cartografia social una multitud de damnificados; todo es sombra y en ella los signos del padre se han diluido hasta ocupar una posición cuestionada y secundaria.
   De ese seísmo emocional se nutren los enunciados de los diez aforistas invitados.  Para todos ellos, el vínculo de la paternidad se aproxima a la fuente de sentido del existir. Provoca una metamorfosis íntima que obliga a replantearse el eje de coordenadas de lo personal y somete a una rara dependencia; difunde otra relación entre mundo y sujeto. Una vez producido el milagro de la vida, el yo se sitúa en un balcón frente a la incertidumbre, como si fuera espectador dispuesto a una representación escénica. Cuando comienza el crecimiento físico del hijo cambia el tono; lo subjetivo se pospone para establecer con el hijo un pacto de bifurcaciones y actitudes.
  Cada aforista aporta su experiencia sobre la paternidad y deja su visión desde las emociones primarias del ser hasta los estratos de madurez que, no pocas veces, conllevan independencia y decepción, declive y afectos condicionados por otras circunstancias. Leer a Jordi Doce, Elías Moro, Jesús Cotta, Luis Acebes, León Molina, Jesús Montiel, Juan Manuel Uría, José Luis Morante, Mario Pérez Antolín y Emilio López Medina es vislumbrar, con sobriedad inteligente, esa búsqueda del equilibrio entre las emociones y los resquicios de temporalidad y contingencia que abren sitio a lo imprevisible.
   La socorrida indefinición genérica del esquema verbal es evidente. Muchos enunciados son simples aportes reflexivos, sin la nitidez, el destello y el chispazo preciso del aforismo. Apenas recuerdos o pensamientos en torno a la idea, o fragmentos de un pensar autobiográfico. También hay algunos aforismos estupendos: "Su hijo es quien más se le parece, pero no sabe nada de él. Su hijo es quien más se le parece, pero no sabría reconocerlo" (Jordi Doce); "Tan solo me consuela un pensamiento, el tiempo que a mí se me escapa rumoroso fluye hacia ti" (León Molina); "El hombre con hijos es más vulnerable. Por eso tiene que ser más fuerte" (Jesús Cotta); "Espero que me recuerdes lo que fatalmente he ido olvidando" (Juan Manuel Uría); "En la mirada de mis hijas palpita la raiz de mi mundo" (Elías Moro); "Mis hijos me arrebatan el tiempo. Pero lo llenan de sentido" (Jesús Montiel); "Los hijos que no se ocupan de enterrar a sus padres, comienzan pronto a desnacer" (Mario Pérez Antolín); "Aquel que tiene hijos, ya no podrá esconderse de la vida. Este es quizás el precio más gravoso de la paternidad" (Emilio López Medina). 
   Ser padre es aceptar la conquista azarosa de la libertad, dejar al yo en otra vuelta del camino, al amparo del tiempo, buscar el aire límpido de la tarea cumplida y saber que la experiencia depara sabiduría y ternura. Es también la conclusión clarificadora de la gratitud. Nada más grato que la libertad de conciencia de la paternidad. 
  El encuentro se dilata hasta que los hijos se transforman en aves migratorias. Su estela entonces se hace creación, autobiografía y experimentación literaria. Y a ella se aplican los aforistas elegidos por José Luis Trullo. Saben, como María Zambrano, que ninguna injusticia podrá desterrar del alma esa ingenua confianza en la vida de quien fue guiado por la ternura de la paternidad en sus primeros pasos.




viernes, 18 de mayo de 2018

JORDI DOCE. LIBRO DE LOS OTROS

Libro de los otros
Jordi Doce
Ediciones Trea, Poesía
Gijón, Asturias, 2018


VERSIONES Y CRÉDITOS


   En el recorrido creador de Jordi Doce (Gijón, 1967) no hay ángulos muertos. Desde hace décadas impulsa un quehacer que aglutina poesía, crítica, aforismos, letras autobiográficas, entrevistas, artículos y traducción. Esta última actividad personifica reconocidos logros, sobre todo en lo que se refiere a la literatura anglosajona y norteamericana contemporánea, con amplia experiencia en trasvases desde el inglés: W. Blake, Eliot, Auden, T. Hudghes, Simic…
  La faceta adquiere en Libro de los otros un matiz nuevo ya que, junto a la traslación habitual del texto, integra un conjunto de notas circunstanciales repleto de amenidad y erudición, cuya razón de ser se explica en un breve prefacio. Las anotaciones personales aportan un despliegue de contingencia. Acogen el contexto escritural, alguna seña biográfica de observaciones memorísticas, o las características más definitorias de las estéticas. De este modo, cada autor nos deja el poema en castellano y además la piel cálida de su humanismo, que sirve para no alejar demasiado el itinerario biográfico y el quehacer creador, como si fuesen vetas integradas en un único cauce vital.
   El poeta y traductor recurre al orden cronológico para trazar la línea de contenidos. y en este avance conviven nombres relevantes, que ya figuran en el canon de poetas contemporáneos y voces emergentes, que personifican recambios generacionales y dejan ante el lector un perfil de interés que necesita renovar lecturas.
  La selección comienza con Simon Armitage (1963) protagonista de una travesía literaria muy pronto reconocida, a pesar de su actitud experimentalista inicial y de su frescura temática, tan presente en su libro Zoom. Tanto los poemas acogidos aquí como los textos paralelos de Jordi Doce son puertas de expectativas que nunca decaen. Hay páginas dedicadas, entre otros, a  John Ashbery, W. H. Auden y Paul Auster, cuyo éxito como novelista ha eclipsado casi al completo la temprana faceta lírica. También a Bei Dao, casi un desconocido para muchos lectores, entre los que me encuentro, quien proporciona algunas citas que tienen la sabiduría lapidaria del aforismo y ese espíritu sosegado de escritura oriental; su voz parece caminar hacia dentro.
   La profundidad de campo de Libro de los otros  contiene llamativas arquitecturas literarias, como las alzadas por Robert Graves, Donald Hall, E. Pound, J. Burnside, S. Plath… Pero también diseños recientes, que todavía no tienen un perfil popular, aunque su empeño personal está repleto de hallazgos: E. Muir, R. Jeffer, D. Tanning… Sirven de coda algunos textos de W. B. Yeats, un referente fuerte y un insatisfecho habitual de belleza en las palabras, consciente de su capacidad de permanencia, tras el luego final.
   El resultado despliega una amplia selección de poetas y poemas que marca los puntos cardinales de la lírica contemporánea en inglés. La antología materializa, en su diversidad, la capacidad para preservar el aliento original y dar vida a un poema análogo, que siempre debe ser la clave fundamental de una versión. Jordi Doce lleva muchos años entregándose a la tarea de cristalizar en nuestro idioma la claridad meridiana de otras lenguas y este volumen, impulsado por Trea, refrenda el empeño continuísta, la cercanía de otros ámbitos poéticos. De ese pulso con el lenguaje se nutren las metamorfosis comentadas que propicia Libro de los otros, un trabajo que abre puertas e invita al viaje de otras lecturas.




lunes, 7 de mayo de 2018

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN. EL CAZADOR Y LA PRESA

Dedicatorias
Con José Luis García Martín, en casa
(Rivas-Vaciamadrid)
Fotografía de
Cristian David López
  


EL CAZADOR Y LA PRESA

La libertad no es más que la distancia
entre el cazador y la presa

Bei Dao

Es tan erosivo y subterráneo que ser buena gente lo considera una parodia.

*

Tiene la temperatura emocional de un cubito de hielo. Pero en él no clarean las gotas de agua. Todo es barro.

*

En línea con su actitud vital,  la escritura hostil necesita sangre; busca la yugular.

*

Meritocracia: la soledad estéril, el mal carácter, la mirada baja y el ocasional ajuste de cuentas.

*

Las efigies son pretenciosas; estiran la mirada más allá de su alcance.

*

Hay amistades que cumplen la edad del soneto y necesitan estrambote.

*

Descarto el razonamiento personal sobre sus objeciones críticas y su severidad formal. Solo se escucha a sí mismo. Tiene un oído disciplinado y elusivo que ignora al otro por omisión.

*

Sus reseñas tienen miga, aunque llena de moho.

*

Lo recuerda Jordi Doce en  su maravilloso Libro de los otros.  Con evidente amargura, tras un texto difamatorio, Octavio Paz llamó al poeta Robert Bly “El porquero de Minnesota”. Yo no llego a tanto, pero aprecio en su labor crítica cierta inclinación natural a caminar entre los cubos de basura.

*

Matizar y atizar. En su parte de bajas, un círculo expansivo: Carlos Bousoño, Francisco Brines, Ángel González, Féliz Grande, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Andrés Trapiello, Karmelo C. Iribarren… Yo, también.
El taxidermista, feliz, cuelga en las paredes trofeos disecados.

*

El rencor, la quema de ilusiones ajenas y la estupidez no aumentan la inteligencia, aunque saben moldear espejismos: disimulan ante el espejo la baja estatura.

*

Sospecho que escribe bajo efectos secundarios, mientras sufre un cólico nefrítico o alguna oclusión intestinal por basura curricular.

*

El yo es otro; el día que escribí estos aforismos era más García Martín que Morante Martín. A ver si supero pronto este trastorno bipolar...


(De mi Agenda del resentimiento)


    


sábado, 28 de enero de 2017

Con PILAR GÓMEZ BEDATE

Pilar Gómez Bedate
(Madrid, 27 de enero de 2017)

Con PILAR GÓMEZ BEDATE

   Aún recuerdo cuando conocí a Pilar Gómez Bedate, Doctora en Filosofía y Letras, traductora, crítica de Arte y pareja sentimental del poeta Ángel Crespo. Fue en 1990, en una mesa redonda sobre la generación del medio siglo organizada por Círculo de Lectores en Madrid. Tras el regreso definitivo de Ángel Crespo a España, se multiplicó la presencia del escritor, traductor de Dante, Pessoa y Petrarca, crítico y editor de revistas literarias en el clima intelectual de la década. Sí, fue en 1990, yo dirigía la revista Luna Llena y buscaba entrevistas y colaboraciones. Al final del acto hubo un cordial intercambio de saludos y direcciones con Fanny Rubio, César Antonio Molina y otros escritores. 
   Después he seguido con interés el trabajo incansable de Pilar como ponente en congresos y jornadas, y editora de libros imprescindibles entre los que sobresale la edición del corpus poético completo de Ángel Crespo en colaboración con Antonio Piedra, magnífica edición en tres tomos impulsada por la Fundación Jorge Guillén, o los aportes bibliográficos sobre el aforismo, los poemas en prosa, y las colaboraciones en revistas como Ínsula, Turia y Campo de Agramante.
   Hoy me abre su casa y me pone a resguardo de la lluvia y del frío del invierno en Madrid. La profesora me dedica con generosidad su tiempo matinal. Hablamos de su experiencia docente, como Catedrática de Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico y de su Cátedra de Literatura Española en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, o en la Pompeu Fabra de Barcelona,   de los enlaces creadores de Ángel Crespo con los autores vanguardistas de posguerra, o de la reivindicación de pertenencia al medio siglo de autores desvinculados de la Escuela de Barcelona,  con un sólido bagaje creador como Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot, Antonio Gamoneda o Carlos de la Rica, el poeta editor que tanto gusta a Pilar Goméz Bedate. También, de la eclosión del aforismo como género renacido, y del papel de autores jóvenes como Jordi Doce o José Luis Gómez Toré para dar luz y actualidad al legado de Ángel Crespo.
  En la despedida, Pilar Gómez Bedate me regala libros y revistas. Yo recupero el paraguas y retorno a Rivas con la convicción de que el encuentro tiene voluntad de perdurar, como tienen las cosas que buscan suelo firme en la memoria, para permanecer en primer plano, entre los afectos vivos que sostienen nuestra identidad.


sábado, 7 de mayo de 2011

JORDI DOCE: EL RUMOR DE LO INTACTO

                                
Perros en la playa
Jordi Doce
Dibujos de Javier Pagola
La Oficina, Madrid, 2011

   El íntimo placer de la escritura encuentra en el aforismo un género esencial porque conexiona vida y literatura y concede a ambos sustantivos la naturaleza de realidades indisociables. En su fluencia, el paso a paso marca el pulso intermitente de la mano que escribe. Así se percibe en Perros en la playa, una colmada cosecha de trazos personales, poemas y aforismos de Jordi Doce (Gijón, 1967). El poeta entregó en 2005 el volumen  Hormigas blancas, editado por Bartleby y definido por Eduardo Moga  como “un ovillo que se devana densa y fluidamente a la vez, a menudo con la persuasión de un relato”.
   La nueva hoja de ruta es similar: los apuntes glosan una filosofía asistemática y expuesta en porciones que gravita a su libre albedrío, como si todo lo que sucede pudiera destilarse en esos momentos que toman por sorpresa y sacan a la luz, frases, vivencias, conversaciones e imágenes que, con apariencia vulnerable, permanecen flotando en el temblor del aire. La precisión verbal amplifica significados, aspira a completar un discurso sin tiempos muertos. En torno al sujeto fructifican estímulos que buscan la respuesta del lenguaje; palabras donde confluyen sensibilidad y representación.
   El mismo autor aclara el título: “Así entiendo ahora estos comentarios: sin rumbo preconcebido, arbitrarios y espontáneos, como las carreras de los perros en la arena, moviéndose nerviosamente de un lado a otro, incapaces de buscar otra cosa que su propio cumplimiento”
   Los poemas incluidos en Perros en la playa conceden a esta miscelánea un cromatismo nuevo; nos muestran esa lección escondida de los inéditos y legitiman una estética que, con las reservas propias de cualquier taxonomía, se inserta en el dominio figurativo: “La poesía, entre otras cosas, es dialogar con la palabra en libertad. Pero nunca como en un poema se percibe que las cosas se parecen a sus nombres. De ahí pudiera deducirse, tal vez, que en libertad las palabras tienden a caminar sobre aquello que nombran”. De forma natural, los versos se entretejen sin disonancias, reiterando tanteos.
   Aunque no faltan párrafos autobiográficos descriptivos y enmarcados en lo contingente, Jordi Doce prefiere el texto breve, la idea condensada y rotunda, expuesta con lúcida economía. En su formulación, el aforismo activa su capacidad receptiva, se despliega, explora la multiplicidad del entorno y fija posiciones. Presenta una interpretación que halla en el lector un destinatario fiable. El sujeto verbal se implica en juicios, deambula entre lo cotidiano, escucha el rumor social y los espacios de la convivencia. Nos deja las huellas de una voz que habla consigo misma, interpela y escucha.