domingo, 7 de junio de 2015

ANTONIO RIVERO TARAVILLO. LO QUE IMPORTA

Lo que importa
Antonio Rivero Taravillo
Renacimiento, Sevilla, 2015
LO QUE IMPORTA

  Hace mucho tiempo que la poesía contemporánea dejó de ser un patio de vecinos  lleno de conflictos y con la pretensión de escribir a la contra para convertirse  en un discurso sosegado y plural. En la lírica actual conviven elementos de varias tradiciones que alientan la intención de acercarse a la mayoría en el tratamiento del lenguaje y en los veneros argumentales. De esta digresión previa, la senda de Antonio Rivero Taravillo podría ser ejemplo paradigmático. El equipaje literario del melillense afincado en Sevilla es copioso y diverso. A su faceta de traductor al castellano de autores como W. Shakespeare, John Keats, Robert Graves o Harold Bloom suma cuadernos de viajes, ensayos, biografías –imprescindible su trabajo sobre Luis Cernuda-, la novela Los huesos olvidados y un sendero poético que abarca las entregas Farewell to Poesy, El árbol de la vida, Lejos, y  La lluvia. 
  Desde su inicio, la palabra poética emplea una perspectiva realista y figurativa. El texto acoge una anécdota aparentemente menor y cotidiana y profundiza en su indagación hasta perfilar destellos cognitivos sobre el ser y el estar. De ese modo, el hilo conductor de cada salida concede al pensamiento un amplio recorrido en el proceso de percepción de la realidad y sus interpretaciones. En las composiciones de Lo que importa nos sale al paso una reflexión que aglutina casi ochenta poemas organizados en tres conjuntos. La observación del testigo directo especula con la ficción autobiográfica y con las contigencias de un yo que percibe en su acontecer diario los pliegues del asombro. Sus apreciaciones conceden al tiempo un valor añadido y resultan brújulas eficaces en los itinerarios por completar.  La lectura, y sus efectos secundarios, constituye una actividad central del hablante verbal. Varias composiciones abundan en el sostenido diálogo con la biblioteca. Por esa escala asciende “Rey Lear”; el poeta será una ausencia en las lejanas luces del quinto centenario, pero la versión al castellano de aquel hito de W. Shakespeare hablará por él renacida en las manos de un lector. También el poema dedicado a W. Morris, cuyo ideario se esboza en una sugerente poética final: “El hombre es narcisista: así prefiere / un espejo a su semejanza, un sucio / andrajo de dudoso gusto, / agua turbia en la que reconocerse; / nunca la claridad, la transparencia / que exigen transparencia y claridad. “
  Transita por el segundo apartado la voz de Humberto Fabbro. El mismo autor hace memoria de su encuentro con él y nos desvela unas escuetas pinceladas biográficas que no hacen sino acrecentar la certeza de que el personaje es un alter ego que añade matices al personal camino de Antonio Rivero Taravillo. Se acrecienta el registro coloquial para glosar evocaciones y la dicción se desnuda para tejer secuencias de las que emanan indicios éticos. Las idealizaciones parecen avocadas a formar la textura de un campo de cenizas. Pero no solo cambia el sesgo reflexivo; también el formato experimenta bifurcaciones, como sucede en el poema “Asta y cuerpo” donde la repetición versal establece una llamativa combinatoria. 
  El tramo final, “Sala de espera” compila el cajón diverso de lo cotidiano, como si fuese una fragmentaria lectura de la realidad en clave poética. Es la cronología de un tiempo que aglutina elementos al paso –qué atinados los poemas “Ciruelas” y “Biblioteca descarrilada”- o de lugares y sitios que acentúan la ubicación del sujeto entre lo transitorio mientras se desgajan inadvertidos “trozos, migajas raspaduras”.  Las palabras alumbran un terco análisis de las formas que confluyen en el entorno y son interlocutores que borran las cesuras entre pasado y presente.
  Suele mirarse con desconfianza el quehacer variado y Antonio Rivero Taravillo está en el extremo de cualquier práctica monocorde. Ya se ha dicho que en su quehacer conviven varios géneros que se complementan entre sí. Pero es sobre todo un poeta. Lo que importa destaca por su riqueza temática, por su originalidad metafórica y por el manejo de formatos que integran el escueto esquema del haiku y el poema narrativo que se demora en la descripción de lo percibido. Y en los dos casos, el lector percibe la palabra necesaria, el poema que habla con tono acogedor. La espiral de palabras que en el ruido diario preserva lo que importa.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Así es, Susana, la arquitectura poética de Antonio Rivero Taravillo es sólida y habitable. Para quedarse entre sus muros. Un fuerte abrazo.

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  2. Otro nuevo descubrimiento. Gracias José Luis por compartirlo. Un abrazo

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    1. Antonio Rivero Taravillo es un escritor-orquesta; toca muchos instrumentos y su polifonía es intachable; yo prefiero dos facetas suyas -aunque no discutiré méritos evidentes en las demás-, la poesía y la traducción. Así que hay un amplio territorio por explorar. Abrazos, poeta.

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