Vigía de tu paso Pilar Blanco Díaz Chamán Ediciones Colección Chamán ante el fuego Albacete, 2018 |
EN VUELO
Los prólogos tienen una naturaleza justificatoria. Sirven de estantería
intencional. Ponen el énfasis en la razón de escritura, aunque su perspectiva
resulte subjetiva y parcial. No es un asunto periférico al texto sino una
manera de calcular el sustrato germinal. Su capacidad interpretativa se integra
en el paratexto, como las citas o las notas complementarias. Pilar Blanco Díaz
deja en su prefacio una defensa del poema intuitivo, de esa caligrafía que
captura el fulgor y el destello en su fusión de aporte intelectual y
experiencia sensible. Con ese ideario avanza su entrega Vigía de tu paso, trabajo que da continuidad a una amplia obra, iniciada en
1982 con Voz primera. Aquel
paso adquiere recorrido en más de una decena de poemarios, de los cuales una
amplia selección se recoge en la antología Con
la cal en los dedos (1982-2010). El trayecto sigue y recorre nuevas
estaciones como Alas los labios y Raíces de la sangre; un afán creador
reconocido con abundantes premios como el Francisco de Quevedo, el premio
Internacional Miguel Hernández, el premio Alegría o el Premio Internacional de
Poesía San Juan de la Cruz.
El yo poético de Vigía de tu paso no
pretende construir un mundo de vivencias desde la confesionalidad de quien
ofrece su versión de los hechos a partir de un exteriorismo descriptivo.
Opta por la quietud contemplativa y hace
de ese espíritu de sosegada aprehensión un acto introspectivo y una
singularidad reflexiva. Quien percibe, sabe que estar es sentir el temblor de
lo cercano, bucear en el reflujo transitorio del devenir, desde un planear
libre. Quien observa parece asentado en el aire, hace del vuelo un ejercicio de
libertad, asume el riesgo de sostenerse sin asideros para enfrentarse también a
su propia contemplación.
De ese gesto de testigo implicado nacen las veintidós composiciones de
la sección “El que observa”. El sujeto lírico vive un tiempo de carencia e
incertidumbre en el que se van diluyendo algunas estelas sentimentales
próximas, como si habitase una oquedad que colmara el vacío. Pero hay que
seguir el vuelo, “tejer aire y ala”, poner la voluntad lejos del
ensimismamiento, en el empeño de moldear su hechura: “Estar sentado
contemplando una lluvia que fluye detrás / de los cristales, que arranca el
desperdicio de lo nunca / cumplido, que bulle en veladuras. Que es tuya y no /
lo es.” Quien observa da cuenta, también, de las palabras de su propia incógnita,
deja aflorar desde la piedra los contornos de un yo que se define hacia la luz.
En todo este tramo escritural hay una estricta observancia de un
lenguaje poético, de gran cuidado formal. Fluye un deseo consciente de huir del
tono prosaico para imponer una sintaxis de tensión sostenida, sugestiva en
imágenes que enmarca los versos en una atmósfera de onirismo expandido; la verticalidad es un camino hacia lo profundo.
Argumentaba el crítico Mario Eraso que la poesía vertical de Roberto
Juarroz promueve el pensar más que el sentir. Una cita del poeta y ensayista
argentino abre paso al segundo apartado, “La criatura”; en ella se sienten
cercanos el oxímoron y la paradoja. Son rasgos que también Pilar Blanco integra
en su discurso lírico, en el que se concentran la voracidad del desasosiego y un
estado crepuscular que deja signos en el pensamiento. La fuerza indagatoria
del poema insiste en desvelar el misterio que es interrogación
sobre los códigos de la identidad. En cada sujeto respira una fuerza interna
que fortalece la inquietud porque, de continuo, urde dudas sobre la naturaleza
del yo, o el avance aleatorio del ser. El pensamiento carece de caminos
trazados, avanza por tanteo.
Símbolo pleno de claridad y encuentro “El espejo de agua” representa la
contemplación de un yo fronterizo que fusiona cercanía y extrañeza. El yo se
desdobla y da sentido a una expresión dialogal que polariza vivencias y
sensaciones. El amor sigue siendo germen de la palabra, llave existencial, rastro
a seguir en esa búsqueda incansable de la plenitud: “Vivir en ignición o no
vivir”; el sujeto escucha dentro, siente en sí el repicar de las horas y las
mutaciones del discurso amoroso como una lluvia que resbala sobre la piel de lo
diario. Quien se mira traduce los mensajes de un yo remoto, repleto de
cicatrices, que duerme en la raíz: “-Soy
eterno, pues amo. / Amar es la raíz de lo infinito. / Amar es conocerse, es luz
desde otros ojos. / Y tú, juez implacable de lo ajeno, / nunca sabrás quién
eres realmente / si no te dejas ser aferrado a otros labios, / a su decir
distinto“.
Pilar Blanco enlaza el punto de partida del poema “Alfa” en un recorrido
circular con la composición “Omega”, que sirve como epílogo del poemario. Ambos
textos meditan sobre el vuelo de un innominado Ícaro, una exploración
argumental que ha impulsado poemas de R. Walser, W.C. Williams y Auden. La
poeta relega el asunto mitológico para centrarse en el vuelo como destino. la
elevación como actitud sublime frente al pragmatismo rampante de lo real. El
vuelo es un alto mirador; permite contemplar y ser testigo del manso transitar
del presente, convierte las alas es fulgor y fuego.
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