viernes, 22 de junio de 2018

PILAR BLANCO DÍAZ. VIGÍA DE TU PASO

Vigía de tu paso
Pilar Blanco Díaz
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2018


EN VUELO


  Los prólogos tienen una naturaleza justificatoria. Sirven de estantería intencional. Ponen el énfasis en la razón de escritura, aunque su perspectiva resulte subjetiva y parcial. No es un asunto periférico al texto sino una manera de calcular el sustrato germinal. Su capacidad interpretativa se integra en el paratexto, como las citas o las notas complementarias. Pilar Blanco Díaz deja en su prefacio una defensa del poema intuitivo, de esa caligrafía que captura el fulgor y el destello en su fusión de aporte intelectual y experiencia sensible. Con ese ideario avanza su entrega Vigía de tu paso, trabajo que da continuidad a una amplia obra, iniciada en 1982 con Voz primera. Aquel paso adquiere recorrido en más de una decena de poemarios, de los cuales una amplia selección se recoge en la antología Con la cal en los dedos (1982-2010).  El trayecto sigue y recorre nuevas estaciones como Alas los labios y Raíces de la sangre; un afán creador reconocido con abundantes premios como el Francisco de Quevedo, el premio Internacional Miguel Hernández, el premio Alegría o el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz.
  El yo poético de Vigía de tu paso no pretende construir un mundo de vivencias desde la confesionalidad de quien ofrece su versión de los hechos a partir de un exteriorismo descriptivo. Opta por la quietud contemplativa y hace de ese espíritu de sosegada aprehensión un acto introspectivo y una singularidad reflexiva. Quien percibe, sabe que estar es sentir el temblor de lo cercano, bucear en el reflujo transitorio del devenir, desde un planear libre. Quien observa parece asentado en el aire, hace del vuelo un ejercicio de libertad, asume el riesgo de sostenerse sin asideros para enfrentarse también a su propia contemplación.
  De ese gesto de testigo implicado nacen las veintidós composiciones de la sección “El que observa”. El sujeto lírico vive un tiempo de carencia e incertidumbre en el que se van diluyendo algunas estelas sentimentales próximas, como si habitase una oquedad que colmara el vacío. Pero hay que seguir el vuelo, “tejer aire y ala”, poner la voluntad lejos del ensimismamiento, en el empeño de moldear su hechura: “Estar sentado contemplando una lluvia que fluye detrás / de los cristales, que arranca el desperdicio de lo nunca / cumplido, que bulle en veladuras. Que es tuya y no / lo es.” Quien observa da cuenta, también, de las palabras de su propia incógnita, deja aflorar desde la piedra los contornos de un yo que se define hacia la luz.
  En todo este tramo escritural hay una estricta observancia de un lenguaje poético, de gran cuidado formal. Fluye un deseo consciente de huir del tono prosaico para imponer una sintaxis de tensión sostenida, sugestiva en imágenes que enmarca los versos en una atmósfera de onirismo expandido; la verticalidad es un camino hacia lo profundo.
  Argumentaba el crítico Mario Eraso que la poesía vertical de Roberto Juarroz promueve el pensar más que el sentir. Una cita del poeta y ensayista argentino abre paso al segundo apartado, “La criatura”; en ella se sienten cercanos el oxímoron y la paradoja. Son rasgos que también Pilar Blanco integra en su discurso lírico, en el que se concentran la voracidad del desasosiego y un estado crepuscular que deja signos en el pensamiento. La fuerza indagatoria del poema insiste en desvelar el misterio que es interrogación sobre los códigos de la identidad. En cada sujeto respira una fuerza interna que fortalece la inquietud porque, de continuo, urde dudas sobre la naturaleza del yo, o el avance aleatorio del ser. El pensamiento carece de caminos trazados, avanza por tanteo.
  Símbolo pleno de claridad y encuentro “El espejo de agua” representa la contemplación de un yo fronterizo que fusiona cercanía y extrañeza. El yo se desdobla y da sentido a una expresión dialogal que polariza vivencias y sensaciones. El amor sigue siendo germen de la palabra, llave existencial, rastro a seguir en esa búsqueda incansable de la plenitud: “Vivir en ignición o no vivir”; el sujeto escucha dentro, siente en sí el repicar de las horas y las mutaciones del discurso amoroso como una lluvia que resbala sobre la piel de lo diario. Quien se mira traduce los mensajes de un yo remoto, repleto de cicatrices, que duerme en la raíz: “-Soy eterno, pues amo. / Amar es la raíz de lo infinito. / Amar es conocerse, es luz desde otros ojos. / Y tú, juez implacable de lo ajeno, / nunca sabrás quién eres realmente / si no te dejas ser aferrado a otros labios, / a su decir distinto“.
  Pilar Blanco enlaza el punto de partida del poema “Alfa” en un recorrido circular con la composición “Omega”, que sirve como epílogo del poemario. Ambos textos meditan sobre el vuelo de un innominado Ícaro, una exploración argumental que ha impulsado poemas de R. Walser, W.C. Williams y Auden. La poeta relega el asunto mitológico para centrarse en el vuelo como destino. la elevación como actitud sublime frente al pragmatismo rampante de lo real. El vuelo es un alto mirador; permite contemplar y ser testigo del manso transitar del presente, convierte las alas es fulgor y fuego.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.