Palmeras solitarias Ramón EderPrólogo de Juan Bonilla Renacimiento, Los Cuatro Vientos Sevilla, 2018 |
MIRADAS
El universo aforístico de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es núcleo
central del decir fragmentario actual. Ocupa este lugar por dos circunstancias
básicas: su quehacer desdeña el papel de hombre-orquesta para configurarse como
solista, de modo que su itinerario, salvo en el tramo inicial que publicó los
poemarios Axaxaxa mlö (19859 y Lágrimas de cocodrilo (1988) y el libro
de relatos La mitad es más que el todo (1988),
se basa en el esquema conciso y lapidario del aforismo. El segundo rasgo es el
descubrimiento de un decir singular sobre la existencia cotidiana, que zarandea
y perturba, a partir de ingredientes expresivos como el humor, la ironía y la
paradoja. Así conforma un recorrido compuesto por títulos como La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015) e Ironías (2016), todos ellos articulados
con similares componentes y con afín sensibilidad, como si encajaran en una
estructura cerrada y orgánica.
Palmeras solitarias añade a la
edición el prólogo de Juan Bonilla y algunos dibujos en negro, que aportan un
trazo de viñeta. De todos es sabido que Juan Bonilla tiene un alto concepto del
ingenio, ese chispazo de la inteligencia que nunca concede sitio a lo previsible.
Cada perfil tiene otro lado oscuro, una brújula de asombro. El poeta y
novelista escribe: “Definir un aforismo no es cosa sencilla, no está a mi
alcance. A veces, con los mejores, tengo la impresión de que un aforismo es
como uno de esos castellets en los
que hacen falta cuarenta cuerpos para sostener a veinte que sostengan a diez y
así hasta llegar al niño que lo encumbra”.
Firme, pero también frágil,
simulando esas torres humanas, el aforismo levanta arquitecturas con piezas
inadvertidas y necesarias, donde cada fragmento es autónomo y, a la vez, suma
su voluntad inquieta al quehacer colectivo.
Quien nos habla muestra ante el entorno una atención perpleja, como si
cada una de las contingencias de lo diario se integrara de inmediato en el balance
existencial. Las exigencias estéticas de Ramón Eder se evidencian pronto. El
escritor sintetiza en los textos un aforismo reflexivo, convertido en
convincente bosquejo, sin pompa retórica ni oscuridad, cuyo enunciado es
compartido de inmediato: “Entre dos eternidades vivimos unos años y lo llamamos
vida”.
Su anhelo es conseguir un código comunicativo, que se esfuerza por
explicar las inclinaciones de la mirada y busca descubrir esas pequeñas brasas
encendidas en las que se cobija la claridad de lo sentimental: “Las muchachas
en flor convierten a los adultos en
jardineros melancólicos”.
La
tarea del aforista añade al estilo redondo y accesible del destello, sin la
controversia del ´pulpito moral, la búsqueda de un punto de vista con validez
colectiva entre las perplejas observaciones del cronista: “En la amistad es
mezquino llevar una contabilidad minuciosa”; “Ciertos problemas personales es
bueno que se compliquen aún más para poder resolverlos”; “Solo sabe mirar el
que ha contemplado mucho”. De este modo, las notas privadas del aforismo
parecen pasos de una conciencia escrita, entregada a la intimidad del
pensamiento.
El libro de aforismos contiene también una mirada introspectiva que
explora la semántica del género, esa afinación perfecta para que en los acordes
no quepan disonancias y alberguen una metafísica de bolsillo.
Por primera vez, se integra en la compilación aforística los dibujos del
escritor. Las imágenes añaden a la razón textual una interpretación plástica.
Son realizaciones de trazo pulcro y lineal, que muestran la inquietud volátil
de lo transitorio, como el ojo hubiese realizado una abstracción de los
detalles para siluetear en la realidad un instante de vida destilada. Las
unidades mínimas de estas viñetas abiertas dejan junto a la estela verbal un
dibujo suspendido en el vacío.
Escribe Ramón Eder que “El buen aforismo es el que dice más de lo que
parece, no el que parece que dice más de lo que dice” y hay que tomar ese
metaforismo en sentido literal. Estas palmeras solitarias en el libro de arena
de lo laborable nunca son espejismos.
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