Rojo como la cabeza de un fósforo Carmelo Chillida Prólogo de Zoé Valdés Epílogo de Salvador Galán Moreu Kalathos ediciones Madrid, 2018 |
RESISTENCIA
Es principio básico del quehacer creador: las experiencia cristalizan en el pensamiento y son revulsivos inmediatos para la escritura. El
poemario Rojo como la cabeza de un
fósforo se asoma al imaginario social
y político de Venezuela para airear compromiso y disidencia; para hacer del
poema un grito colectivo y solidarizarse con una geografía que sufre en su mapa
físico el virus de una doble tiranía, primero encarnada por Hugo Chávez y ahora por Nicolás
Maduro.
La poesía no alza vuelo si no tiene ante sí un espacio de libertad. Sin
ese azul abierto no es posible el rumor habitable del verso, depositario de sensaciones,
desasosiegos e incertidumbres. Sobre la dictadura y sus cicatrices
irrestañables medita en su prólogo Zoé Valdés. La novelista cubana evoca el
largo recorrido del castrismo y esos márgenes de ignominia y dolor que
postraron a escritores como Heberto Padilla y Reinaldo Arenas. Los dos hicieron
de la palabra “un alarido insomne” y forjaron una obra que es denuncia y
resistencia, muro de contención.
Ese afán subversivo está presente en la poesía de Carmelo Chillida
(Caracas, 1964). No voy a desplegar su polivalencia creadora, donde conviven la
lírica, el ensayo, la crítica de arte y musical, la traducción o el artículo de
prensa; hago de la poesía vértice de su quehacer. Su voz, desde aquel primer
fruto El sonido y el sentido (1997),
mantiene una filiación realista, un tono directo, humanista y explícito,
proclive a lo existencial y formulado desde un posicionamiento crítico y ético.
Son rasgos que perduran en los versos de Rojo como la cabeza de un fósforo, conjunto de poemas que refleja
el trauma histórico de un país devastado, capaz de cercenar cualquier orden de ser.
La adopción del referente histórico para moldear el sujeto central es un
acierto pleno. Convierte a Cayo Julio César, dictador vitalicio asesinado, en autorretrato de Maduro; personifica en él la imagen concreta del déspota. Recordemos que Julio César tuvo
un papel decisivo en la conversión del régimen republicano en imperio, y fue autor
de La Guerra de las Galias, magna
obra de propaganda política. Regresa en el poema como arquetipo del dictador, un dios de barro,
rodeado de milicias vigilantes y amedrentadoras, y de un coro informe y
prescindible, que vibra enaltecido por la música funesta de los himnos y el desplegar
de las banderas.
Los poemas de Rojo como la cabeza
de un fósforo trazan la crónica de un país a la intemperie y son
esclarecedor reflejo de un modelo político fallido, que ha derruido su
patrimonio económico y ha diseminado trincheras confrontadas entre sus
pobladores. Es la zafia labor de un tirano contaminado por la idealización
propagandística. En ese ámbito, asentir
garantiza la integración en un orden de cosas pactado por el fanatismo
en el que respira, sin perspectiva crítica una realidad que impone el
espejismo.
El poeta elige la disidencia como identidad creadora. Sus versos nadan
en la incorrección política, persuaden a la contra por su inquietante capacidad
comunicativa y testimonial. La escritura baja a la calle para convertirse en
portavoz de un juicio compartido; esa es la fuerza sustancial que impulsa a denunciar los tanteos de un sistema social socavado y destruido desde dentro.
El epílogo de Salvador Galán Moreu hace su propia interpretación
subjetiva de la poesía política, entendiendo el aserto como un discurso lírico
que encuentra su venero argumental en las aceras colectivas, y cuyo recorrido
intelectual colisiona con la distorsión de una realidad gelatinosa, hech de arenas movedizas. No es un
escoramiento estético, sino una línea significativa de la tradición literaria en
la que han militado autores como Rafael Alberti, autor de dos libros esenciales
para comprender esta etiqueta crítica, El
poeta en la calle y De un momento a otro,
Bertolt Brecht, Nicanor Parra, Wislawa Szymborska, o voces latinoamericanas
como Juan Gelman o Ernesto Cardenal. En todos ellos perdura la tensión
enunciativa, la disponibilidad crítica y el valor irreductible de la palabra
como herramienta de cambio social.
Desde el yo se rompen los límites entre lo
privado y lo público para encarnar una épica subjetiva que busca construir el
nosotros frente a la opacidad brutal de un poder violento y represor. En los latidos de Rojo como la
cabeza de un fósforo, la poesía revisa el contexto histórico con ojos críticos, ratifica una poética que nunca habla en balde, que camina hombro con hombro y nos recuerda que, frente a la ataraxia del conformismo, hay que sostener el valor de los sueños, la capacidad de
gritar no.
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