viernes, 4 de octubre de 2019

MARIO VEGA. LA MALA CONCIENCIA

La mala conciencia
Mario Vega
Premio "València Nova"
Institució Alfons El Magnànim
Ediciones Hiperión
Madrid, 2019



EL DOMINIO DEL TIEMPO


   Más allá del pesimismo general que cuestiona la calidad de la poesía contemporánea por la colonización digital, el enmarañado presente literario sigue aportando estelas individuales repletas de interés, que muestran en sus rasgos estéticos exigencia y continuidad. En ellas se integra el quehacer literario de Mario Vega (Oviedo, 1992), Maestro de Educación Primaria, estudiante de Lengua Española y Literaturas y editor del sello Maremagnum. Su  trayecto  poético arranca en 2016 con el libro Al umbral de las horas y suma nueva entrega en el prestigioso catálogo de Hiperión, La mala conciencia, al ser ganador del certamen “València Nova”.
   Mario Vega hace del intimismo piedra angular de su poesía, aunque siempre con el necesario velado de lo circunstancial y con el apoyo de una tradición asentada en voces del medio siglo, como Ángel González, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo. De sus magisterios emana un decir que integra la ironía en la sensibilidad expresiva. Veamos un ejemplo de lo expuesto en el poema “Reflejo”, en el umbral del poemario: “Y ahora subsanado el crimen pido / permiso de futuro, / para no bajar nunca la mirada / y hacer de mi palabra testimonio / de aquello que es real. / Lo supe y no me importa repetirme: / será nuestra labor / devolver las palabras a la tribu”.
   De inmediato se percibe en la construcción poemática un elaborado sentido del ritmo y una dicción que apuesta por la transparencia y la ausencia de hermetismo. Así en el apartado “El sueño del recuerdo”, que integra en su apertura citas de Francisco de Quevedo y Rocío Acebal, el poema presenta una identidad desdoblada; el yo que asienta su oficio de escritura da voz a un personaje literario, y lo convierte en reflejo de gestos, pensamientos y actitudes. Es sabido que las afinidades entre el sujeto biográfico y el personaje lírico es una cuestión indagatoria que admite una permanente excavación reflexiva en la que han terciado muchos poetas y ensayistas actuales, y que nunca se verá cerrada porque quien escribe jamás lo hace desde la caligrafía gélida del objetivismo sino desde una conciencia viva y una pulsión vital.
  También el destinatario del poema aporta su equipaje activo, su presencia dialogal que hace de la escritura una conversación a dos voces. En la composición “Prólogo-Epílogo al lector”  toma la palabra el sesgo coloquial de la confidencia para marcar distancias, pero también para recalcar que los versos encierran el cauce vivencial de un sujeto hecho de sombras e incertidumbre, de afán de abrir sendas, con serena sordina, en una soledad acompañada.
   Paso por alto la escatología del poema “Homenaje”, a todas luces necesitada de un poco de ventilación, que rompe sin aportar nada el encuentro a media voz con la palabra con un sarcasmo innecesario porque, en el trayecto temático del libro, son muchas las composiciones que expanden complicidad y un tono sosegado al hablar de un momento generacional que no deja de trasmitir en quien lo vive la luz deshabitada y el frío de la incertidumbre.  
  En la calma intimidad del solitario, la realidad  conecta, más allá de los conceptos semánticos, con vértices esenciales del ser, como la muerte –qué magnífico poema “La oración de Penélope”-, el deseo o el cauto filo de la temporalidad. Son sustratos que se definen, no desde la experiencia directa, sino a través de personajes interpuestos que dan la necesaria perspectiva temporal.
   El apartado homónimo que aglutina el tramo final tiene un fuerte apoyo cultural. En sus textos hay un calado referencial que remite a poetas de una tradición próxima; si en la primera despedida está Brines, en la mala conciencia parece desgajarse el verbo ético de Jaime Gil de Biedma, mucho más que la ética de la conciencia de Nietzsche, en el redoble de conciencia suena la fortaleza ensimismada de Blas de Otero y es difícil no pensar en Luis García Montero mientras se coge el taxi que nos lleva a hoteles de una noche. Son indicios de un poeta lector que sale al día con las armas dispuestas: las palabras de otros son siempre colectivas palabras de la tribu.
  Ese compromiso con el legado de la biblioteca no anula el mirar fuera para ver la estremecida realidad de la miseria en la calle, como una burda broma que el destino nos gasta entre los espejismos del progreso. esa clara denuncia de la mentira del mundo perfecto, guilleniano y prístino está en “La clase obrera va al paraíso” o “Los desheredados” que arranca con estos versos: “Marchan por callejones aún oscuros / antes de amanecer, entre cascotes / de fragmentados vidrios. / Expulsados del sueño de la vida / errando un día más hasta el trabajo”.
   La mala conciencia hace poesía desde la desnudez expresiva; recorre lo cotidiano para hablar de un tiempo con rasgos familiares que ha perdido el impulso del asombro para convertir la existencia en una mera extensión de lo previsible, como si esos grandes conceptos de belleza y verdad fuesen ingredientes menores, casi sucedáneos. Y sin embargo, ahí está la poesía, como una vieja tabla a la deriva en el mar del tiempo.
  

       


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