La mala conciencia Mario Vega Premio "València Nova" Institució Alfons El Magnànim Ediciones Hiperión Madrid, 2019 |
EL DOMINIO DEL TIEMPO
Más allá del pesimismo general que cuestiona la calidad de la
poesía contemporánea por la colonización digital, el enmarañado presente
literario sigue aportando estelas individuales repletas de interés, que
muestran en sus rasgos estéticos exigencia y continuidad. En ellas se integra
el quehacer literario de Mario Vega (Oviedo, 1992), Maestro de Educación
Primaria, estudiante de Lengua Española y Literaturas y editor del sello
Maremagnum. Su trayecto poético arranca en 2016 con el libro Al umbral de las horas y suma nueva
entrega en el prestigioso catálogo de Hiperión, La mala conciencia, al ser ganador del certamen “València Nova”.
Mario Vega hace del intimismo piedra angular de su poesía, aunque
siempre con el necesario velado de lo circunstancial y con el apoyo de una
tradición asentada en voces del medio siglo, como Ángel González, Jaime Gil de
Biedma o José Agustín Goytisolo. De sus magisterios emana un decir que integra
la ironía en la sensibilidad expresiva. Veamos un ejemplo de lo expuesto en el
poema “Reflejo”, en el umbral del poemario: “Y ahora subsanado el crimen pido /
permiso de futuro, / para no bajar nunca la mirada / y hacer de mi palabra
testimonio / de aquello que es real. / Lo supe y no me importa repetirme: /
será nuestra labor / devolver las palabras a la tribu”.
De inmediato se percibe en la construcción poemática un elaborado
sentido del ritmo y una dicción que apuesta por la transparencia y la ausencia
de hermetismo. Así en el apartado “El sueño del recuerdo”, que integra en su
apertura citas de Francisco de Quevedo y Rocío Acebal, el poema presenta una
identidad desdoblada; el yo que asienta su oficio de escritura da voz a un
personaje literario, y lo convierte en reflejo de gestos, pensamientos y
actitudes. Es sabido que las afinidades entre el sujeto biográfico y el
personaje lírico es una cuestión indagatoria que admite una permanente
excavación reflexiva en la que han terciado muchos poetas y ensayistas
actuales, y que nunca se verá cerrada porque quien escribe jamás lo hace desde
la caligrafía gélida del objetivismo sino desde una conciencia viva y una
pulsión vital.
También el destinatario del poema aporta su equipaje activo, su
presencia dialogal que hace de la escritura una conversación a dos voces. En la
composición “Prólogo-Epílogo al lector” toma
la palabra el sesgo coloquial de la confidencia para marcar distancias, pero también
para recalcar que los versos encierran el cauce vivencial de un sujeto hecho de
sombras e incertidumbre, de afán de abrir sendas, con serena sordina, en una
soledad acompañada.
Paso por alto la escatología del poema “Homenaje”, a todas luces necesitada
de un poco de ventilación, que rompe sin aportar nada el encuentro a media voz
con la palabra con un sarcasmo innecesario porque, en el trayecto temático del
libro, son muchas las composiciones que expanden complicidad y un tono sosegado
al hablar de un momento generacional que no deja de trasmitir en quien lo vive
la luz deshabitada y el frío de la incertidumbre.
En la calma intimidad del solitario, la realidad conecta, más allá de los conceptos
semánticos, con vértices esenciales del ser, como la muerte –qué magnífico
poema “La oración de Penélope”-, el deseo o el cauto filo de la temporalidad.
Son sustratos que se definen, no desde la experiencia directa, sino a través de
personajes interpuestos que dan la necesaria perspectiva temporal.
El apartado homónimo que aglutina el tramo final tiene un fuerte apoyo cultural. En sus textos hay un calado referencial que remite a
poetas de una tradición próxima; si en la primera despedida está Brines, en la
mala conciencia parece desgajarse el verbo ético de Jaime Gil de Biedma, mucho más que la ética de la conciencia de Nietzsche, en el
redoble de conciencia suena la fortaleza ensimismada de Blas de Otero y es
difícil no pensar en Luis García Montero mientras se coge el taxi que nos lleva
a hoteles de una noche. Son indicios de un poeta lector que sale al día con las
armas dispuestas: las palabras de otros son siempre colectivas palabras de la
tribu.
Ese compromiso con el legado de la biblioteca no anula el mirar fuera
para ver la estremecida realidad de la miseria en la calle, como una burda
broma que el destino nos gasta entre los espejismos del progreso. esa clara
denuncia de la mentira del mundo perfecto, guilleniano y prístino está en “La
clase obrera va al paraíso” o “Los desheredados” que arranca con estos versos:
“Marchan por callejones aún oscuros / antes de amanecer, entre cascotes / de
fragmentados vidrios. / Expulsados del sueño de la vida / errando un día más
hasta el trabajo”.
La mala conciencia hace poesía
desde la desnudez expresiva; recorre lo cotidiano para hablar de un tiempo con
rasgos familiares que ha perdido el impulso del asombro para convertir la
existencia en una mera extensión de lo previsible, como si esos grandes
conceptos de belleza y verdad fuesen ingredientes menores, casi sucedáneos. Y
sin embargo, ahí está la poesía, como una vieja tabla a la deriva en el mar del
tiempo.
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