sábado, 19 de octubre de 2019

RAMÓN EDER. PALMERAS SOLITARIAS

Palmeras solitarias
Ramón Eder
Renacimiento, Los Cuatro vientos
Sevilla, 2018


MIRADAS


Con mi admiración y mi afecto
a Ramón Eder, Premio Euskadi 2019


  El universo aforístico de Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es núcleo central del decir fragmentario actual. Ocupa este lugar por dos circunstancias básicas: su quehacer desdeña el papel de hombre-orquesta para configurarse como solista, de modo que su itinerario, salvo en el tramo inicial que publicó los poemarios Axaxaxa mlö (19859 y Lágrimas de cocodrilo (1988) y el libro de relatos La mitad es más que el todo (1988), se basa en el esquema conciso y lapidario del aforismo. El segundo rasgo es el descubrimiento de un decir singular sobre la existencia cotidiana, que zarandea y perturba, a partir de ingredientes expresivos como el humor, la ironía y la paradoja. Así conforma un recorrido compuesto por títulos como La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015) e Ironías (2016), todos ellos articulados con similares componentes y con afín sensibilidad, como si encajaran en una estructura cerrada y orgánica.
   Palmeras solitarias añade a la edición el prólogo de Juan Bonilla y algunos dibujos en negro, que aportan un trazo de viñeta. De todos es sabido que Juan Bonilla tiene un alto concepto del ingenio, ese chispazo de la inteligencia que nunca concede sitio a lo previsible. Cada perfil tiene otro lado oscuro, una brújula de asombro. El poeta y novelista escribe: “Definir un aforismo no es cosa sencilla, no está a mi alcance. A veces, con los mejores, tengo la impresión de que un aforismo es como uno de esos castellets en los que hacen falta cuarenta cuerpos para sostener a veinte que sostengan a diez y así hasta llegar al niño que lo encumbra”.
   Firme, pero también frágil, simulando esas torres humanas, el aforismo levanta arquitecturas con piezas inadvertidas y necesarias, donde cada fragmento es autónomo y, a la vez, suma su voluntad inquieta al quehacer colectivo.
  Quien nos habla muestra ante el entorno una atención perpleja, como si cada una de las contingencias de lo diario se integrara de inmediato en el balance existencial. Las exigencias estéticas de Ramón Eder se evidencian pronto. El escritor sintetiza en los textos un aforismo reflexivo, convertido en convincente bosquejo, sin pompa retórica ni oscuridad, cuyo enunciado es compartido de inmediato: “Entre dos eternidades vivimos unos años y lo llamamos vida”.
   Su anhelo es conseguir un código comunicativo, que se esfuerza por explicar las inclinaciones de la mirada y busca descubrir esas pequeñas brasas encendidas en las que se cobija la claridad de lo sentimental: “Las muchachas en flor convierten a los  adultos en jardineros melancólicos”.
   La tarea del aforista añade al estilo redondo y accesible del destello, sin la controversia del ´pulpito moral, la búsqueda de un punto de vista con validez colectiva entre las perplejas observaciones del cronista: “En la amistad es mezquino llevar una contabilidad minuciosa”; “Ciertos problemas personales es bueno que se compliquen aún más para poder resolverlos”; “Solo sabe mirar el que ha contemplado mucho”. De este modo, las notas privadas del aforismo parecen pasos de una conciencia escrita, entregada a la intimidad del pensamiento.
   El libro de aforismos contiene también una mirada introspectiva que explora la semántica del género, esa afinación perfecta para que en los acordes no quepan disonancias y alberguen una metafísica de bolsillo.
   Por primera vez, se integra en la compilación aforística los dibujos del escritor. Las imágenes añaden a la razón textual una interpretación plástica. Son realizaciones de trazo pulcro y lineal, que muestran la inquietud volátil de lo transitorio, como el ojo hubiese realizado una abstracción de los detalles para siluetear en la realidad un instante de vida destilada. Las unidades mínimas de estas viñetas abiertas dejan junto a la estela verbal un dibujo suspendido en el vacío.
   Escribe Ramón Eder que “El buen aforismo es el que dice más de lo que parece, no el que parece que dice más de lo que dice” y hay que tomar ese metaforismo en sentido literal. Estas palmeras solitarias en el libro de arena de lo laborable nunca son espejismos.  




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