De la metáfora, fluida Verónica Jaffé Prólogo de Igor Barreto Edición de Marina Gasparini Lagrange Visor Libros / Fundación para la Cultura Urbana Madrid, 2019 |
PLUMA, CLARIDAD Y BLANCO
La muy aconsejable lectura de poetas venezolanos contemporáneos
fortalece la creencia de que el mapa lírico actual es una geografía creadora
extensa, definida por su riqueza
y diversidad. Entre las sendas más fuertes no existe un sustrato monolítico ni
unitario sino un litoral abierto en el que cada escritor completa singladura
con los propios interrogantes.
Verónica Jaffé (Caracas, 1957) encarna un yo biográfico que articula un quehacer
muy activo. Licenciada en Letras por la Universidad Católica Andrés Bello,
estudió Literatura Alemana y ha ejercido largo tiempo como docente e
investigadora. Así mismo, dirigió revistas literarias y ha firmado un amplio
trabajo ensayístico. Su cauce poético tiene su epifanía en 1991 con El arte de la pérdida y se prolonga con
las entregas El largo viaje a casa (1994),
La versión de Ismena (2000) y Sobre traducciones. Poemas 2000-2008 (2010)
que aglutina aportaciones al espacio verbal de obras plásticas.
Como traductora impulsa ediciones bilingües de Gottfried Benn, Else
Lasker Schüler y sobre todo de Hölderlin, de quien versionó Cantos hespéricos (2016) en una bellísima edición enriquecida con imágenes.
El prólogo del poeta Igor Barreto apela al magisterio crucial que
Hölderlin ejerce en el ideario estético de Verónica Jaffé, “una poeta daimónica porque es dueña de una voz
interior de sabiduría natural, no preceptiva”. Igor Barreto acerca también la sobrecarga
tensional de una experiencia de indagación marcada por el exilio. No resultas ajeno a esta mirada el anquilosamiento en el devenir histórico de Venezuela
de un poder autoritario, confrontado con la libertad individual y responsable
de un larga incisión de la convivencia. No es una poesía de la denuncia sino el
magma interior de una sensibilidad angustiada que hace del lenguaje instrumento
conciliador y estrategia cognitiva de iluminación.
Los apartados del libro se organizan con un criterio temporal. Los más
tempranos corresponden a 2009 y muestran en su despertar un destello irónico,
visible en los versos de “Poema, caracol”, composición con un cierre ético
conclusivo: todos portamos caparazones en nuestra identidad, a veces como
refugio y otras como necesarias excusas para resguardar contradicciones y
conflictos internos.
En otros poemas se oye la memoria. Deja sus sílabas entre el
sueño y el despertar para recalcar la indefensión del sujeto frente a la
intemperie, esa soledad del estar con las palabras y con la necesidad de decir.
En este tramo expresivo, Verónica Jaffé da al título de cada texto una función
semántica, bien como fragmento del verso de apertura, o como señal para abordar
el sentido implícito en el cauce argumental.
Como cierre de este primer apartado temporal la escritora apunta una
poética de la levedad: “Después pensé que la poesía / era para lo pequeño / (y
no sólo por las / aliteraciones). “. El sujeto verbal, frente al desaforado
optimismo de los que suponen en el verbo poético una denuncia, una vía de
superación o una catarsis sentimental, reconoce la humildad del lenguaje, su
estar confinado en la estrechura para sumar recuerdos y palabras.
Sin más “levedad y ocasión / de pluma y claridad / y blanco”.
El arranque del conjunto “2010” parece dar voz a lo
colectivo; Caracas se define como ciudad del miedo y el yo subjetivo comparte
su estar angustiado con el malestar cívico de los que sienten alrededor el
vacío y la ausencia. Pero el poema no es grito prosaico sino exploración y, por
tanto, los versos siguen con sus juegos fónicos e imágenes.
Resalta en el apartado un homenaje a Paul Celan y a las circunstancias
trágicas de su muerte, de las que parte la reflexión sobre la condición de
extranjero. Quien respira el oxígeno de otra lengua y otro país se adentra en
un hábitat de extrañeza, donde resulta
complejo la definición del pensamiento subjetivo en el decurso circunstancial.
La reflexión sobre el proceso indagatorio de la traducción y sus efectos
es un tema que cobra relevancia en poemas. En ellos, el fluir es un principio básico.
No se trata de volver a la fuente sino de explorar dónde concluye, qué arrastra, cuándo cambia de dirección. Sobre esta metáfora del fluir,
la traducción alza sus cimientos para hacer del blanco y lo eventual una cala
en lo perdurable.
Resalta en De la metáfora, fluida la
cobertura temática. En el conjunto “2011” volvemos a encontrar un pacto verbal
entre lo sublime y lo pequeño. La contemplación elogia, como en Hannah Arendt,
el paso contingente de la belleza, pero también vuelve los ojos hacia el legado
histórico para buscar las consecuencias de los fundamentalismos revolucionarios
que hacen de las ideas una oscuridad abrumadora y una incitación común al
desvarío, que solo aporta una grafía estremecida del rencor de la que tampoco
el verso sale ileso. También lo diario siembra una sensación de fragilidad y
pérdida, un discurso temporal en el que los años se van sucediendo; son secciones de un libro de interrogaciones que deben traducirse como
complejos textos, a veces sin sentido.
Son abundantes las composiciones que bucean, no de una manera dogmática
sino como un tema de indagación que exige un desvelo de la voluntad, la razón
del poema. El quehacer metaliterario se aborda mediante símbolos, se hace causa
y camino de la lógica, se recupera como fragmentos dispersos que hacen de la
lógica un misterio abierto. Se compara el poema con el país, como
dos realidades cercanas y aleatorias que comparten una geografía apenas
legible: “De la metáfora, fluida / forma: esas gotas / y la forma / informe. /
Que la forma / da la meta / y la meta / la forma”.
La propuesta poética de Verónica Jaffé nace desde la inconformidad. A
veces resulta extraña por su alejamiento de lo enunciativo y por su querencia
por un decir alógico y fragmentado que hace del lenguaje una traducción ávida
de luz. Ávida y personal nos propone en De
la metáfora, fluida una selección de poemas de casi un lustro de escritura
que hacen de la palabra exactitud y búsqueda, un compromiso táctil con la
memoria y una lucha contra la anestesia del poder. También una
insubordinación frente al sentimentalismo gastado desde un orden expresivo que
añade intertextualidad y nuevos matices. Que hace del poema un camino que no se
sabe dónde, una metáfora que busca forma y traslada.
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