Los deslumbramientos seguido de Recapitulaciones Ángel Guinda Olifante. Ediciones de Poesía Serie Maior Zaragoza, 2020 |
DESLUMBRAMIENTOS Y RECAPITULACIONES
Al margen de consideraciones más precisas y de la legítima aspiración de
cada libro a ser leído con sus claves autónomas, la veteranía poética de Ángel
Guinda siempre se me antoja en su configuración como un itinerario de soledad
que se encamina hacia el horizonte crepuscular de la atardecida. La conciencia
de lo transitorio diluye espejismos; adormece y oculta la posibilidad del
registro ideal entre los escenarios tensionales de la realidad.
A la amplia bibliografía del poeta y aforista aragonés se une ahora un
volumen dual que contiene los poemarios Los
deslumbramientos y Recapitulaciones,
editado de nuevo en Olifante, el sello de Trinidad Ruiz Marcellán, que siempre
ha prestado atención preferente al trayecto de Guinda.
Tras la breve cita de Ezra Pound, Los
deslumbramientos pone como pórtico una poética indirecta que llega como un
mensaje de afirmación del quehacer; la experiencia vital necesita la cicatriz
abierta de la indagación para que aflore la fuerza del onirismo y la necesidad
de la búsqueda: “¡No leas humo! / Aunque sea sobre agua escribe fuego”. Así
arranca un decir esencial, casi fragmentario, que convierte al poema en una
suma de interrogantes sobre el tiempo, la continua erosión de la pérdida o la
asunción de una identidad despojada y sencilla que va consumiendo las
mutaciones del contexto afectivo y esas mínimas alucinaciones que deja el
tiempo entre las manos. El yo verbal cuando se explora en el espejo tiene una
fuerte sensación de extravío, confunde itinerarios y viajes, recurre a la
memoria, a ese remiso inventario que deja el caminar. Poemas como “El avispero”
enuncian un ahora desapacible, como si el espacio interior de la conciencia
percibiese –qué hermosa imagen- “un escuadrón de aguijones”. Cobran peso los
indicios de la desolación, pero el sujeto asume una actitud fuerte que desdeña
la queja: “Vivir es corriente como el curso de un río. / Morir es normal como
el cauce”. La última estación se aleja del pasado para afrontar que el futuro
“es una gota casi seca”. Poco a poco ascienden las quimeras hacia lo etéreo
para asumir el encuentro con lo cotidiano, como si el día fuese un manso
gorrión que retorna a buscar las migajas. Es imposible el retorno, lo sucedido
ya es material solidificado en el tiempo; no hay posibilidad de mudar sus
efectos; es también el refugio de la casa habitable que pone sosiego en la
espera., como si lo vivido fuera solo un recuerdo deforme, mientras llama la
muerte y el yo poético se refugia cada vez más dentro.
El título Recapitulaciones sugiere
una estrategia más narrativa, capaz de alentar un testimonio que refuerce la
conexión con lo vivido. El contenido semántico parece anticipar el recorrido de
la experiencia. Se llena de dudas existenciales, conforman una insomne vigilia
de interrogantes que fuerzan a la comprensión tardía o que alumbran contornos
insatisfechos. El yo desdoblado cataliza también la percepción de que las
respuestas nunca están fuera sino en el pensamiento que no deja de fluir como
una corriente inasible.
Desde la aceptación austera de la propia identidad nace un estar estoico
y un cultivo de la serenidad. También se recupera esa manera de percibir el
mundo en la infancia cuando la realidad se poblaba de onirismos y
fantasmagorías, es una manera de recuperar todos los intrusos que llevamos
dentro y de conciliar esas etapas vitales que ahora, casi asentado en la última
costa cobran otro significado, como si el contexto diario dejara sitio a
sensaciones difusas y alucinaciones: “El muerto que llevo vivo pronto saldrá de
mí. / Como saldría el bosque encerrado
en un árbol. / Nunca lo más grande debe estar dentro de lo más pequeño. / Lo
que llega llega para pasar. / ¡Siempre la luz camina a la ceguera!”. Desde la
amanecida al ocaso, el espíritu sabe reconocer en sí mismo al transeúnte nómada
que pierde la inocencia para dar voz a la última condición de ser.
Son muchos los críticos que se han ocupado del vértigo creador de Ángel
Guinda. y casi todos coinciden en señalar algunas irradiciones de rebeldía en
sus poemas: la continua presencia de la muerte, siempre entrevista con lucidez
y entereza, la mirada interior sin
autoengaños, sabiendo que vivir es una travesía en el desierto y esa manera de
captar lo esencial, despojando a la mirada exploratoria del brillo falso de la
bisutería. Angel Guinda sabe, como ha escrito Agustín Porras, que línea a línea
“la poesía nos salva”.
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