martes, 2 de junio de 2020

ÁNGEL GUINDA. LOS DESLUMBRAMIENTOS / RECAPITULACIONES

Los deslumbramientos
seguido de
Recapitulaciones
Ángel Guinda
Olifante. Ediciones de Poesía
Serie Maior
Zaragoza, 2020


DESLUMBRAMIENTOS Y RECAPITULACIONES


   Al margen de consideraciones más precisas y de la legítima aspiración de cada libro a ser leído con sus claves autónomas, la veteranía poética de Ángel Guinda siempre se me antoja en su configuración como un itinerario de soledad que se encamina hacia el horizonte crepuscular de la atardecida. La conciencia de lo transitorio diluye espejismos; adormece y oculta la posibilidad del registro ideal entre los escenarios tensionales de la realidad.
   A la amplia bibliografía del poeta y aforista aragonés se une ahora un volumen dual que contiene los poemarios Los deslumbramientos y Recapitulaciones, editado de nuevo en Olifante, el sello de Trinidad Ruiz Marcellán, que siempre ha prestado atención preferente al trayecto de Guinda.
   Tras la breve cita de Ezra Pound, Los deslumbramientos pone como pórtico una poética indirecta que llega como un mensaje de afirmación del quehacer; la experiencia vital necesita la cicatriz abierta de la indagación para que aflore la fuerza del onirismo y la necesidad de la búsqueda: “¡No leas humo! / Aunque sea sobre agua escribe fuego”. Así arranca un decir esencial, casi fragmentario, que convierte al poema en una suma de interrogantes sobre el tiempo, la continua erosión de la pérdida o la asunción de una identidad despojada y sencilla que va consumiendo las mutaciones del contexto afectivo y esas mínimas alucinaciones que deja el tiempo entre las manos. El yo verbal cuando se explora en el espejo tiene una fuerte sensación de extravío, confunde itinerarios y viajes, recurre a la memoria, a ese remiso inventario que deja el caminar. Poemas como “El avispero” enuncian un ahora desapacible, como si el espacio interior de la conciencia percibiese –qué hermosa imagen- “un escuadrón de aguijones”. Cobran peso los indicios de la desolación, pero el sujeto asume una actitud fuerte que desdeña la queja: “Vivir es corriente como el curso de un río. / Morir es normal como el cauce”. La última estación se aleja del pasado para afrontar que el futuro “es una gota casi seca”. Poco a poco ascienden las quimeras hacia lo etéreo para asumir el encuentro con lo cotidiano, como si el día fuese un manso gorrión que retorna a buscar las migajas. Es imposible el retorno, lo sucedido ya es material solidificado en el tiempo; no hay posibilidad de mudar sus efectos; es también el refugio de la casa habitable que pone sosiego en la espera., como si lo vivido fuera solo un recuerdo deforme, mientras llama la muerte y el yo poético se refugia cada vez más dentro.
   El título Recapitulaciones sugiere una estrategia más narrativa, capaz de alentar un testimonio que refuerce la conexión con lo vivido. El contenido semántico parece anticipar el recorrido de la experiencia. Se llena de dudas existenciales, conforman una insomne vigilia de interrogantes que fuerzan a la comprensión tardía o que alumbran contornos insatisfechos. El yo desdoblado cataliza también la percepción de que las respuestas nunca están fuera sino en el pensamiento que no deja de fluir como una corriente inasible.
   Desde la aceptación austera de la propia identidad nace un estar estoico y un cultivo de la serenidad. También se recupera esa manera de percibir el mundo en la infancia cuando la realidad se poblaba de onirismos y fantasmagorías, es una manera de recuperar todos los intrusos que llevamos dentro y de conciliar esas etapas vitales que ahora, casi asentado en la última costa cobran otro significado, como si el contexto diario dejara sitio a sensaciones difusas y alucinaciones: “El muerto que llevo vivo pronto saldrá de mí.  / Como saldría el bosque encerrado en un árbol. / Nunca lo más grande debe estar dentro de lo más pequeño. / Lo que llega llega para pasar. / ¡Siempre la luz camina a la ceguera!”. Desde la amanecida al ocaso, el espíritu sabe reconocer en sí mismo al transeúnte nómada que pierde la inocencia para dar voz a la última condición de ser.
   Son muchos los críticos que se han ocupado del vértigo creador de Ángel Guinda. y casi todos coinciden en señalar algunas irradiciones de rebeldía en sus poemas: la continua presencia de la muerte, siempre entrevista con lucidez y entereza, la mirada  interior sin autoengaños, sabiendo que vivir es una travesía en el desierto y esa manera de captar lo esencial, despojando a la mirada exploratoria del brillo falso de la bisutería. Angel Guinda sabe, como ha escrito Agustín Porras, que línea a línea “la poesía nos salva”.  

  
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