miércoles, 30 de septiembre de 2020

FERNANDO ARAMBURU. PATRIA

Patria
Fernando Aramburu
Tusquets, Colección Andanzas
Barcelona, 2016
 

EN EL LABERINTO ROJO

 

  Pocos términos contienen la ambigüedad semántica del sustantivo “patria” y son escasos los nombres comunes que han prodigado más argumentos para la demagogia, el fanatismo y las convicciones totalitarias. La palabra abona el suelo yermo de una realidad nublada. Sin embargo, sus letras definen una localización de coordenadas precisas. La patria es el lugar común de la convivencia, esa plaza pública que aglutina una identidad colectiva y mestiza, hecha hombro con hombro en el discurrir del calendario. Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), licenciado en Filología Hispánica, y residente en Alemania desde 1985, donde trabaja como profesor de español en la localidad de Lippstadt, es autor de una extensa obra en prosa iniciada en 1997 con  Fuegos con limón, obra ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna. Su recorrido literario aglutina ficciones y cuentos. El escritor titula Patria su última novela, una recreación repleta de verosimilitud de la vida en Euskadi tras el anuncio de la banda terrorista ETA de poner fin a su tenebroso fanatismo. A partir de ahí se abre un ahora complejo; caben distintos enfoques al abordar los cambios de un trayecto común, transformado en espeso laberinto. En el escenario vasco toma sitio una terrible representación entre asesinos, callados, indiferentes y víctimas. Todos deben realizar gestos añadidos al alero de lo necesario: el reconocimiento del daño, el perdón y la necesidad de salir adelante, sin que el resentimiento sea la brújula que incomode la paz social. En ese contexto histórico se sitúa la dolorosa historia de Bittori, una mujer viuda que regresa al pueblo tras el anuncio de la tregua para abrir la puerta del pasado y rememorar los acontecimientos que llevaron al asesinato de su marido. El supuesto justiciero es hijo de los amigos de siempre; pared con pared, fue cavando el largo túnel hacia el independentismo radical, llenando la mochila de la sinrazón con palabras justificatorias: patria, liberación, independencia, lucha social, fuerzas de ocupación en Euskal Herria. Es difícil adentrase en la lectura de Patria sin tomar partido ideológico. Los capítulos exigen una parada obligatoria en ese largo tiempo que llenó de atentados las calles, con el silencio de tantos cómplices, con la mirada hacia otra parte de los que dejaron solos a quienes señaló la diana. Fernando Aramburu abre el argumento de alta temperatura dramática a una concurrida plaza de actores, para que cada uno juegue el papel asignado por su propia conciencia. Pero en esta coral sobresale con singular relieve la entereza de Bittori, la viuda del Txato. Su regreso provoca de inmediato la inquietud de los otros figurantes del drama como sus hijos, Xabier y Nerea, o el heterogéneo vecindario del municipio. El vacío a su alrededor es visible, y los gestos ambiguos de los equidistantes, como el cura Don Serapio, que establece una cínica teoría de cristiano que perdona y se resigna y antepone la conveniencia política a la auténtica fe cristiana, aunque sea bajo el disfraz de la reconciliación. También el empeño de Miren, la madre del terrorista Joxe Mari de alinearse en el espejismo de la lealtad ideológica para no ver la sangre en el comportamiento de su hijo o para argumentar el asesinato de su antiguo amigo como un acto necesario de la lucha armada. La novela de Fernando Aramburu vuelve los ojos a un periodo convulso muy cercano en el que entremezclaron intrahistorias individuales y los pasos torpes de una cronología social cuyas heridas no han cicatrizado, un tiempo en el que el fanatismo nacionalista hizo del terror un argumento político, con el silencio de muchos ante el laconismo inmutable del tiro en la nuca. Y aún así, “hay que llenar la vida de argumentos, tener un orden una dirección, poner a cada amanecer un motivo de veras estimulante para saltar de la cama, si no con ilusión al menos con energía e impedir que de pura inactividad se te anquilosen hasta los pensamientos” (p. 476).  

 

 

                

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