Siembra en el páramo |
EL SUELO DE LOS LUNES
La tramposa gramática del insulto político se justifica a sí misma. Parece el fruto de una hilazón invisible de causas y
efectos. Y crea un perplejo inventario de rabia, tanto en la universidad, como
en el campo de fútbol o en los barrios periféricos más humildes. Ya se sabe, el
culpable siempre es el otro. Nadie se ve a sí mismo como un sujeto violento e
incontrolado, como un imbécil ocupando el primer plano de la ineptitud con una
conducta perversa.
Mi fisiología sufre un deterioro expansivo. Me lo advierten a diario mis células auditivas, la necesidad de luz fuerte en las horas nocturnas o los cortes del sueño… Yo continúo con mis hábitos, como si no me diera cuenta. Y casi me engaño y, de cuando en cuando acudo al médico para que certifique la erosión de mis constantes vitales.
Ese anhelo tan complejo: ser coherente con uno mismo y que además lo sepan las ubicuas voces de la contradicción.
¿Por qué lo sencillo es tan complejo?
El cansancio cartesiano se reparte a partes iguales en cada proyecto literario. Conforma un material en depósito que debo gestionar para que nunca se agote. Por eso hay que seguir, con lentitud y paso calmo. A pesar de los proyectos que se quedaron en el camino, o que no fructificaron en el maltrecho sustrato de los lunes, ha sido un buen año. Ahí quedan las antologías Ahora que es tarde (La Garúa Poesía, 2020) y 11 AFORISTAS A CONTRAPIÉ (Liliputienses, 2020), dos balances de fuerte emotividad interior.
(Páginas del diario)
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