martes, 15 de diciembre de 2020

JOSÉ MARÍA SOUVIRÓN. DIARIO III (Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López)

Diario III
CUADERNOS VII y VIII
José María Souvirón
Edición de Javier La Beira y Daniel Ramos López
Centro Cultural Generación del 27  Diputación de Malaga
Málaga, 2020


 

INTROSPECCIONES

   En ese perpetuo zigzag que dibuja la tradición literaria en el discurrir, el núcleo central del Grupo del 27 no ha variado casi en absoluto. En él se integran como pilares básicos los poetas que protagonizaron, en el Ateneo de Sevilla, el homenaje a Luis de Góngora en su tricentenario y Vicente Aleixandre, que no pudo asistir al reivindicativo evento por tu endémica mala salud, pero que compartió aquella celebración gozosa del culteranismo como ideario estético de expresión pulida y originalidad expresiva. Sin embargo, la nómina incompleta de la generación del 27 podría admitir en su geografía a coetáneos con una notable fuerza creadora que, sin la proyección de antologías y estudios académicos, han dejado casi en letargo su voz en el tiempo. Recuperar el espacio propio de esas sombras orilladas es un acto de justicia literaria que requiere un fuerte desbroce de prejuicios y lugares comunes y una atinada reconstrucción de travesías singulares como la del malagueño José María Souvirón (1904-1973).
   Desde ese enfoque de rescate y exploración inagotable, Javier La Beira y Daniel Ramos López, acometen la edición de las introspecciones biográficas de José María Souvirón y sacan a la luz Diario III, tercera entrega de la progresiva evocación de sus parajes vivenciales, que integra los cuadernos VII y VIII, tras las salidas de Diario I, en 2018, y Diario II en 2019. 
  En el prefacio, los editores contextualizan el balance autobiográfico con una erudita reconstrucción de las contingencias de escritura de los cuadernos originales. El análisis recuerda que el séptimo cuaderno comienza el 28 de septiembre de 1960 y completa su viaje introspectivo el 26 de junio de 1963. Mientras que el testimonio personal del octavo cuaderno alarga su cadencia reflexiva hasta el 31 de octubre de 1965.
  José María Souvirón retoma su mirada al ser con un amplio abanico temático que suma los estados de ánimo del yo, las circunstancias históricas y el quehacer literario. Pero hay una mayor carga de desencanto y el mapa de la memoria se recorre con un colmado equipaje de escepticismo. Contagiado por el viento intempestivo de la abulia ambiental y por la carga gris de lo diario, el pulso intimista propicia la nueva raíz de la madurez. Ha cumplido cincuenta y seis años y el estar diario adquiere una cadencia crepuscular. El tejido vital se va erosionando poco a poco. Aunque algunas amistades como Antonio Marichalar, Leopoldo Panero, Dámaso Alonso o Luis Rosales se muestran cálidas y acogedoras, van perdiendo la fertilidad del asombro y la conversación; las situaciones reiteran itinerarios conocidos.
  El momento creador se centra en los ensayos de La lucha con el ángel y el libro de poemas El solitario y la  tierra y en la buscada constancia del diario que le permite sondear la resaca sentimental de estos proyectos y esa voluntaria clausura en el taller literario, un espacio de lección que aleja del entorno social y que refrenda “una creciente disminución de nostalgias, apetitos, resentimientos y falsos sueños”. El poeta se autocontempla como testigo activo de las pérdidas. Las cosas se esencializan, pero la vida literaria necesita fomentar esos procesos de reintegración, de sumisión y de regateo que son los premios literarios, los núcleos de poder, como el Instituto de Cultura Hispánica, o las colaboraciones en diarios de prestigio como ABC. En las anotaciones de 1962 se percibe al escritor luchando con frecuencia con sus perplejidades para superar la lenta afonía del solitario. Souvirón tampoco es ajeno a las mutaciones del régimen y a su necesidad de adecuar la realidad política al contexto europeo, aunque su afinidad con la política oficial es evidente, por más que perciba en el futuro un advenimiento monárquico.
   Como un entreacto del propio gusto lector, se integran en el diario en las anotaciones del 4 de agosto fragmentos poéticos que especial valor emotivo de San Juan de la Cruz, Manrique, Machado, Rubén Darío o Lope… Piezas literarias que resaltan por su perfección y que sirven de faros de la propia obra.
   En la crónica íntima de Souvirón se dibuja con fuerza el tejido emotivo del hombre, sus creencias o sus aficiones personales, como el cine, materia de abundantes anotaciones. Son entradas que aportan intensidad humana; que convierten al personaje de la narración en un interlocutor cómplice, que habla de la caducidad de los afectos y el esfuerzo de la voluntad por dejar claridad y mediodía en la conciencia para que haga posible un renacer de sueños y esperanzas.
   La voluntad autobiográfica prosigue nueva ruta en el cuaderno VIII, iniciado el 30 de noviembre de 1963 y concluido el 31 de octubre de 1965. Mientras lo retoma se hace fuerte la incertidumbre sobre algunos episodios afectivos y la pertenencia de airear incisiones y quiebros sentimentales de esta etapa existencial. Pero los contenidos conforman un compromiso con el propio carácter y el análisis vital perdura intacto. También resiste el papel de cronista del ambiente epocal, la querencia natural de Málaga, aleixandrina ciudad del paraíso y entorno con el que mantuvo una unión sensorial  luminosa. Así lo corroboran las mismas anotaciones del escritor que comentan con agrado el tirón malagueño, ese estar “junto al mar latino” que llena de azul el pensamiento.
  Un sustrato inevitable es la crecida poblacional de la literatura: los compromisos con editores, artículos de prensa, conferencias o charlas o la presencia como candidato a la Real Academia de la Lengua. Son reflexiones de calado que muestran las contradicciones de quien tantea, al mismo tiempo, el entusiasmo y el desdén; si el reconocimiento público no constituye un apremio urgente, es inevitable sentir que el estar fuera de foco desasosiega, como si percibiera alrededor un medio poco asequible y con frecuencia desapacible: “los ambientes intelectuales, en cuanto adquieren un tono social” se hacen tan insoportables como los otros. Si no peores”, (P. 319).
   La dimensión personal del diario requiere un enfoque de fidelidad absoluta, sin escondrijos para lo incómodo. Javier La Beira y Daniel Ramos López, como sucediera con los dos volúmenes anteriores, convierten los cuadernos del novelista y poeta José María Souvirón en un escenario de sinceridad. En su marco tenemos la posibilidad intacta de entrelazar los trazos biográficos y la senda verbal del escritor; esa labor incierta de interpretar de la vida al paso a través de la escritura.

JOSÉ LUIS MORANTE

 


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