No es tiempo de abrazos VV.AA. / Colectivo de fotografía AFOGRA Prólogo de Javier Bozalongo Sonámbulos ediciones Granada, 2020 |
A PIE DE CALLE
Aunque gestan vocaciones comunicativas dispares, el aforismo y la
fotografía comparten la creación de un sentimiento de proximidad. Ambos borran
distancias entre los ámbitos de la percepción sensorial y el pensamiento, creando
un espacio nuevo en la intimidad del yo. Imágenes y palabras construyen la
medida justa de un instante de asombro que transita por itinerarios emocionales.
Desde ese fértil sendero de la colaboración que aúna posibilidades expresivas y
estéticas llega el volumen No es tiempo
de abrazos, impulsado con exquisito cuidado formal por Sonámbulos ediciones.
El trabajo integra el sucinto legado aforístico de quince autores muy
conocidos del decir breve, a juicio selectivo de la profesora, crítica y
aforista Carmen Canet, y las fotografías de artistas integrados en el colectivo
granadino AFOGRA.
Con perfilados contornos, la introducción del poeta, editor y aforista Javier Bozalongo dibuja las afinidades pautadas del aforismo, como concisa propuesta verbal, y las fotografías, que permiten fijar la realidad desde la luz sobre una superficie sensible. Un absorbente reto que suma la sintonía de las dos disciplinas.
Es necesario, aunque no habrá pasado inadvertido al curioso lector, refrendar la carga semántica del título en un momento colectivo marcado por la pandemia. El virus ha roto la normalidad para ensimismar lo diario y recomendar el mínimo contacto afectivo. Así pues, lo contingente se ha impuesto como categoría social inevitable: No es tiempo de abrazos. Asumir este lapsus sentimental en el discurrir provoca no pocos efectos secundarios y a su desarrollo estético se aplican aforistas y fotógrafos desde una perspectiva híbrida de palabra e imagen.
La antología enuncia un sencillo núcleo de temas capitales que abre Carmen Canet y la fotógrafa María José González Almazán. En el vacío impuesto sobre calles y aceras, tantean las palabras su propio itinerario. Dice Carmen Canet: “Era una ventana que se asomaba a la calle para verla. Era una calle a los pies de una ventana que se empinaba para mirarla”. El inagotable espacio poético de Dionisia García ha abierto en paralelo una senda aforística del máximo interés; así que su presencia en el libro constata su voz fuerte, que aquí habla, con el abrazo visual de Diego Barroso, de desolación y soledad, del desconcierto irredento de la búsqueda y el refugio interior. La idea de ensimismamiento y clausura está presente también en el breve de Elías Moro: “Dar vueltas y vueltas en el claustro del propio pensamiento. Y no encontrar nunca la salida”, muy bien interpretado por la fuerza visual de Juan J. Márquez. La situación ha demostrado que el entorno se ha despojado de su sobrepeso de banalidad, y esa es la idea que alienta la mirada escrita de Erika Martínez y el instante capturado de Jesús Gil Corral. José Luis Morante ratifica la permanencia de lo paradójico, la contradicción y los contraluces que definen la voluntad del sujeto: “Esos pensadores profundos que se bañan donde la piscina no les cubre”, una estela argumental que refrenda en su imagen Mercedes Castro García. A una idea similar lleva el texto de Gemma Pellicer: “Ni siquiera la realidad soporta un buen análisis”. Javier Sánchez Menéndez añade en su decir el peso gravitatorio del silencio, ese estar que hace de la mudez la mejor palabra. En la clausura, se hace de la casa propia el refugio de la intimidad clausurada, una sensación que propicia el aporte de Felix Trull. Dicho pensamiento halla en Lorenzo Oliván, Mario Pérez Antolín y Sergio García Clemente otros matices: el olvido, el dolor y el reencuentro con la propia esencia del yo. El decir minimalista de Ramón Eder perfila un humorismo crítico: esa asunción de la rareza como nuevo hábitat natural de los apocalípticos. Junto a Manuel Neila e Isabel Bono, completan la entrega nuevos aforismos enriquecidos por los sugerentes espacios visuales de Lola Maleno, Joaquín Puga, Soco Martínez y otros miembros de AFOGRA.
El compartir páginas de palabra e imagen en el libro No es tiempo de abrazos resalta el sustrato semántico de las teselas verbales. Borra líneas divisorias para mostrar las cadencias del yo subjetivo y su quietud concisa. Ese yo frágil que cobijamos en la identidad frente al rompiente mar de lo diario.
Con perfilados contornos, la introducción del poeta, editor y aforista Javier Bozalongo dibuja las afinidades pautadas del aforismo, como concisa propuesta verbal, y las fotografías, que permiten fijar la realidad desde la luz sobre una superficie sensible. Un absorbente reto que suma la sintonía de las dos disciplinas.
Es necesario, aunque no habrá pasado inadvertido al curioso lector, refrendar la carga semántica del título en un momento colectivo marcado por la pandemia. El virus ha roto la normalidad para ensimismar lo diario y recomendar el mínimo contacto afectivo. Así pues, lo contingente se ha impuesto como categoría social inevitable: No es tiempo de abrazos. Asumir este lapsus sentimental en el discurrir provoca no pocos efectos secundarios y a su desarrollo estético se aplican aforistas y fotógrafos desde una perspectiva híbrida de palabra e imagen.
La antología enuncia un sencillo núcleo de temas capitales que abre Carmen Canet y la fotógrafa María José González Almazán. En el vacío impuesto sobre calles y aceras, tantean las palabras su propio itinerario. Dice Carmen Canet: “Era una ventana que se asomaba a la calle para verla. Era una calle a los pies de una ventana que se empinaba para mirarla”. El inagotable espacio poético de Dionisia García ha abierto en paralelo una senda aforística del máximo interés; así que su presencia en el libro constata su voz fuerte, que aquí habla, con el abrazo visual de Diego Barroso, de desolación y soledad, del desconcierto irredento de la búsqueda y el refugio interior. La idea de ensimismamiento y clausura está presente también en el breve de Elías Moro: “Dar vueltas y vueltas en el claustro del propio pensamiento. Y no encontrar nunca la salida”, muy bien interpretado por la fuerza visual de Juan J. Márquez. La situación ha demostrado que el entorno se ha despojado de su sobrepeso de banalidad, y esa es la idea que alienta la mirada escrita de Erika Martínez y el instante capturado de Jesús Gil Corral. José Luis Morante ratifica la permanencia de lo paradójico, la contradicción y los contraluces que definen la voluntad del sujeto: “Esos pensadores profundos que se bañan donde la piscina no les cubre”, una estela argumental que refrenda en su imagen Mercedes Castro García. A una idea similar lleva el texto de Gemma Pellicer: “Ni siquiera la realidad soporta un buen análisis”. Javier Sánchez Menéndez añade en su decir el peso gravitatorio del silencio, ese estar que hace de la mudez la mejor palabra. En la clausura, se hace de la casa propia el refugio de la intimidad clausurada, una sensación que propicia el aporte de Felix Trull. Dicho pensamiento halla en Lorenzo Oliván, Mario Pérez Antolín y Sergio García Clemente otros matices: el olvido, el dolor y el reencuentro con la propia esencia del yo. El decir minimalista de Ramón Eder perfila un humorismo crítico: esa asunción de la rareza como nuevo hábitat natural de los apocalípticos. Junto a Manuel Neila e Isabel Bono, completan la entrega nuevos aforismos enriquecidos por los sugerentes espacios visuales de Lola Maleno, Joaquín Puga, Soco Martínez y otros miembros de AFOGRA.
El compartir páginas de palabra e imagen en el libro No es tiempo de abrazos resalta el sustrato semántico de las teselas verbales. Borra líneas divisorias para mostrar las cadencias del yo subjetivo y su quietud concisa. Ese yo frágil que cobijamos en la identidad frente al rompiente mar de lo diario.
JOSÉ LUIS MORANTE
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