domingo, 20 de diciembre de 2020

ISMAEL VELÁZQUEZ JUÁREZ. POEMAS IDIOTAS

Poemas idiotas
Ismael Velázquez Juárez
Ediciones Liliputienses
Isla de San Borondon, 2020

 

DECIR AL MARGEN


   Las tareas del legado tradicional se empeñan en preparar para la siembra las tierras de la creación, como si desde su morosa dedicación fuesen creciendo cosechas nuevas. Pero, de cuando en cuando, hay semillas que nacen en barbecho, alentadas por una conciencia adánica en la que resulta muy complejo descubrir los antecedentes de la identidad. No sé si esta breve digresión habrá servido para explicar que la personalidad literaria de Ismael Velázquez Juárez (Iztapalapa, Distrito Federal, México, 1960) es diferente. En su taller adquieren modulaciones facetas complementarias, el fluir lírico, la poesía visual, el collage y la concisión aforística. Su discurrir en la poesía abarca los libros Polvo de billar, Lugares y no lugares para caer muerto en Richard Brautigan, Producto interno bruto, Esto no significa nada y Nombrarlos desaparece, junto a dos propuestas de poemas visuales.
   El epígrafe de la amanecida, que da visibilidad a su quehacer en el ámbito peninsular, Poemas idiotas promueve el desconcierto. Al título le cuadra bien la sospecha de la provocación. El empeño en buscar salida a la diferencia para convulsionar las aceras de lo previsible y alumbrar los rincones en penumbra de los significados. Sin citas prologales, Ismael Velázquez Juárez inicia ruta con la senda dialogal de un yo desdoblado: “¿Qué haces? / cavo un túnel / ¿por qué? / quiero estar enclaustrado / Pero un túnel / te llevará  a una salida / espero que no”. Desde la enunciación directa que acrecienta el discurso comunicativo, el poema se convierte en un destello argumental incierto, en una superficie de círculos concéntricos que se expanden en torno.
   El libro aglutina momentos enunciativos; no se corresponden con una trama anecdótica, sino con una propuesta reflexiva que tiene algo de ecuación matemática. La dinámica textual trastoca el avance resolutivo para que el entorno ubique su extrañeza y tenga capacidad de hacer sitio a las coordenadas del yo: “La historia / de mi vida / es esta / un día/ vi una mancha / en la pared / después / todo fue / hacer del mundo / esa mancha”.
  El lenguaje poético postula una posibilidad imaginaria que trastoca el suelo conformista de lo real. Las pausas del poema buscan la senda de lo que no existe y propician algún descubrimiento entre la niebla: “Envejecer es recordar /  lo que quieres / y olvidar / lo que te importa”. Continuar en la tarea de escribir poemas normales –dónde encontrar el concepto exacto de normalidad- es ir borrando la leve estela del discurrir para inventarse los indicios vitales de alguien que no está, que sólo tiene una silla vacía esperando su quietud.
   Lo perdurable se sostiene en el aire; si se me permite una lectura de la cubierta del libro, es la mirada de una vaca que pasta en el prado, levanta los ojos y nos ignora, para seguir después en la incansable tarea del pastar. Los poemas de Ismael Velázquez Juárez cultivan el desconcierto del discurso alógico, propenden a caminar hacia el absurdo para detenerse en el momento justo de la interpretación que modifica sentido y norma. La voz del hablante verbal postula una realidad distinta en la que se acogen pensamientos que buscan un poco de luz. Pero hay que esperar que alguien accione el interruptor. Mientras, basta oír la respiración de las palabras, esa memoria interior  que se deshace en el tiempo y que hay que reconstruir escribiendo sin más un poema idiota.



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