Mis fantasmas Juan Pablo Zapater XLV Premio Ciudad de Burgos Editorial Visor, Poesía Madrid, 2019 |
ENCUENTROS Y AUSENCIAS
Juan Pablo Zapater (Valencia, 1958), director de la revista literaria 21veintiún-versos y de sus colecciones Cuadernos y Plaquettes protagoniza un acercamiento muy personal a la
literatura, con el ritmo pautado del goteo. Su obra auroral La coleccionista (Visor, 1990) consigue
el Premio Fundación Loewe a la Creación Joven y excelentes palabras críticas de
Octavio Paz, destacada voz del jurado. Era un tiempo de plena vigencia de la
poesía de la experiencia en la que abren estelas muy significativas amigos del poeta como Carlos Marzal y Vicente Gallego, pero el caminar en
solitario de Zapater opta por un largo intermedio de silencio que no se rompe
hasta 2012, cuando publica La velocidad del sueño en la editorial
sevillana Renacimiento. Esta segunda entrega obtuvo al año siguiente el Premio
de la Crítica Valenciana. Siete años después sale, tras conseguir el Premio
Ciudad de Burgos, Mis fantasmas, un
poemario de plena madurez, hecho de encuentros y ausencias.
Antes de abordar el despliegue argumental del libro quiero resaltar la
llamativa cubierta de la artista conceptual Carmen Calvo, que muestra una
sugerente consonancia con el título en su entrelazado visual de realidad y
onirismo. Como si fuese un reflejo especular, el yo pierde sus rasgos tras la
máscara para cobijar en su interior un poblado núcleo de niebla e
incertidumbre. Desde su compañía, la voz del hablante poético reflexiona: “Mis
fantasmas no dan pavor alguno, nací y amé por ellos, y son parte del vuelo y
las cadenas de mi vida”.
El escritor compila los textos en tres epígrafes casi complementarios al
definir la marea existencial como un vaivén que prolonga patrimonios afectivos
y pérdidas. En “Apariciones” el recuerdo fundamenta la sensación de estar
inmerso en una temporalidad que solo perdura un instante: “Inesperadamente / la
juventud tomó cualquier camino / y se extravió de mí”. Así la identidad se va
moldeando como si fuera barro hasta construir un espacio interior, un vacío en
el que se van adormeciendo las vivencias y los afectos. En este tramo se cobija
uno de los textos esenciales del libro “Relato fantasma” que, tras la cita de
Gabriel García Márquez completa un homenaje al entorno familiar repleto de
belleza y textura emotiva:” y me trae las ventanas luminosas / orientadas al
este, / a mi padre sentado en su butaca / con traje azul marino / releyendo un
periódico a la espera / de que obre mi madre ante el espejo / el sencillo
milagro / de volverse más bella todavía”
La sensibilidad del poeta abre una etapa de contemplación crepuscular,
como si el discurrir fuera acercándose a un cauce de sombras que pone en la
mirada una plástica de grises que anticipa el vacío. La luz del día, casi
inadvetida, se va diluyendo. Y es necesario abordar el tiempo renacido como un
don que nos da mediodías habitables: “Lo vital es el día, nuestro día, / ese vaso de luz que
nos bebemos / y se vuelve colmar cada
mañana”.
Bajo el aserto “presencias”, los poemas centrales describen la mirada
testimonial de la contemplación. En torno al yo deambulan las calladas
presencias que dialogan con el pensamiento y los sentidos: el amor, con sus aleatorias circunvoluciones en el
ánimo; la poesía como fondo de interrogantes, que tan plena expresión consigue
en el poema “Otra cita con ella”; la belleza, siempre pulsión para abordar los
mínimos elementos del entorno con las manos abiertas de la plenitud; o la
presencia insustituible de los afectos que un día dejan las tazas vacías de la
rutina para emprender en libertad el viaje existencial del yo consigo mismo.
Juan Pablo Zapater hace un guiño a las tres heridas hernandianas –la
vida, el amor y la muerte- para dejar
como estación de llegada los poemas de “Visiones”, cuyo centro semántico es la
disolución: “cada día que vuela / es un pájaro menos”. Así va llegando el final
de ruta que siembra en el ánimo un poso de tristeza y una cartografía de
soledad callada: “Os hablo de la muerte, de ese baile / sin música y sin pasos
ensayados, / un vals al que los guantes del vacío / te invitan cualquier día y
ya no puedes / excusarte en los giros que te quedan / por dar entre los brazos
de la vida”.
Mis fantasmas plantea una
indagación en el camino de ser con la magia de las palabras. Desde esa libertad
de la escritura los poemas adquieren una textura meditativa, que enfoca la
condición humana como un abrazo de vivencias y recuerdos que nos lleva a ese
momento íntimo en que el hombre se mira en el espejo y descubre su retrato
cumplido, la aceptación de quien se descubre inmerso en ese sueño que es vivir.
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