Hay escritores que difunden, tras el tiempo ensimismado de la obra, una
empatía natural, una lluvia en cursiva que empapa cualquier fronda. Su
descubrimiento es una hendidura de alegría, que cobija la inteligencia y ocasiona
gratificantes sensaciones de asombro. Así me sucede con el proyecto aforístico de Manuel
Feria (La Laguna, Tenerife, 1949), Catedrático universitario de Farmacología y apasionado
cultivador de la brevedad. Los fragmentos reflexivos del profesor canario nunca
tuvieron prisa por visitar la imprenta. Llegan, con morosa cadencia, en plena
madurez, alojados en cuatro entregas: Verlas
venir (2015), En ascuas (2017) Diccionario imaginario de un irónico
(2018) y Fe de vida (2023). Cada
salida comparte la convivencia de la escritura mínima con las ilustraciones del artista visual Antonio Mauro García “Fanega”
(La Laguna, 1952) y el cuidado molde de la diseñadora y maquetadora
Irene Antón. Con el laborar común la publicación refleja singularidad y sello
personal. Para el autor escribir es vivir, recuperar efímeros indicios
desperdigados en el transitar. Desde la introspección, los libros sugieren un
enfoque hacia las circunstancias, un estar lleno de vigilia y búsqueda, capaz de
discernir la complejidad del ser humano. Su compromiso con el mapa de lo que sucede entrelaza
emociones y pensamientos acumulados por la experiencia existencial.
Sobre
el balance del aforista, Javier Recas, el ensayista contemporáneo más cualificado en la teórica de lo conciso, edita y selecciona apuntes mínimos referenciales de la travesía creadora en la antología El río de la perplejidad.
La compilación se incorpora al imprescindible catálogo de Apeadero de
Aforistas y tiene como umbral el extenso estudio “Una radiante ironía”. Desde
el comienzo de su análisis, el estudioso da solidez a la idea de que Manuel
Feria es un autor a trasmano, ajeno al habitual afianzamiento de la estrategia
expresiva mediante el quehacer editorial, los concursos literarios o la
difusión en redes y publicaciones. La observación acerca al pensamiento el discurso
fragmentado de lo que sucede. Y en ese estar tras la transparencia del cristal prevalece el detalle a contramano, el frescor del instante. Como advierte el investigador y filósofo, el recorrido
interior no se disfraza de retórica cultural; no se busca la ornamentación
verbal sino el vuelo alto de la intuición, las salpicaduras transparentes de la
agudeza, “el río de la perplejidad”. No son rasgos únicos: el laconismo de
Manuel Feria, sutil y luminoso, permite conocer un suelo argumental rico en
estratos. En sus teselas se abrazan instantes evocativos y vibraciones. Alientan la simbiosis entre el oficio de vivir y la razón de escritura.
Obviamente, el microtexto es un género cuajado de humanismo donde el sujeto
siempre está presente en su doble condición temporal y metafísica. En ambas
germinan temas universales como el amor, el deseo, el dolor, la vejez, el lenguaje o la muerte. Son sustantivos
que se acercan a la pronunciación moralizante y al tono grave de lo solemne,
como si revolotearan en ellos los pájaros de la transcendencia. Sin embargo,
como apunta el prologuista, el enfoque desdeña púlpitos y busca el suelo firme
de lo racional, el humor y la ironía: “A un gordo hay que conocerlo en ayunas”, “Antes del auge
de la informática los ángeles ya estaban en la nube”, “Todos envejecemos, pero
algunos se lo toman como algo personal”, “La incineración te dará la despedida
más calurosa”. Son rasgos que potencian la mediación cercana entre hondura
filosófica y calado lírico. Confieren también un posicionamiento ético, una
defensa de principios y valores que tiende al compromiso y la marcada posición
vital.
La nota a la edición explica el muestreo en la selección de
cada libro. El río de la perplejidad es
un botiquín básico de la obra aforística de Manuel Feria, todavía inédita
en su mayor parte. Por tanto, Javier Recas, fuera de las autoediciones, nos
deja la primera versión del despertar y reajusta los logros recurrentes. De
este modo, la primera parte selecciona casi noventa aforismos de Verlas venir la entrega más temprana, donde
se contenían las coordenadas que marcan huellas. Quien percibe interpreta una
conciencia frente a la incertidumbre: “Uno no puede huir de sí mismo sin caer
en el otro”, “Profundiza y discreparás”, “Para esconderse de uno mismo no hay
que ir muy lejos”, “La soledad es la falta de uno mismo”. Son anotaciones que
recuerdan la reconstrucción de una autobiografía con secuencias dispersas.
Ese alguien, con aire de familia entre el escritor y el ser biográfico, aborda
en el segundo conjunto aforístico Ascuas el
recorrido entre luces y sombras de lo cotidiano; la expresión del entorno tiene
una apariencia de grisura, pero vivir es siempre un proceso de conocimiento,
una luz encendida que aleja la propia oscuridad: “Vivo en ascuas por saber si
soy prueba o error”. ”Esté donde esté, sólo estoy de paso”, “El futuro suele
decepcionar a la esperanza”. El cauce existencial se identifica como uno de los vértices
centrales de este tramo y en su propuesta retornan recursos habituales de
Feria, las fluctuaciones argumentales y lecturas irónicas de la paradoja, y
la conciliación de contrarios. Los pensamientos muestran la geometría variable
de un entorno que expande incertidumbres y despierta las inclinaciones
subjetivas. El destino es proclive al
azar. En su dermis duerme la hermética caligrafía de lo que no tiene
respuestas. Así nace una metafísica de la duda, las convicciones que apenas encuentran sistematización.
Los aforismos de definición de Diccionario
imaginario de un irónico exploran cavidades semánticas. Buscan rupturas del sema establecido y abren grietas para cobijar significados nuevos.
Es el mismo propósito que alumbrara el quehacer de uno de los precursores de
este formato aforístico, Ambrose Bierce; pero es también un acercamiento a nombres
contemporáneos de interés como Miguel Catalán. Más que la definición precisa,
interesa el vuelo del tiempo y sus versiones lúdicas. Abundan
las comparaciones, metáforas, imágenes y es habitual el recurso al oxímoron.
Así se logran efectos de perplejidad, dotando al decir conciso de las voces
fuertes de la imaginación y lo hipotético: ”Adúltero. Alma de abeja”,
“Almohada. Confidente de la otra mejilla”, “Bandera. Tela de colores
representativa de los peores instintos de un colectivo”.
Más cerca de la geografía
humana de lo colectivo está la entrega Fe
de vida. Sus apuntes componen un poblado testamento social, encendiendo farolas en los callejones de la convivencia. Tras conocer los propios límites, la complejidad
ambiental requiere salir fuera. Airear conciencia y entendimiento. El
vislumbre racional percibe la escucha del paisaje humano. Son continuas las mutaciones
de la identidad que convierten al nosotros en un personaje desdoblado. Mientras
las pupilas reflejan espacios habitables para la meditación y el paseo, “el
buen aforismo reduce la realidad a su máxima expresión”. En Fe de vida abundan los fotogramas con
mirada crítica, que buscan los relieves del dibujo final, las asimetrías del tapiz: “Los mediocres cazan en manada”, “Beberse de un trago la
juventud produce resaca en la madurez”, “La masa diluye la razón”. Frente a una
sociedad llena de asimetrías y crudeza se manifiesta el rumor fuerte de una
filosofía crepuscular. El pensar propio ha hecho suya la idea de que el estar cotidiano se
debate entre el espejoy la confrontación abierta con lo
indefinido.
En los textos sentenciosos de El
río de la perplejidad, aportados por la destreza intelectiva de Javier
Recas, vislumbramos una resignificación permanente, una pluralidad de vías de
sentido. Más allá del discurso cerrado de una artificiosa realidad, emergen claves interpretativas que
conforman una peripecia analítica, ese empeño continuo de dislocar
los ateridos miembros de lo gregario y hablar de lo imposible; de aquello que
no se puede decir. El yo afronta el destino con la incertidumbre de salir a un
día de límites difusos donde es preciso rastrear la improbable destilación del devenir.
JOSÉ LUIS MORANTE
https://archive.org/details/manuel-feria-el-ri-o-de-la-perplejidad