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Una conversación con Don Antonio Machado Casa Museo del Poeta, Segovia Fotografía de Adela Sánchez Santana
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ANTONIO MACHADO. ELEGÍA
Antonio Machado es uno de los
poetas más significativos y transcendentes de la lengua castellana; su poesía
no se contiene en el intervalo temporal que vivió el escritor, sino que enlaza con
los magisterios germinales que cimentaron el milagro de su voz insomne y con la incontinente
estela de discípulos que considera su obra un monumento lírico, pleno de relevante permanencia. La esencia de su escritura muestra una lúcida conciencia de lo humano.
Conocer su biografía es descubrir al yo sentimental, con sus emociones y pensamientos, en el perfil exacto del sujeto poético. Las
composiciones de Antonio Machado están habitadas; en ellas se perfilan las
distintas etapas vitales y los devaneos existenciales que gestaron su
periplo vital. Como escribiera Rafael Alberti: “el poeta lírico va diciendo su
autobiografía en sus versos”.
(Poema “Retrato)
Mi infancia son recuerdos de un
patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el
limonero;
mi juventud, veinte años en
tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que
recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un
Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño
indumentario—,
mas recibí la flecha que me
asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener
de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre
jacobina,
pero mi verso brota de manantial
sereno;
y, más que un hombre al uso que
sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la
palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la
moderna estética
corté las viejas rosas del huerto
de Ronsard;
mas no amo los afeites de la
actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo
gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los
tenores huecos
y el coro de los grillos que
cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de
los ecos,
y escucho solamente, entre las
voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé.
Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su
espada:
famosa por la mano viril que la
blandiera,
no por el docto oficio del
forjador preciada.
Converso con el hombre que
siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a
Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese
buen amigo
que me enseñó el secreto de la
filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme
cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero
pago
el traje que me cubre y la
mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho
en donde yago.
Y cuando llegue el día del último
vïaje,
y esté al partir la nave que
nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de
equipaje,
casi desnudo, como los hijos de
la mar.
El poema se habrá de convertir en una memorable acuarela poética, aprendida de memoria por muchos lectores, y utilizada como inagotable paratexto de cuadernos, libros y antologías. Había aparecido suelto en el periódico El Liberal, el 1 de febrero de
1908. Heliodoro Carpintero, uno de los más tempranos estudiosos del legado poético machadiano, estimó que el texto fue escrito en 1906
(véase Ínsula, n.º 344-345 [1975]).
El poeta nació un 26 de julio de 1875 en Sevilla, en una extensa familia de ocho hijos. Los padres, Ana Ruiz y Antonio Machado Álvarez, conviván también con los abuelos paternos, quienes eran una fuente de ayuda permanente y un notable respaldo económico para el matrimonio. Gracias a su abuelo, eminente
zoólogo, se trasladan a Madrid y entran en contacto con la Institución Libre de
Enseñanza, un estilo de enseñanza que solidificará los mejores valores del poeta. Poco a poco la situación
económica de la familia se deteriora hasta hacerse crítica, cuando mueren tanto
el padre como el abuelo de Antonio Machado, las dos fuentes económicas que sostenían el hogar. Pero Antonio Machado y su hermano Manuel son jóvenes y todavía no tienen constancia del compromiso convivencial y de la urgencia de incorporarse al mercado laboral. Tienen una cierta inconsciencia utópica, y sólo aspiran a conocer desde dentro la farra celebratoria y bohemia de la capital. Se entregan a
ella, con preferencia por el ambiente especular del teatro, pero enseguida aquel ámbito, lleno de tipos humanos extraños, les lleva a buscar otras aspiraciones artísticas.
Marchan a París, primero Manuel y luego Antonio, donde
profundizan en el conocimiento del modernismo que, desde primeros de siglo, se consolida como la tendencia estética más representativa.
En 1902 aparece la amanecida poética de Antonio Machado, Soledades, conjunto de composiciones líricas que aglutina después Soledades,
Galerías y otros poemas. Es el año 1907, iAntonio Machado busca independencia económica como enseñante y se traslada a Soria, tras aprobar unas
oposiciones a profesor de francés en un instituto. En Soria su vida sentimental conoce un tiempo de emotiva plenitud. En la contenida ciudad castellana se enamora de una joven que apenas acaba de superar la adolescencia. La amada es una niña aún, y el enamorado profesor tiene que esperar
para casarse con Leonor, a quien lleva más de quince años. También queda marcado por la geografía del lugar, un entorno físico que convierte en paisaje interior y que moldea su sensibilidad estética… Aquel amplio horizonte de emociones y sentimientos, poco a poco, va haciéndose poesía. Las composiciones compondrán Campos de Castilla.
En 1910 el matrimonio parte a
París con una beca para la ampliación de estudios de Antonio Machado. En la
capital estudia junto a Bergson y frecuenta a Rubén Darío. La experiencia no
pudo ser más desastrosa. Su mujer Leonor cae enferma y
morirá a la vuelta a Soria, en 1912. La soledad se le hace
insoportable. El poeta busca escapar y cambiar si no de vida, sí de escenario.
Llega a Baeza donde vivirá los siguientes siete años. En esa época se concentra
en el estudio de la filosofía y por lo que respecta a la poesía, conocerá al poeta de Granada Federico García Lorca. Revive en él, quizá gracias a esa
amistad, el gusto familiar por el folclores y la música popular. Su producción
se renueva con el libro Nuevas canciones.
Destinado como profesor de
francés, Antonio Machado llega a Segovia el 25 de noviembre de 1919. Se aloja
en una modesta pensión de la calle de los Desamparados, ahora convertida en
Casa-Museo. Hoy recorro sus habitaciones que siguen preservando un aliento de
época. Antes de adentrarme en la casa, he realizado fotos del busto del poeta
esculpido por Emiliano barral y he
conversado largamente con César, quien regenta la pequeña librería de viejo del
patio, donde he comprado algunos ejemplares.
La visita guida se inicia en el
pasillo, donde están las fotos de la patrona, quien mira a la cámara con el
orgullo de cumplir las normas de la hospitalidad ante un huésped tan ilustre.
Cerca de allí, la cocina despliega un inventario de cachivaches domésticos que
se completan con la inefable máquina Singer, donde las amas de casa consumían
su tiempo entre labores. En la alacena, de suelos rojizos, la aceitera, los
cántaros, la caja metálica para cobijar las galletas… detalles que hablan de un
ambiente muy similar en casi todas las casas castellanas.
En el salón, con amplia mesa y
ventana despejada se celebraban las tertulias o se esperaba con resignación el
escueto refrigerio; no eran días para el agasajo. En las paredes fotos de la
hermosa Leonor y del poeta, la partida de matrimonio, portadas de periódicos de
la época donde colaboraba Machado e imágenes de los acontecimientos que
saludaron la llegada de la segunda república. También primeras ediciones y
algunas estanterías con los libros del poeta. La más entrañable pieza del museo
es la habitación de Don Antonio: amplia cama de cabezal metálico, mesa camilla,
alacena y espejo donde todavía se contempla la sombra del poeta.
Empieza a anochecer cuando
abandono la casa del poeta. En mis manos los nuevos libros. Abro Proverbios y cantares.