Faltan palabras en el diccionario
Poemas escogidos 1983-2011
Javier Sánchez Menéndez
Libros del Aire, Madrid, 2011
Con la aparición del volumen Una aproximación al desconcierto Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) rompía un largo paréntesis de absoluto silencio literario. El título antecede en pocas semanas al recuento Faltan palabras en el diccionario, una selección de su labor poética. El escritor comenzó a publicar en la amanecida de los años ochenta, cuando voces emergentes como Luis García Montero o Blanca Andreu firmaban libros referenciales que daban por concluido el monopolio esteticista veneciano, ensanchado por una epigonía secundaria. Su punto de salida, Motivos, optaba por un tono neorromántico que hacía de la intimidad núcleo argumental cohesionador. Prevalecía en los versos una línea clara y comunicativa en forma de poema breve: “Poco he descubierto del sentido en tu persona, / pero los días son largos, / y en cambio sufro / sabiendo que te irás / como se fueron del parque las palomas “. Ese principio muda en Derrota y muerte a los héroes (1988), epígrafe connotativo de una poesía épica, no centrada en el yo sino en el ejemplo moral del ser colectivo en relación a su tiempo histórico, como en “Polémica y expectación” o “En Galia narbonense”, que parecen mostrar afinidades con los poemas iniciales de Julio Martínez Mesanza.
De 1991 es la entrega El violín mojado, un título con amplia representación en estos poemas escogidos. La palabra convive con lo transitorio, se hace pensamiento en torno a los asuntos que regulan el devenir existencial, cuando la brisa de la calle no despeja los primeros cansancios y un escepticismo velado: “Y he dicho ya que aquí me encuentro solo, / condenado a sentir la poca gente, / aunque te tenga a ti, / condenado a ser espacio y tiempo / en una misma causa “. El entorno contextual da a las composiciones un aire de época, los registros de una sensibilidad contemporánea. Esa lectura está en un poema excelente, “El País” que argumenta el conflicto entre realidad y pensamiento.
Con El violín mojado arranca una etapa de fertilidad creadora en la que salen a la luz tres nuevos títulos y algunos trabajos críticos. Introducción y detalles (1991) recupera la voz confesional y alude a los quehaceres del acontecer, casi nunca libre de un sentido incierto: “Uno no entiende nada más, descubre / que el sentimiento de verificación / es exclusivamente / una verdad definitiva, / un sentimiento universal como la soledad, / la distancia / y el equilibrio “. En Última cordura (1993) explicita magisterios. La enumeración acoge a Jaime Gil de Biedma, José Hierro, Antonio Colinas o el más cercano Carmelo Guillén Acosta; son escrituras que dictan principios estéticos plurales. En el reconocimiento de deudas se podría incluir sin estridencias a Abel Feu, Miguel d´Ors, Luis Alberto de Cuenca y al ovetense Ángel González. Resaltan en la posterior entrega, La muerte oculta (1996) algunos monólogos dramáticos que cultivan distanciamiento y atemporalidad.
La obra más reciente, Una aproximación al desconcierto es un libro de varia intención tanto en los formatos como en el empleo de recursos expresivos que aliñan legado popular, ironía y pensamiento existencial. Un hablante lírico sale a escena en un ámbito urbano, siempre propenso a multiplicar la soledad en compañía y a recurrir a la sabiduría práctica de la sensatez.
Faltan palabras en el diccionario lleva como coda algunos inéditos que navegan en las sosegadas aguas de un cauce establecido. Este recuento cronológico revisa y ordena una percepción de la poesía a partir de unas constantes temáticas y de una inclinación natural por el verso de perfil figurativo que establece un diálogo cercano, insertado en la sensibilidad del ahora. Ideas, palabras y ritmo sustentados en la naturalidad de una confesión en sordina; resortes emocionales que evocan las huellas de los días y entienden el poema como un ejercicio de la inteligencia.