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Los matemáticos no saben pilotar aviones
David Delfín
Círculo Rojo Ediciones, 2014
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EN VUELO
Las mareas poéticas más recientes recorren un territorio fronterizo, un
drástico cambio de sensibilidades y valores estéticos. La intemperie
tecnológica, las aceleradas mutaciones de la realidad económica y la
globalización invitan al continuo cuestionamiento del ser existencial y de la
misma función de la escritura. La poesía de David Delfín (Málaga, 1968) habita
en esta cartografía de incertidumbres. En ella germinan las estaciones de paso de su trayecto creador que aglutina los poemarios Nombrar el silencio, La
ruptura renacentista, Arqueología
disponible, Alrededor, El orden razonable, Triduo y Principio; una obra fértil representada
en varias antologías.
Las salidas de David Delfín
denotan una querencia natural por el fragmento. Lejos del intimismo
autobiográfico, prefiere el tono solemne y reflexivo que hace de la indagación
una de sus líneas de fuerza y del hecho potencial de las imágenes una de las
claves de su ideario estético.
Así lo constata Los matemáticos no
saben pilotar aviones, entrega organizada en tres tramos que emplea como
umbral unas palabras de María Zambrano. La cita alude a la contingencia de lo
real y su carácter transitorio. Así
comienza un itinerario de pasos meditativos, casi al filo del apunte
ensayístico, como un manual de observación que traza las circunvoluciones de un
tiempo desajustado. El poema se hace registro, incorpora datos e impresiones,
añade dudas, recurre a la memoria para rellenar espacios en blanco, da cuenta
de la respiración y guarda imágenes de desintegración en las que se define el
entorno, un discurrir de días y de espacios ofrecidos a la lentitud de quien
percibe. Estar es descubrir, asimilar, sentir el viaje interior de las palabras
que reconstruyen y conforman una mirada reveladora.
En esta primera parte, el poeta Hölderlin se convierte en presencia
simbólica; la biografía personal concluye en la estación final del desvarío y
en el internamiento en un manicomio. El poeta representa la mirada más triste
del desamparo, la lucidez a trasmano de la razón.
La
sección que da título al poemario “Los matemáticos no saben pilotar aviones”
toma el pulso al presente y a sus luces de posición: las raíces del ahora cuajaron
en el pasado de cuya estela solo quedan algunos indicios que irrumpen
en el sosiego del sujeto para recuperarse de su inexistencia. La línea de
horizonte parece repetirse, como si obedeciera las coordenadas situacionales de
un vuelo.
Un vuelo nominal, “Vuelo 7988”
define los poemas de cierre en los que encontramos esta definición del taller
de escritura: “un poeta es un astrónomo que aísla los enunciados de cada fugaz
parpadeo entre oscuridades…” Bajo la
piel de lo aparente dormita la verdadera esencia, ese largo túnel sin
arquitectura que cada conciencia recorre en un trayecto vivencial que nunca
sigue las directrices marcadas por el rigor científico de la ciencia; siempre
se escora hacia la incertidumbre. Con una urdimbre textual compleja, bajo el
encuadre del poema en prosa, hermética e irracional en su transcurso, en la
poesía de David Delfín la realidad es un espacio de indeterminación que exige
nueva alzada a través del lenguaje. Exige un lector cómplice, al que
no asuste la cartografía difusa de los laberintos ni el vuelo libre de la
imaginación; un lector dispuesto a decodificar e interpretar. Poesía que no crea con las palabras una
realidad mimética sino una travesía incierta, un rumor de burbujas interiores bajo
la superficie transparente del agua.