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Después del paraíso Luis Alberto de Cuenca Visor, Poesía Colección Palabra de Honor Madrid, 2021
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LA PIEDRA DEL MOLINO
La fuerza intelectual de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950),
desplegada en géneros y libros con sostenida cadencia, convierte su presencia literaria
en admirable clave de profundo calado. Cada salida renueva la razón poética de
una trayectoria, plena de raíces humanistas, que mantiene su apuesta por
alumbrar una voz clara y comunicativa, asentada en el suelo clásico de la
tradición, capaz de articular una existencia, emocionante e íntegra, y
transformarla en poesía. El resultado es un largo recorrido jalonado de hitos
como La vida en llamas (2006), El reino blanco (2010), Cuaderno de vacaciones, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía
en 2014 y el extenso volumen Bloc de
otoño, que reúne ciento
veintitrés poemas escritos entre 2013 y 2017.
Con fertilidad inagotable, Luis Alberto de Cuenca recoge en Después del paraíso la tarea poética realizada
entre 2018 y 2021, distribuida en cinco epígrafes. Sirve de umbral una
clarificadora nota autoral, cuyo contexto tiene vínculos estrechos con el
tiempo de pandemia y el discurrir de estos dos últimos años de mascarillas y
ensimismamiento. El paraíso, aquel lugar angélico y auroral, ya es solo un
espejismo de la memoria cultural. El escenario se ha diluido en el tiempo. Ahora
caminamos por trochas con nítidos meandros de luces y sombras, en la que impera
el silencio de la incertidumbre. En esa noche oscura la poesía ha nacido como
consecuencia directa de nuestro destierro para recordarnos que hubo un tiempo
sin mácula, una albada de felicidad frente a los meandros de lo contingente, a
esos “pánicos de lo cotidiano” que constituyen el áspero argumento del ahora.
La
dedicatoria del libro refuerza el sentido de la evocación, quehacer propicio
para recuperar esa casa encendida que preserva el sentimiento: “Para Alicia en
su cielo”. Así comienza un poemario cuya primera sección “Costa Smeralda” toma
nombre de uno de los enclaves turísticos más celebrados del Mediterráneo, en
Cerdeña. El lugar es imagen exacta, perdurable, de un paraíso natural por la
belleza de las calas, la arquitectura habitable y el azul turquesa del mar. La
plenitud visual cautiva; es capaz de reavivar el deseo y celebrar su pulsión
vital, aunque sea de forma precaria.
En el camino del poema se impone
el mapa de la memoria; esa certeza de que vivimos un vadear donde languidecieron
la esperanza y el favor de los dioses. Luis Alberto de Cuenca, que ha utilizado
la estrofa japonesa con frecuencia, recurre al haiku encadenado para sembrar
indicios sobre la naturaleza paradójica del amor, que apareja consigo la abierta
hendidura del dolor. El formato subordina la fuerza expresiva del trío versal
al contexto global del poema y añade además los efectos sonoros de la rima
asonante. Esta exploración de moldes se percibe también en composiciones como
“Eneasílabos”, un metro versal escasamente empleado en su poesía, que se ajusta
mucho mejor a los alejandrinos y al experimentado endecasílabo; o en el rescate
de estrofas cerradas como el soneto, con excelentes logros como “Todo es amor”.
El otoño vital fortalece el escepticismo y la mirada al pretérito,
dibujado con fuerza por el habitual legado culturalista. Se constata en
composiciones como “Teopompo y Filipo” y
“Lo vivo y lo pintado”; pero el amor y la ternura conviven con enfoques más
reflexivos sin ninguna aspereza, y dejan su magia reubicados en composiciones
plenas de intimismo confidencial como “En tu armario ropero”.
El conjunto “Epigramas amorosos” hace del otro enclave fuerte. Amar es
renacer, poner en marcha un fluido cauce onírico, un impulso que va borrando
contornos perecederos. Luis Alberto de Cuenca busca el tono celebratorio de la
lírica amorosa para festejar la belleza y la plenitud del deseo, aleja la
solemnidad y contrapone enunciación e ironía en la mirada intimista, como en “Teorema
de Pitágoras”.
Las secciones “Mientras duermo y otros poemas” y “Suite virgiliana” están
marcadas por la variedad de sustratos del encierro pandémico. Lo que diluye
cualquier grisura existencial y alienta el orden íntimo es la presencia de la
amada, capaz de reverdecer claridades y sueños, pero también la copiosa
biblioteca que despliega una cartografía cultural inacabable, junto a la fortaleza
de la fe y el resguardo de la confianza en un Dios creador y discreto que
alienta y protege con su desvelo a las criaturas. La reflexión etimológica sobre
pánico muestra la sabia erudición del poeta y su capacidad para entrelazar el
legado del libro con el tempus fugit de
una “trastienda mental” teñida por la angustia, el ensimismamiento y los destellos
de melancolía, provocados por el ámbito sombrío de la clausura ante el virus.
En “Suite virgiliana” no se
perciben bifurcaciones formales o quiebros en el itinerario. Las composiciones amanecen
glosando la edad de oro, y en esa evocación de un tiempo áureo se retrata con
trazos limpios el destino de ser, esa tarea que nos humaniza, entre el deseo,
el azar, el trabajo y la muerte, que cobra en estos poemas un protagonismo
central.
En
los versos de “Hojas sueltas”, la sección final, compila una convivencia
heterodoxa de asuntos. Habitan en sus páginas poemas amorosos, donde se ensayan
estrofas tradicionales como las coplas de pie quebrado, sonetos, himnos; en
suma, la realidad y el sueño de la
infancia, la discreta normalidad de un solitario que toma el pulso a la vida
diaria con la belleza perenne de los libros y el calor habitable de las
palabras: “De nosotros depende que amanezca / del todo, sin reservas, para
siempre, / y que el sol no se ponga, y
que podamos / salir del hoyo y trabajar en paz”.
JOSÉ LUIS MORANTE
Revista Clarín, nº 158, pp 78-79,
Marzo-Abril de 2022