La victoria en la derrota
José Luis Sevillano
I Premio Poesía Universidad de Oviedo
Ediuno, Oviedo, 2011
Dentro de las promociones literarias más jóvenes se integra una tendencia que prefiere el despojamiento y la sencillez, que huye del esplendor metafórico y el ingenio verbal para centrarse en la rehumanización del contenido, a partir del sustrato autobiográfico y de la convivencia con legados poéticos reconocibles. Con esas premisas se escriben los versos de José Luis Sevillano (Oviedo, 1979), nueva savia, como Rodrigo Olay, de la incansable tertulia Oliver que fundaran, en los ochenta, José Luis García Martín y Víctor Botas.
Tras firmar colaboraciones en revistas como Hesperya, Letra Clara, El Alambique y Clarín, titula su amanecida La victoria en la derrota, un conjunto poemático organizado en cinco secciones de temática variable, que sugiere un tiempo escritural dilatado, que ensancha intereses y campos de observación.
Coleridge presta los versos liminares que confortan el oficio y aglutinan consejos y palabras estimulantes. Pero el fruto final es la derrota, la consunción de un tiempo personal hecho ceniza, la conciencia de lo perecedero. El sujeto se desvela en construir su identidad; el discurrir del tiempo propende al espejismo y la constancia y los desvelos quedarán disueltos entre la sombra, como arena que arrastra el oleaje.
Quien escribe parte de una posición de modestia; en “Glosa a un poema primerizo” se ejemplifican con un poema propio defectos habituales del taller de autor, los titubeos en el aprendizaje, aunque la culpa se mitiga con briznas de ironía y con la lucidez de quien sigue la senda marcada por cercanos magisterios. La ironía también es palpable en otros poemas como “Pesadilla”.
La presencia sentimental se convierte en hilo conductor del segundo apartado, “La huella de mi cuerpo”, epígrafe procedente de un verso de José Cereijo. En “La huella de mi cuerpo” la relación personal es, al mismo tiempo, método de conocimiento y canto de afirmación. Pero el amor tiene substancia humana y es finito y caduco.
Resalta el particular homenaje a Juan Luis Panero, en la sección con un único poema dedicado al autor de Juegos para aplazar la muerte. En el mismo texto se citan otros nombres que disiparon en su quehacer creativo el miedo a hablar de la sombra, y se glosan signos de identidad del maestro, sus obsesiones por el tránsito temporal, las presencias fantasmales y la devastadora realidad de la muerte.
En el apartado “Anónimos y muertos” se emplea con frecuencia la reescritura de textos ajenos; en esas versiones con guión previo están Ernesto Cardenal, o Julio Martínez Mesanza, aunque en momentos anteriores del poemario se emplea el mismo recurso con un poema de Francisco Bejarano. Los libros que dormitan entre los anaqueles polvorientos siempre muestran su disposición al rescate.
Integrada en una serie de textos de asunto helenístico que eligen Grecia como escenario, la composición final, “Termópilas”, clarifica el título e integra los distintos subtemas en una única aseveración aplicable a los propósitos estéticos: “La lección de los griegos vivirá / esculpida en la lápida del tiempo: / alcanzar la victoria en la derrota”. Este planteamiento paradójico del sujeto individual en el tiempo histórico también se formula en el devenir existencial del yo ante lo inmediato. Recuerdo de otro tiempo, la escritura es una búsqueda de sentido y transcendencia, una justificación que graba en mármol la voluntad de permanencia. Como escribiera Francisco Brines, la poesía es siempre salvación de la vida.