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Polvo en el aire Marcos Matacana Martín Ilustración de cubierta Hilario Barrero Palimpsesto Editorial, Colección de_sastre Sevilla, 2017 |
AUTORRETRATO
Aunque ha ido sembrando
colaboraciones poéticas en revistas digitales e impresas, la biografía
literaria de Marcos Matacana Martín (Sevilla, 1973) hace de Polvo en el aire su punto cero. El
autor, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Sevilla y
docente en ejercicio reúne en este volumen un atinado perfil poético.
La entrega, con ilustración de
cubierta del incansable Hilario Barrero,
pone como pórtico unos versos de T. S. Eliot pertenecientes a Four Quartets, texto clásico de la poesía inglesa y uno de los hitos de una poética radical que
hace de la subjetividad el último reducto de lo inefable. Pero Marcos Matacana
Martín desdibuja de inmediato cualquier especulación sobre su ideario con el
poema prologal “Autorretrato”; en él presenta al sujeto verbal con la
voz directa de una dicción intimista y comunicativa, que empatiza con el lector
a través de un diálogo confesional. El lenguaje se distancia de cualquier
hermetismo y solo aspira a enunciar un recorrido biográfico.
Llama la atención el número de
poemas que contiene el libro; de ahí que el autor haya optado por integrar las
composiciones en un esquema argumental formado por tres agrupamientos. El
primero “A humo de pajas” tiene un arranque diáfano, a partir de aquel verso
postrero encontrado en la despedida vital de Machado en Colliure: “Estos días
azules y este sol de la infancia”: “Días azules porque nada / de lo que ha
ocurrido luego / nos iba a pasar a nosotros” Aquel memorable ejercicio de
melancolía que buscaba un reflejo en la esperanza se renueva, como si el tiempo fuese una montaña rusa empeñada en acometer ese
nivel dispar de la superficie.
La palabra propende a la elegía y
hace del pasado una estación que espera. En ese remanso el recuerdo tiene mucho
de crónica generacional compartida por las identidades, convulsionada por el discurrir brumoso de lo social: “Y
eran nuestras vidas / dos vagones que subían lentos / ansiosos por precipitarse
/ sin comprender ciegos aún / que tras la bajada / vertiginosamente inevitable
/ esperaba el final / de la noche / de la feria / del verano / del amor / y de
la vida”. Cada época vital poco a poco se va convirtiendo en una moldura
apagada, en un marco cuarteado que acumula en sus contornos el polvo del
olvido en el cristal opaco que diluye la luz y solo contiene un espacio oscuro
de irrealidad.
En ese largo rastro por los
calendarios el aprendizaje de los sentidos deja un azaroso patrimonio. El amor
se convierte en sustrato fuerte del existir. Es palimpsesto del deseo y
depositario de un largo historial de llamadas perdidas y de paraísos
desplomados y señales tristes que hablan del desengaño de estar vivos.
La segunda compilación de poemas llega con un aserto sugerente: “Teoría
del compost”. El uso de un término tan mimado por la ecología extiende al paso
una analogía con el poema; al cabo la escritura no consiste más que en una
operación de reciclado de sentimientos, experiencia y reflexión. y en esa
mezcla residual que sirve como fertilizante de nuevos brotes, están fundidas
las secuencias del propio yo y los esquejes de semejantes
que viven el discurrir de los relojes con las mismas frustraciones y con
similares esperanzas de cambio. Al cabo la soledad y el desamparo son telas que
se venden en las rebajas de esos grandes almacenes que abren sus puertas a la
grisura ambiental de lo diario. Son cuerpos que se encuentran en
el mismo lecho de soledad. La felicidad es flor de un día. Todo parece abocado
a respirar una fisiología caduca e infectada; hay pesimismo, un aire enrarecido, una conciencia que abre los ojos en la oscuridad.
El apartado final “Habitaciones de paso” no cambia el marco que muestra en su andar los desajustes y que acepta el rumor
cercano del derrumbe. “Quien entra aquí sabe de sobra / que ha fracasado y solo
/ es cuestión de esperar para ver cómo / la felicidad se va a la mierda / si no
se le ha ido antes / por el sumidero de la bragueta / y solo queda entonces / un consuelo / joder o que te jodan”.
La
poesía de Marcos Matacana Martín podría adscribirse –si se me permite una vez
más ese recurso crítico de las etiquetas- al realismo figurativo, a esa lírica
enunciativa que destila insatisfacción y que fuerza al lenguaje a
mostrarse crítico con el conformismo. Las citas que el autor emplea en sus
poemas son muchas y hacen guiños
registros dispares, desde los clásicos grecolatinos a la generación beat, desde Carver a Manuel Vázquez
Montalbán, un paratexto complejo del que mana una expresión austera, incómoda a
ratos, hecha para negar reflejos idealizados. Versos que recuerdan que
cualquier encuentro con la felicidad sucedió en el pasado, en algún sitio que
ahora huele a lejía.