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Jardin(e)s Excedidos María Ángeles Pérez López Edición bilingúe con traducción al portugués de Carlos d'Abreu Lema d'Origem Carviçais, 2018 |
ANDAMIOS INTERIORES
En 2017 llegó a las librerías Cardinales, muestra poética, un tanto especial, que casi pasó inadvertida, a pesar de
editarse en Huerga & Fierro. Estaba coordinada por José Luis Morales e incluía
ocho poetas diversos, agrupados en torno a un ciclo celebrado en Madrid, entre
2014 y 2017. Allí estaba María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) con doce
poemas representativos, bibliografía básica, fotografía en primer plano y liminar entusiasta, que
definía más la personalidad biográfica que el ideario estético. No obstante, en
él se trazaban algunos juicios atinados:“un lenguaje de capacidad metafórica y
visionaria, que, libro a libro, sin
renunciar a su proyección simbólica ni a su brillo analógico, se ha ido
tornando en palabra cada vez más precisa, más incisiva, más exacta”.
La edición bilingüe Jardin(e)s
Excedidos, con versión al portugués de Carlos d’Abreu, completa una
indagación del singular verbo poético a partir de 28 poemas de
distintos momentos creadores. No se cita la procedencia de los mismos, una
carencia que se reitera también en antologías más amplias como la reciente Algebra de los días, con traslado al
italiano de Emilio Coco, publicada en Rimini en 2017 por Raffaelli Editore.
Así
que me parece necesario ubicar la cronología lírica de María Ángeles Pérez
López cuya presencia en el ahora poético
arranca en 1997 con Tratado sobre la geografía
del desastre. Aquella entrega, hilvanada con algunos magisterios esenciales
como Vicente Huidobro, César Vallejo y Claudio Rodríguez, interroga la
memoria para dejarnos una conjunción de imágenes que habla de intimidad y
erotismo, que se aleja del verso referencial para apostar por la sugerencia y
el soplo entrevisto del onirismo: “Los nombres de unicornios maldicientes /
guardan olor de labios empolvados / o pedazos de semen para el tedio. / También
nuestras ratas más ocultas / tienen derecho a un párpado y a ortigas / para
acallar las voces del deseo.” En los versos cabe el temblor de las sensaciones
y ese destello luminoso de quien dibuja andamios interiores. Dicha salida tuvo
una continuidad inmediata. Un año después aparecía, tras ganar el Premio
Tardor, La sola materia (Alicante,
1998). Desde un objetivismo sentimental que busca despojar la materia de
cualquier hermetismo, los poemas abren un escaparate perceptivo.
Quedan expuestas las marcas del origen, las palpables formas de las cosas
como garantes de quietud intacta donde se acumula una superficie de rutina y
tránsito. También se reconoce una sensibilidad femenina aplicada en tareas que
han ido definiendo en el tiempo esa labor diaria que desprende trazos
volátiles de un universo personal, cuajado y vivo.
Carnalidad del frío,
reconocido con el Premio de Poesía Ciudad de Badajoz abre una nueva senda
escritural. La voz reflexiva explora desde dentro el lenguaje. El poema se hace
más incisivo, mira sobre si mismo para hallar la razón que sostiene los
significados. La intemperie deja su peso sobre el presente y expande una
atmósfera de soledad y pérdida en la que la identidad solo encuentra refugio
tras el muro de signos que las palabras alzan. Ya en 2004 aparece La ausente, una entrega en clave
autobiográfica. Con voz directa y foco indagatorio, se expande en los
poemas el temblor perceptible del
devenir. El acto de ser contiene en sus repliegues un sesgo paradójico; sus
contraluces cobijan las sombras del dolor y las certezas mínimas de una memoria
espesa y fragmentada.
Los cuatro libros citados,
escritos entre 1995 y 2009, se integran en el volumen Catorce vidas (Diputación de Salamanca, 2010). El conjunto se
define, desde la mirada crítica del poeta, ensayista y traductor Eduardo Moga
como un legado fuerte en el que resaltan como signos diferenciales la
investigación de la forma, la decidida inmersión en los tumultos del cuerpo y
el empleo de un lenguaje incisivo y metafórico.
Son caracteres que perseveran en los nuevos pasos. Integrado en Olifante
en 2012, Atavío y puñal despliega
composiciones que hacen de la identidad subjetiva un núcleo argumental
recurrente. Es una entrega esencial por su despliegue verbal
y por la densidad semántica de un lenguaje muy rico, que borra los rasgos
concretos de la intimidad para moldear un arquetipo de la mujer, un yo
paradigmático en el que caben el dolor y la mujer rota, la belleza corporal, el
aprendizaje de la decepción y la felicidad de la búsqueda. En la excelente
resolución argumental, el cuerpo habitado por la enfermedad concita una anónima
memoria en el que la metástasis se define como una abrasiva lengua purulenta
que precipita una insólita intensidad reflexiva.
Su último quehacer autónomo, Fiebre
y compasión de los metales se impulsó en 2016, en la colección poética del
sello Vaso Roto. La fluencia verbal de Juan Carlos Mestre, con intensa dermis
lírica, incide en el latido que tiende puentes entre materia y simbología para
espaciar lugares propios en los que se refleje el alma del mundo; nunca faltan
en la razón del poema las correspondencias éticas y las interrogaciones
solidarias que hacen de los linderos de la realidad signos caligrafiados y
desvelos, con nuevas zonas de significado.
Peo la escritura de estos poemarios no se enrosca sobre sí misma; se
expande en frecuentes compilaciones que confunden en su desarrollo pasado y
presente y que rescatan a las composiciones de su estar orgánico para que de
nuevo restauren sus significados y confluyan en otras lecturas. Así nace la compilación Jardin(e)s Excedidos. Concebida como una breve antología temática, Jardin(e)s Excedidos define un territorio en el que sopla con
vehemencia la subjetividad del ser femenino. Los contenidos sondean las
características reales y simbólicas, enfocan perspectivas ideológicas y abordan
actitudes que subrayan características genéricas. De este modo el ser femenino
se construye desde un aprendizaje lento y sostenido. Nace así una disciplina
del temblor que debe superar una supuesta culpa primigenia, como ángeles
caídos, como nombres alados que buscan sitio
y quietud en el aire al paso del invierno.
En la conciencia creadora de María Ángeles Pérez López nos admira el compromiso con la existencia de un sujeto verbal definido por la calidez de un lenguaje exigente y expandido en sus significados. Poesía que nunca pierde la firme voluntad de ahondar y esclarecer en los andamios del proceso vital, mientras el tiempo fluye.